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Testigos de Jesús Resucitado desde las heridas de nuestro pueblo

En este III Domingo de Pascua, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia de vivir un cristianismo de testigos, reconociendo las heridas que tenemos y las heridas de nuestro pueblo para encontrar a Jesús Resucitado: «El Señor, desde los pobres de nuestro país, desde las mujeres que trabajan diariamente, nos pide: “¿Tienen algo de comer?”. Y nosotros debemos estar disponibles para compartir lo que tenemos», comentó. (leer homilía completa)

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Desde el inicio de su homilía, el Arzobispo resaltó la importancia de las experiencias compartidas en nuestras vidas como una oportunidad para contar lo que sufrimos, lo que anhelamos y todo lo grande que puede ocurrir a pesar de la desdicha. Esto es lo que nos narra el Evangelio de Lucas (24, 35-48), cuando Jesús decide aparecerse a sus discípulos para alentarlos desde una nueva experiencia:

«Él se presenta en medio de ellos y les dice ‘Paz a ustedes’, pero los discípulos creen ver un fantasma. Esto es sumamente importante, porque a veces respondemos a las buenas noticias con miedo o prefiguraciones. Nosotros también, hoy día, estamos asustados y con muchas dudas en nuestro interior. Cada vez que estamos asustados y surgen dudas entre nosotros, hemos de hacer caso a Jesús y ‘mirar’ sus manos y sus pies», explicó Monseñor Carlos.

El Señor nos invita a ver nuestras propias heridas en medio de la confusión y el susto, para que, profundizando esas heridas, veamos las heridas de Jesús y veamos que está resucitando, ha resucitado y resucita en medio de nosotros.

Profundizar en nuestras heridas es una tarea complicada, porque normalmente huimos de las heridas, indicó el prelado: «en nuestro país tenemos una ‘grieta’ enorme. Necesitamos ‘ver’ dentro de la grieta, dentro del sepulcro, para encontrar la Resurrección, porque ahí están escondidas las causas, los problemas, los intereses, las ambiciones, las locuras, las pasiones, las ideologías y las cosas también que escondemos y que no queremos aceptar», acotó.

El Señor quiere que veamos nuestras heridas cara a cara, que entremos en ellas, porque Él es el herido resucitado, porque Él es el ‘agrietado’ resucitado. Y estamos todos llamados a ‘mirar’ la grieta para encontrar caminos de solución.

En otro momento, el Arzobispo de Lima explicó que, ante la alegría inmediata y el asombro de los discípulos, Jesús toma una actitud más honda. ¿Tienen algo de comer? – les pregunta el Señor: «también el Señor, hoy día, en nuestra grieta nacional, nos habla desde las heridas de las personas que se encuentran en los Andes, en la Selva, en nuestros pueblos jóvenes. Y su herida nos llama a verla y a restañarla diametralmente, profundamente, esa herida nacional, a través de nuestra actitud de reconocimiento de nuestras faltas y errores».

Monseñor Castillo afirmó que el Señor nos llama y nos interpela a través de los que más sufren para conducirnos a la esperanza de superar el hambre, la miseria, la injusticia y los dolores de marginación que tantos peruanos descartados sufren:

Cuando vivimos una tragedia o nos ponemos enormemente pesimistas, o nos hacemos de la ‘vista gorda’ y hacemos una felicidad falsa, frívola, tonta, el Señor nos pide que asumamos la herida para encontrar que allí está resucitando, y así nosotros podemos resucitar.

«La bendición de Dios está presente y quiere la bendición de todos que es la felicidad, pero ciertamente, entrando en lo profundo. No es una felicidad fácil, no es una bendición fácil, no es agua bendita sobre la gente solamente, es recrearnos como pueblo, renacer como pueblo», reiteró el Primado del Perú.

«Ser cristiano es ser testigo – prosiguió Carlos Castillo – Y ser testigo es reconocer las heridas que tenemos para rectificar los caminos que hemos recorrido. Si yo soy un violento, tengo que renunciar a la violencia. Si yo soy encerrado y vivo empecinado, tengo que cambiar. Y si yo tengo que responder a las exigencias de la justicia, tengo que enfrentar el problema y no evadirlo», recalcó.

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