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Bicentenario del Perú: Homilía del Arzobispo de Lima en Misa y Te Deum

La Celebración Eucarística por el Bicentenario de nuestra Independencia contó con la presencia del Presidente de la República, Francisco Sagasti, así como las máximas autoridades de nuestro país.

La Misa y Te Deum fue presidida por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo. Acudieron como concelebrantes: Monseñor Bruno Musaró, enviado apostólico en representación de Su Santidad, el Papa Francisco. También estuvo el Nuncio Apostólico en Perú, Monseñor Nicola Girasoli; el Arzobispo de Huancayo, Cardenal Pedro Barreto; el Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Monseñor Miguel Cabrejos; y los Obispos Auxiliares de Lima.

A continuación compartimos la homilía de Monseñor Carlos Castillo, en el marco de la Tradicional Misa y Te Deum por el 200º Aniversario Patrio de nuestra Independencia.

Homilía de Misa y Te Deum

¿Celebrar?

Celebrar en medio de los prolongados días oscuros de la Pandemia que aún sufrimos, las dificultades económicas, la falta de empleo, y la tensión social y política que hemos vivido. Es venir a celebrar esta Eucaristía del Bicentenario como acción de gracias.

-Acción de gracias al Dios de Jacob por la Patria que nos ha dado.

-A los héroes y heroínas de nuestra historia, excepcionales, significativos, ejemplos, y de todos los días también, héroes cotidianos que siguen fortaleciendo nuestra identidad.

-Gracias a todos los gobernantes y dirigentes que atendieron al bien común de todos los peruanos.

-Gracias por fin, a todo nuestro pueblo que sufre, cree y espera en la promesa peruana.

También oramos hoy por todos los peruanos, sin exclusión de nadie, llamados todos a salir de nuestro mundo pequeño para para pedirle al Señor que nos abra y hermane. Todos sabemos nuestras responsabilidades y nuestros pecados, nuestras virtudes y defectos para con toda la nación. En esta oración por la Patria buscamos aliento y conversión.

¿Celebrar?

Para los cristianos celebrar no es arrebato pasajero, ni superficial, no es una formalidad, tampoco un tiempo para evadir y olvidar, ni recuerdo anecdótico. Celebrar es “memorial”, [1] es decir, participación en la viva actualización, en una nueva circunstancia de la misma realidad que nos generó y nos regenera: el misterio de Jesús como sacrificio de amor gratuito presente en la historia del Perú de cada época, y por tanto, hoy, inicio de nuestro tercer centenario independiente.

Sentimos más adecuado celebrar también así este Bicentenario, movidos por el Espíritu discreto y profundo, sutil y encantador, sencillo y escondido, y a la vez, revelador desde su discreción, como discreto es el Dios de Jacob que se revela cuando bendice a Jacob y al que cantamos en nuestro himno.

Dos mujeres celebran al Dios cumplidor de su promesa.

La celebración, por tanto, es un encuentro de alegría por un motivo fundamental: Isaías la ve en la luz que brilla al pueblo en su camino de oscuridad, y la compara con una cosecha, con un tesoro encontrado, con la liberación del yugo tirano.

En el Evangelio, María encuentra a Isabel y ambas celebran con cantos el compartir sus pequeñas, y sin embargo, grandes alegrías. Ellas, tocadas por el Espíritu de Dios, reconocen las semillas del cumplimiento de la promesa que Dios hizo a David, y que renueva la promesa a Abraham: la bendición mediante un niño salvador. Todavía no han visto toda la realización de la promesa, pero ya se alegran por anticipado. Se alegran por la semilla depositada en su ser, en medio del ser de su pueblo sencillo y pobre. Así son todos nuestros pueblos humildes, esperan en las promesas, identifican los pequeños signos de su llegada, se estremecen de alegría y se disponen a ayudar en su cumplimiento.

Pero esta promesa se cumplió finalmente con un hecho también sorpresivo pero esperanzador, ver a Jesús por los pueblos marginados de Galilea anunciando la cercanía de Dios que ya reina, y mostrándola con signos de amor desbordante.

Paradójicamente, el mayor signo de ese amor fue notorio, público y a cielo abierto: la muerte de Jesús inocente, crucificado por manos de los poderosos, pero aceptada por Él, como dijo el Papa Francisco en el mes de octubre a nosotros: “no por la fuerza de los clavos sino por su infinita misericordia”, [2] colocándose para siempre en la herida de la humanidad y resucitando para revelarnos que su Padre es un Dios que no se venga de sus enemigos, sino que se coloca en la humanidad herida de muerte, para resucitarla desde cada grieta y cada adversidad.

El Papa Francisco y la promesa peruana.

Por ello, el Papa Francisco en el 2018 que nos visitó, nos recordó que somos el país de la “promesa peruana” que ha de cumplirse siendo espacio de esperanza para “todas las sangres”, recordando a Jorge Basadre y a José María Arguedas.

Hoy, sobre todo, celebramos esa esperanza porque aún somos promesa que puede desarrollar y crecer hacia su cumplimiento, el cual está en nuestras manos, pero primero, ha de estar en nuestra conciencia y en nuestro corazón.

Pero es seguro que será un cumplimiento abierto, sorpresivo, novedoso, capaz de interpelarnos y despertar nuestra imaginación y creatividad. No un cumplimiento predeterminado, prefijado, estrecho, como el que proviene de la espera desesperada de lograr nuestros planes obsesivos, nuestras ambiciones de poder y de dinero. No una espera de lo previsible, más bien una esperanza  esperante siempre fresca y sensible a los desafíos de la realidad, de las hondas necesidades del Otro, especialmente del más frágil, vulnerable y marginado.

Esta esperanza permite rectificar nuestros errores y salir de nuestra cerrazón y empecinamiento. Es la mejor ruta a una felicidad nueva que no solo soñamos, sino que adecuamos al sueño que Dios Padre tiene sobre nuestro Perú.

Ese sueño, la esperanza de Dios y su promesa, es la bendición para todos, la felicidad, que se expresa en el cántico de María que proclama con toda el alma la grandeza del Señor. Porque Él ha mirado su humillación y la hará bienaventurada por las grandes obras de santidad misericordiosa, que vendrá de acoger a Jesús en su seno. Ante todo obrará la justicia, derribando a los potentados, y encumbrando a  los humillados, el bienestar, llenando de bienes a los hambrientos y haciendo que los ricos queden con los bolsillos vacíos. Es decir, los volverá solidarios a todos, siempre acordándose de su misericordia y de la promesa hecha a Abraham, de que todos los pueblos serán bendecidos gracias a su amistad con YHWH.

Esta promesa peruana que nos recordó Francisco tiene inmensidad de héroes anónimos, que día a día construyen el Perú, aún a costa de sus vidas, tanto por ayudar en la lucha contra la Pandemia como por violencias injustificables de otros peruanos. De otro lado, son millones de hombres y mujeres, amas de casa, campesinos, trabajadores, empresarios, todos creativos y dinámicos.

Sin embargo, la disposición a la entrega generosa aún no se extiende totalmente como es necesario al quehacer de nuestra dirigencia.

Queremos honrar en esta misa, la memoria de todos nuestros muertos peruanos durante el tiempo de la Pandemia, los miles que se enfermaron por ella, y los que murieron por diversas agresiones violentas. En especial, queremos hacerlo por el personal de salud, el personal militar y policial, el personal de servicio, que perdieron la vida a cambio de cuidar la nuestra. A ellos estamos agradecidos eternamente como peruanos.

Por eso nos ilumina esta palabra del Papa Francisco a quienes hemos llegado a tener una mayor responsabilidad como dirigentes. Decía el Papa: “A quienes ocupan algún cargo de responsabilidad, sea en el área que sea, los animo y exhorto a empeñarse en este sentido para brindarle, a su pueblo y a su tierra, la seguridad que nace de sentir que Perú es un espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos, no para unos pocos; para que todo peruano, toda peruana, pueda sentir que este país es suyo, no de otro, en el que puede establecer relaciones de fraternidad y equidad con su prójimo y ayudar al otro cuando lo necesita”.[3]

El país y la Patria democratica participativa.

Hermanos y hermanas, compatriotas, una gran oportunidad histórica se nos abre cada vez más. El sentido solidario de la fe nos invita a una enorme creatividad social y política, más allá de las ideologías y programas de parte. Debemos estar atentos a la realidad, y ayudar a resolver los problemas a través del aporte de todos, buscando las más justas y oportunas soluciones. La fe nos invita a soñar juntos, dejémonos inspirar por los mejores anhelos del pueblo sencillo que espera en la promesa peruana.

La fe también nos invita a comprender con lucidez ese complejo proceso de realizar, poco a poco, una Patria solidaria, ensanchando la democracia en forma participativa, que se caracterice por escuchar el clamor provinciano y regional. La Patria es un proceso de amor solidario entre pueblos.

En el próximo quinquenio del nuevo régimen político, las autoridades todas estamos llamadas a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para el fortalecimiento del Perú en su economía y en su democracia, en la salud y en la educación. Superemos divisiones bipolares enfrentadas donde desaparece la confianza, dispongamos nuestras voluntades a afrontar dialogando la concreta realidad social. Ella reclama unidad ante la adversidad, puntos de acuerdo lo más amplios posibles – aunque fuesen provisorios – respecto a los grandes problemas nacionales.

Ninguna entidad política puede sustituir la voluntad ciudadana, sino que está obligada a servirla con fidelidad, y llegar acuerdos teniendo en cuenta como principio orientador el bien común. Estamos llamados a dejar de lado los dos absolutos simplificadores que más nos han afectado en estos 200 años: la ambición desmedida de poder y de dinero. En nuestro himno, no rendimos gran juramento ni a la idolatría del poder, ni a la idolatría del dinero, solo lo hacemos “al Dios de Jacob”, misericordioso y solidario. Él, Padre de todos, nos hace hijos y hermanos. Por ello desde la Biblia podríamos decir que “salvo la fraternidad, todo es ilusión”.

Estamos convocados a la vigilancia ciudadana por el bien común. Ella requiere la participación organizada de todos que garantice nuestra felicidad. Aprendamos a tener paciencia los unos con los otros, y a rectificarnos no sólo de nuestros errores, sino también de nuestros delitos.

Nuestra misión como Iglesia en reforma ofrecida al Perú.

Como Iglesia hemos querido entrar también en un proceso de reforma. Unidos al Papa Francisco, estas reformas implican una conversión de nuestra Iglesia al servicio de las necesidades humanas y espirituales de todos en el Perú.

Nuestra mejor contribución como creyentes es el diseño de una Iglesia sinodal, que consiste en una Iglesia comunitaria abierta, que escucha, cuya forma de gobierno es participativo y dialogante entre todos los creyentes. Ella mora en cada rincón de nuestros barrios y pueblos, abriendo paso a la alegría del Evangelio.

Servir al Perú desde nuestra identidad espiritual, sabemos tiene repercusiones políticas pero en sentido amplio, y no al servicio de ninguna posición particular. La Iglesia también quiere unirse a la causa de la promesa nacional como lo hizo en todos los bastos movimientos regionales y provinciales que por fin terminaron llegando a Lima, que se culminó en Ayacucho y que fueron logrando la Independencia, como cuando Jesús desde Galilea llegó a Jerusalén.

Un amplio proceso se está generando en los pueblos de la tierra y una nueva narración brota desde los sencillos de ella que llaman a regenerar, refundar las bases del mundo en el amor. Estemos atentos a escuchar ese clamor. Actuemos todos con sabiduría, reflexión, prudencia y fidelidad, que ello nos lleva seguramente a la paz. Por eso, nuevamente repitamos con San Pablo: “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable y de honorable; todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en aprecio. Pongan por obra todo cuanto han aprendido y recibido y oído y visto… y el Dios de la paz estará con Ustedes.”[4]


[1] CIC: 1362-1372. Cfr Éxodo 12, 14.

[2] Papa Francisco, mensaje por el Señor de los Milagros octubre 2020.

[3] Discurso de Francisco en el patio del Palacio de gobierno, enero 2018.

[4] (Cf Filipenses 4,8)

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