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Amar a manos llenas con la fuerza inagotable de Jesús que se entregó por nosotros

El Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística en la Basílica Catedral de Lima de este II Domingo del Tiempo Ordinario: «Jesús es el Cordero de Dios que nos quita la carga de tener «deberes» con el Señor para recibir su bendición. Jesús quita el pecado del mundo para cargar con nuestro peso, entregarnos sus dones gratuitamente, y hacernos libres para amar a manos llenas» – dijo durante su homilía.

Comentando la lectura del libro de Isaías (49,3.5-6) en que Yahvé le dice al profeta: “tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso… pero es poco que seas mi siervo y que restablezcas las tribus de Jacob, te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” – Monseñor Castillo explicó que Dios quiere engrandecer la misión del siervo más allá de Israel: «cuando asumimos vivamente el amor de Dios y la fuerza de su alegría no es para que quede en nosotros mismos, sino para el mundo, porque la persona que está llena del amor de Dios lo anuncia, lo dice, lo cuenta, es misionera» – indicó.

Por eso, cuando el Evangelio de Juan (1,29-34) nos cuenta que Jesús es el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», se está refiriendo a la entrega generosa y gratuita de su gracia, sin condicionamientos, sin la necesidad de recibir más sacrificios ni holocaustos de nuestra parte.

El peligro de una religión del sacrificio

Esta expresión, «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» pone fin a la idea de que, para obtener los dones de Dios, había que hacer sacrificios, es decir, una especie de negocio e intercambios de favores: «Eso existe en todas las religiones de la tierra – dijo el Primado del Perú – y si bien es noble como actitud, también esconde un elemento muy terrible: pensar que Dios es temor y puede castigarnos si no le damos sacrificios o nos flagelamos».

La religión del sacrificio es muy peligrosa porque se puede asumir que, por ofrecer sacrificios, tenemos derecho a todo: «Yo le he ofrecido un sacrifico y él tiene que responderme». Mucho cuidado.

«De igual forma, nosotros que somos uno de los pueblos más católicos y religiosos de América Latina, a veces pensamos que, si estamos haciendo sacrificios al Señor, vamos a obtener muchas cosas. En cambio, el Señor sólo nos pide que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado, y eso significa practicar los gestos y capacidades que Jesús ha hecho: acercarse a la gente, acompañarla, escuchar sus problemas, sanar a los demás», precisó Monseñor Castillo.

Jesús es el Cordero que mandó Dios a sacrificar para que no haya más sacrificios, ni holocaustos, ni flagelaciones, ni desgracias.

«¿Qué cosa nos revela la fe cristiana desde el Antiguo Testamento? Que Dios es un Padre, y los padres no piden a sus hijos que se flagelen, los padres no piden holocaustos y sacrificios, los padres piden solamente a sus hijos que sean obedientes a las buenas cosas que les dicen», acotó.

Jesús es el Cordero de Dios que nos quita la carga de tener «deberes» con el Señor para recibir su bendición. Jesús quita el pecado del mundo para cargar con nuestro peso, entregarnos sus dones gratuitamente, y hacernos libres para amar a manos llenas.

«Que a través de este camino entendamos que Jesús es el centro de nuestra vida, esa fuerza inagotable de vida que nos induce como hijos a amar a manos llenas. Ante las diversas situaciones pensemos siempre: ‘Señor ¿Cuál es tu voluntad en esta situación?’ para actuar de forma justa» – reiteró.

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