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Corpus Christi: Poner el corazón y el centro de nuestra vida en los pobres

«A través de un signo sencillo, queremos recordar el clamor de todo nuestro pueblo por no haber podido enterrar dignamente a sus muertos debido a las circunstancias que tenemos y las medidas de seguridad. Hoy queremos agradecer a Dios por la vida de todos ellos, bendecirlos y entregarlos al Señor en forma digna, humana y cristianamente», fueron las palabras del Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, durante la Celebración Eucarística de la Solemnidad del Corpus Christi, realizada a puertas cerradas y con el conmovedor marco de más de 5 mil fotografías con los fallecidos por Covid-19 en el Perú.

Este domingo 14 de junio, la Basílica Catedral de Lima se convirtió en un mural de fotografías en homenaje a las víctimas del Covid-19. En sus más de 400 años de historia, por primera vez la Catedral acogió las más de 5 mil intenciones por fallecidos que llegaron en la última semana y ocuparon las bancas, paredes y paneles de la Basílica. Médicos, bomberos, policías, militares, periodistas, historiadores, padres, madres, ancianos, niños, personas de todas las edades y estratos sociales, reunidos para ser despedidos simbólicamente en un acto de dignidad y reconocimiento a sus vidas.

«Nos hemos reunido para recordar, y recordar significa volver a adentrar a alguien en nuestro corazón, y por eso hemos querido festejar esta Fiesta del Corpus Christi, porque Jesús dice – ‘hagan esto en recuerdo, en memoria mía’ – y el recuerdo es algo que nos transforma completamente», expresó Monseñor Castillo al inicio de la homilía.

«Como el Papa Francisco ha dicho esta mañana, Jesús quiso dejar la hostia, el pan y el vino como signos de su cuerpo y de su sangre para que saboreemos hondamente, porque la escritura es un recuerdo, pero se puede pasar de largo porque nos es difícil hacer memoria, la Palabra necesita algo tangible y tiene que meterse en el cuerpo de tal manera que sintamos el sabor profundo de lo ocurrido con Jesús que entregó su vida», añadió el Primado del Perú.

El sabor amargo y duro de estas muertes de nuestros hermanos aquí presentes se puede transformar en una alegría y una esperanza cuando saboreamos el sentido de la muerte de Jesús que fue para darnos vida a todos, una muerte por amor, injusta, pero una entrega generosa que introdujo el perdón en la historia, y así abrir las puertas de la esperanza a la gente, inclusive a los pecadores, inclusive a los que lo mataron

El Arzobispo de Lima señaló que, en esta celebración discreta del Corpus Christi, «queremos celebrar en esta sencillez eso que el Papa hoy día llamaba ‘la debilidad, la fragilidad y la sutileza de la hostia’, que es un pan simple, sencillo, pero que gracias a que lo saboreamos, sentimos la delicadeza de un Dios que nos trabaja por dentro y nos abre el corazón y las manos para ayudar».

Detrás del anonadamiento está la fuente inagotable del amor que nos resucita

Refiriéndose al Evangelio de Juan (6, 51-58), Monseñor Castillo explicó que, ante la afirmación de Jesús ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida’, la pregunta de los judíos ‘¿Cómo puede darnos de comer su carne?’ expresa una preocupación solo material e individual, omitiendo la más importante, la espiritual: «cuando yo tengo hambre es un problema material, cuando el otro tiene hambre es un problema espiritual, un problema de actitud, de cómo salimos de nosotros mismos, ante el miedo, ante la desazón, ante el hundimiento, nos encerramos, respiramos por la herida, no entendemos, y cuando el Señor viene con su comida sutil, nos hace entonces entender y comprender nuestras heridas, tomando la debilidad para convertirla en una fortaleza amorosa» – indicó.

Jesús, que era de condición divina no retuvo para sí su categoría de Dios sino que se anonadó para tomar la condición de siervo, ése es un llamado para todos los poderosos de la tierra, a abrir sus corazones y compartir lo que tienen

«Ahora que estos hermanos nuestros nos acompañan aquí con sus fotos, ahora que sufrimos y nos sentimos nada, recordemos que detrás del anonadamiento, como el amor de la madre que se anonada para que el hijo nazca, está la fuente inagotable del amor que nos resucita, nos levanta y nos destina a una nueva sociedad y también a la Gloria de Dios, a participar del reencuentro con nuestros hermanos», precisó el Obispo de Lima.

Desterrar el individualismo y el enriquecimiento a costa de otros

El Arzobispo también recordó que como humanos tenemos un único destino: «ser hermanos los unos de los otros, desterrar el individualismo, que lo único que busca es enriquecerse, ganar la plata a costa de otros y destruir. Pedimos especialmente a los más poderosos de nuestro país que se dejen penetrar sutilmente por la Hostia y que realicen esa sutileza abriendo las manos y sirviendo a los hermanos».

Se viene un momento más duro todavía, sería terrible que en el próximo tiempo los muertos que vengan no sean por el Covid-19, sino porque nosotros no hemos abierto el puño. Es indispensable que aprendamos juntos ese camino y podamos reconstruir nuestros lazos humanos, colocar el corazón y el centro de nuestra vida en los pobres

Y haciendo memoria de la expresión del poema ‘El pan nuestro’ de César Vallejo – ‘Todos mis huesos son ajenos; yo tal vez los robé! Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro; y pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café! Yo soy un mal ladrón… A dónde iré’ – Monseñor Castillo reflexionó: «nos debemos los unos a los otros, todo lo que tenemos es ajeno y prestado y tenemos que compartirlo. No podemos vivir en el egoísmo».

Que en el Perú renazca toda nuestra patria desde el corazón de Jesús, para que así, compartiendo nuestra vida, podamos inspirar al mundo como tierra ensantada de una nueva forma de vivir que viene de nuestra religión cristiana, que no se impone sino que suscita esperanza, inspira y hace que todos podamos creer y salir adelante

En la Celebración Eucarística, Monseñor Carlos Castillo recorrió hasta en tres ocasiones toda la Basílica Catedral de Lima, pasando con incienso y agua bendita por todas las bancas, paredes y murales revestidas de fotografías: «a través de este signo sencillo, recordamos el clamor de todo nuestro pueblo por no haber podido enterrar dignamente a sus muertos, y queremos agradecer a Dios por la vida de todos ellos, bendecirlos y entregarlos al Señor en forma digna, humana y cristianamente».

Por último, durante la exposición al Santísimo, el Primado del Perú dio la bendición final a todo el país desde el exterior de la Catedral de Lima, mirando a la Plaza Mayor.

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