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Misa por la Nación: «Hagamos grande nuestro Perú»

«Las bases del verdadero poder son el servicio y el bien común, especialmente a los más necesitados. Y ése es el criterio para construir una Patria llena de esperanza y de alegría, aprendiendo a rectificar en el camino, aprendiendo a dar pasos y a construir nuevas relaciones con todos los que tienen buena voluntad». Con estas palabras de convocatoria a la concertación nacional, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, presidió la Celebración Eucarística en especial intención por la salud y el bienestar de nuestro país.

Junto a la imagen del Señor de los Milagros, la Misa por la Nación celebrada en el Santuario Las Nazarenas, contó con la presencia del Presidente de la República del Perú, Sr. José Pedro Castillo Terrones; la Presidenta del Poder Judicial, Dra. Elvia Barrios Alvarado; la Presidenta del Consejo de Ministros, Sra. Mirtha Vásquez; el Alcalde Metropolitano de Lima, Jorge Muñoz Wells, ministros de estado y congresistas de la República.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo – Misa por la Nación (leer PDF)

Este año del Bicentenario de nuestra Independencia, celebramos el mes Morado, y allí el día de Oración por la Nación Peruana, esta vez bajo el lema “Hagamos grande nuestro Perú”.

Pedimos a nuestro Señor de los Milagros nos inspire para que la grandeza de nuestra Patria consista, sobre todo, en el don preciado de un corazón grande para amar, que se suscite en cada peruano y peruana, y en todos nosotros como pueblo verdaderamente libre, es decir, libre para amar y servir al bien común, en especial al bien de los mas débiles y marginados.

Pidámosle nos de aquel corazón misericordioso que Jesús, desde la cruz, aceptó la muerte, y no se quedó allí, como dijo nuestro Papa Francisco en el mensaje del año pasado, “por la fuerza de los clavos, sino por su infinita misericordia”, alejando de nosotros la imagen de un Dios que amenaza, y más bien, inaugurando en la humanidad la era del Dios Padre, dador de amor gratuito, por medio de su Hijo que entregó el Espíritu, gracias al cual comenzó hace más de 20 siglos la regeneración de la humanidad, como hija y para hacerse hermana por la fuerza de la fe.

Cuando murió Jesús en la Cruz, la vida de Israel no era fácil, como no lo es nuestra vida de hoy. Tampoco, hoy como ayer, en Jesús “no tenemos un sacerdote incapaz de padecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”.

Su contribución más grande, lejos del sacerdocio de la Antigua alianza fue la ser plenamente sacerdote laico – laico viene de la palabra laós, que significa pueblo – es decir, donante en sacrificio de su vida por compasión y sensibilidad ante el sufrimiento ajeno de su pueblo.

No tiene pecado Jesús, pero eso no lo hace sentirse ni creerse superior, ni actúa mirando desde las alturas del poder y la gloria, con desprecio, la vida del pueblo debilitado, sino que desde dentro de él, sin arrogancia y sin vanidad, se inscribe para podernos acercar sin miedo a Él, confiados, porque nos ama, en especial a los más pequeños.

Podemos acudir alegres a este trono de la gracia que, paradójicamente, es su cruz, ese impresionante trono que levantamos y paseamos por nuestras calles en condiciones normales, y al que seguimos para alcanzar, no sólo el ser perdonados, sino también para recibir la capacidad de perdonar, de amar y tener sensibilidad misericordiosa con todos, y en especial servir a los que más sufren, como dice el texto de hoy, “para su auxilio oportuno”.

Nuestra humanidad peruana está fuertemente golpeada. Las tensiones de una época de crisis global que exacerba los ánimos y nos impulsan a creer machaconamente en nuestras ideas prefabricadas, en nuestros ínfimos y diminutos intereses de grupo, en nuestros mezquinos prejuicios y costumbres, proyectos, planes, ambiciones y estrategias, que nos hacen creernos posesores de la verdad, de la solución, de la luz, y de la salvación, y lo peor, nos impulsan a  imponernos con artimañas, manipulaciones, intrigas, maquinaciones, mentiras, agresiones, e incluso armas; contrastan con el amor del Señor.

En el Evangelio de hoy, los mismos discípulos de Jesús se pelean por colocarse primeros en el poder y se lo piden nada menos que al servidor de la humanidad…Pero como dice Jesús: “no saben lo que piden”.

No es cualquier petición, no es la petición propia de momentos normales en que reclamamos el derecho natural de ser reconocidos como personas dignas.

Los hijos de Zebedeo hacen una petición ambiciosa y desesperada, en medio de una típica situación dramática humana y social, para Jesús y para su pueblo: traman los poderosos, tramaban la muerte de Jesús y el fin de un camino esperanzador.

Las situaciones de crisis desesperan a las personas y desbocan las falsas o locas ilusiones. Y en estas situaciones, surgen deseos desmedidos: dicen los discípulos: “¡Queremos que nos concedas cualquier cosa que te pidamos!”

Jesús escucha lo que dicen, y se pone a su disposición, se abre a comprender la demanda. Cuando Jesús va a entender que sus propios discípulos han sustituido la belleza de la cercanía del Reino del amor, por la ambición del poder político, y por eso, es que desean si medida ser príncipes, y piden sentarse junto al Rey, uno a la derecha y otro a la izquierda, cuando Jesús comprende esto, lo hace porque sabe que en crisis dramáticas, curiosamente, nos emborracha, no el deseo de dignidad para todos, sino el deseo de poder desmedido, absoluto, y marginalizador. Nos creemos dioses. Y somos capaces de anteponer “mi” plan, “mi” ambición, “mi” primer lugar, “mi” programa, “mi” ideología, “mi” grupo, “mi” costumbre, “mi” prejuicio, “mi” carácter, “mi” odio, “mi” deseo, en lugar del bien de todos, y sobre todo, del bien de los mas humillados.

Las situaciones dramáticas, nos hacen perder la cabeza, porque hemos perdido el sentido, el corazón, y por ello también, las razones del corazón, hemos perdido lo elemental, la sabiduría que pedía Salomón a Dios y que estamos llamados también a pedir todos: “un corazón atento para realizar la justicia en tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”.

Los discípulos no pedían este corazón inteligente, pedían con desesperación el poder por el poder.

…“¡No saben lo que piden!”. El primer lugar… para mi….¡No saben lo que piden!

Jesús, que ve la honda locura en que han entrado sus discípulos, los quiere ayudar. Quiere llevarlos al fondo del drama que está ocurriendo para que recapaciten, para que bajen a la realidad.

“¿Podrán beber el cáliz que me están preparando mis enemigos, y el bautismo de sangre que se me viene?”, dice el Señor. Y los vuelve a meter en el drama para que pisen tierra.

El “principio realidad” de lo que realmente acontece dramáticamente, y que tanto ama el Papa Francisco, es un principio para dejar de imaginarnos castillos en el aire, locas ilusiones que nos contaminan, mentiras que nos creemos a ciegas, pretensiones inalcanzables que perseguimos, abolengos que no tenemos, glorias que están solo en nuestra imaginación y amenazan nuestra sensibilidad, nuestra intuición, nuestra creatividad, nuestra poesía y capacidad critica, nuestra lucidez.

Así, en los momentos difíciles de las crisis dramáticas, nos creemos lo máximo, nos obcecamos y despreciamos a los demás. Pero Jesús nos baja de las nubes: ”¡No saben lo que piden!” ¡Han perdido el norte!

Ya en la realidad, caídos de su nube, Santiago y Juan confiesan su voluntad de seguirlo y responden: “podemos”, “podemos beber el cáliz”; “podemos bautizarnos con tu bautismo”. Pedro también le decía: “Te seguiré hasta la cárcel y la muerte”.

Ponen toda su confianza en sí mismos. Esto es solo una promesa sincera y una ilusión también – que a la larga se cumplió porque todos ellos murieron mártires – pero que en lo inmediato no se dio, porque abandonaron al Señor que decían seguir.

Jesús es respetuoso de la intención sincera que le declaran y no se las recrimina. Aquí solamente Jesús les advierte, en una previsión honda, que seguramente era verdad que lo acompañarían tarde o temprano en el sufrimiento solidario.

Pero Jesús desactiva lo mas importante: la loca ambición del poder por el poder, sin sentido y llena de ceguera. Les dice:“el lugar en que piden sentarse ya está reservado”, es decir, llegaron tarde. Y además les dice: “a mi no me toca concederlo, no está en mis manos….”, es decir, ¡Mala suerte!

Esta ironía de Jesús nos recuerda cómo la alegría permite abrir un nuevo camino. El Señor bromea con ellos para ir al fondo. Y Jesús desmonta nuestro afán desesperado porque quiere educarlos, educar a sus discípulos y educarnos a todos y a todas, y más a su Iglesia.

Jesús quiere que no perdamos el sentido de la realidad y nos dirijamos a donde es adecuado y justo ir. No a donde nuestras desesperadas ilusiones nos llevan, es decir, a la locura, al caos.

La cosa es seria porque los otros diez discípulos están en la misma loca ilusión: ¡Estaban indignados contra Santiago y Juan!”, típica disputa de poder. Propio de la situación de crisis dramática es el peligro de la locura generalizada. Y por ello, Jesús la desmonta, y en medio del momento crítico educa con paciencia:

“Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, pues el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor. Y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea esclavo de todos; que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por la multitud.”

El Señor no nos dice que no pretendamos ser los primeros, pero para servir y no para ser servido. Este camino que Jesús siguió en la Cruz nos sigue recorriendo hoy día en nuestros quehaceres diarios, especialmente en quienes tenemos responsabilidad en el país. Dejémonos interrogar y resucitar por las palabras de Jesús:

“No será así entre ustedes”, mucho más si somos creyentes, pero también eso va para todos. Las bases del verdadero poder son el servicio y el bien común, especialmente a los más necesitados. Y ése es el criterio para construir una Patria llena de esperanza y de alegría, aprendiendo a rectificar en el camino; aprendiendo a dar pasos y a construir nuevas relaciones con todos los que tienen buena voluntad, se irradia la sensibilidad que permite que tengamos un ancho corazón para servir, para amar y para reconstruir todas las heridas que todavía nos quedan en nuestro amado Perú, amado también por el Señor, con la generosidad del Señor de los Milagros.

Que Dios los bendiga, los acompañe y nos acompañe a todos. Amén.

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