“Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a ponernos a la escucha de Jesús que viene, y que pide ser acogido en nuestros proyectos y en nuestras elecciones”. Es el deseo del Papa en este último domingo de Adviento, para que esperemos el Nacimiento del Niño Dios dejándonos guiar por Dios en nuestras vidas.
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Papa, desde el Palacio Apostólico, dedica su alocución previa al rezo mariano para recordar la figura de José, una figura, como dijo, “aparentemente en segundo plano, pero en cuya actitud está encerrada toda la sabiduría cristiana”. En el tiempo de Adviento la Liturgia propone a Juan Bautista, a María y a José, “de los tres es el más modesto. Uno que no predica, no habla, pero trata de hacer la voluntad de Dios; y la cumple en el estilo del Evangelio y de la Bienaventuranzas: “Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece”.
Hablando de José, Francisco dijo que es pobre, porque vive de lo esencial, “es la pobreza típica de aquellos que son conscientes de depender en todo de Dios y en Él depositan toda su confianza”. José un hombre amable y sabio que incluso en un momento difícil, se entrega plenamente a Dios.
La narración evangélica de hoy presenta una situación humanamente vergonzosa y contrastante, señaló el Papa. José y María están comprometidos; no viven aún juntos, pero ella está esperando un bebé por obra de Dios.
“José frente a esta sorpresa, naturalmente queda turbado, pero en vez de reaccionar en manera impulsiva y punitiva, busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María”.
Por consiguiente, como refiere el Evangelio «José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto». José, sabía bien que, si hubiera denunciado a su prometida, la habría expuesto a graves consecuencias, incluida la muerte. Pero como dijo el Pontífice, él tiene plena confianza en María, que ha escogido como su esposa.
Ante este momento difícil en el que debe tomar la decisión de alejarse de Ella sin hacer escándalo, es cuando el Ángel interviene para decirle que la solución que está proyectando no es la que quiere Dios. «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo».
José confía totalmente en Dios. Precisamente esta confianza inquebrantable en Dios le permitió aceptar «una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible». José entiende, en la fe, afirmó por último Francisco, que el niño engendrado en el vientre de María no es su hijo, pero es el Hijo de Dios y él, José, será su custodio, asumiendo plenamente su paternidad terrenal.