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Sermón de las 7 Palabras: Todas las reflexiones del Viernes Santo

Este Viernes Santo, el tradicional Sermón de las 7 Palabras congregó a cientos de fieles en el Santuario de las Nazarenas. Este año, los predicadores elegidos fueron agentes pastorales de nuestra Arquidiócesis, sacerdotes, religiosas, un matrimonio de la Pastoral Familiar y el coordinador arquidiocesano de la Pastoral Juvenil.

A continuación, compartimos las reflexiones que nos dejaron cada uno de los predicadores:

Primera palabra:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»

Monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima y Primado del Perú

Estas primeras palabras de Jesús (apenas ha sido crucificado), nos muestran que Jesús, desde que fue engendrado, estaba envuelto en el amor misericordioso de su Padre generador por amor. Jesús fue generado en María para perdonar todos los males de la humanidad, para ayudarla a encontrar el sentido de su existencia en la tierra.

Él fue engendrado y nació de María para una misión perdonadora, para derramar la gracia, es decir, el amor gratuito que perdona sin medida y que no pide ni exige nada a cambio. Él, que hizo siempre el bien y que es el inocente crucificado, no tiene en cuentra nuestros delitos. Nos ama porque somos hijos, como Él, de su Padre.

Por eso, en el momento en que consuman la sentencia injusta, y ya estando en la Cruz, no solo perdona a los trabajadores que lo han levantado, ni solo a los malhechores que fueron crucificados con Él, ni solo a los soldados que se reparten sus vestidos y los echan a suertes, ni solo a los magistrados que hacen muecas y lo desafían a que demuestre que es el Cristo de Dios o el Rey de los judíos salvándose a si mismo. Él dice: «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen», es decir, es un perdón dirigido a toda la humanidad, la que camina en sus quehaceres, inconsciente del sentido por el cual hemos sido creados, y actúa en la mayoría de las veces por ignorancia inmediata o profunda, sin saber lo que se juega y se arriesga en cada paso de su vida.

En efecto, los humanos actuamos, sobre todo, por necesidad de supervivencia, e incluso, siendo a veces necesidades elementales, podemos no darnos cuenta de que, a veces, buscamos el pan y el vestido a cualquier precio. Tratamos de que no sea así, en la mayoría de los casos, pero hoy sabemos que se ha extendido en el mundo, un modo inhumano de obtener recursos que pone en riesgo las vidas de las personas, incluso, las nuestras. También actuamos por los cálculos e intereses, deseos y apetencias, impulsos y proyectos que provienen, no tanto de la necesidad sino de planes, donde se juega, sobre todo, la apropiación de bienes y dinero, y no
sabemos lo que hacemos, cuando no medimos que esos planes afectan la vida de otro y nos estamos aprovechando en demasía y, a veces, injustamente.

No sabemos lo que hacemos, además, cuando sumidos en las costumbres que aprendimos, recurrimos a ellas como si fueran sagradas. A eso, varias veces, nos hemos referido cuando actuamos porque «‘así será, pues, padrecito», sin ver
el mal que implican: por ejemplo el maltrato a la mujer, que la considera un objeto de uso, el machismo desenfrenado, el desprecio por quien no piensa como siempre se ha pensado, o que no piensa de acuerdo con mi ideología. O los prejuicios racistas que vienen, en mucho, de herencia colonial; o pensar y propagar que todos los migrantes deben estar bajo sospecha.

No sabemos lo que hacemos cuando, como el Sanedrin y los magistrados judíos, así como los gobernantes romanos y Herodes, quienes sentencian y admiten la sentencia de un inocente, y se encuentran con la sorpresa de que habían sentenciado a Dios. Los que llegan a tener poder y son poderosos en el mundo, pueden emborracharse con el poder, se pueden creer incuestionables, incriticables. Y eso, va para todos los que somos dirigentes,todos los que dirigimos una comunidad, una hermandad, un país, una sociedad, una empresa, por costumbre, que también implica nuestra participación, dejamos hacer porque es el que dirige y lo endiosamos.

«Padre, perdónalos», Jesús no nos esta diciendo: Padre, «borrón y cuenta nueva». Él está diciendo «borrón y vida nueva», vida que acoge su perdón gratuito, pero que llama a recapacitar, a rectificar, aprendiendo a ser consciente del sentido de lo que estamos haciendo. Borrón y vida nueva, basada en una fe consciente que asume la responsabilidad y rectifica, devuelve bien por mal, reordena en base al respeto, desiste y reconoce las causas y, también, aprende a pedir perdón a quien se ha dañado, y restituye los daños del mal hecho, investiga las causas y aplica la justici con misericordia suficiente para que la personas y los suyos cambien a mejor.

«Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen», es una gracia para aprender pedagógicamente a borrar poco a poco todo lo malo que hacemos y empezar una vida nueva basada en ese amor gratuito como ha sido la vida del que no tiene pecado, que se hizo pecado para que comprendamos el sentido que Él sólo nos podía revelar. Y, por eso, antecede Jesús: “Padre, perdónanos, porque no saben lo que hacen”.

Dios es nuestro Padre, somos sus hijos, y Dios sabe muy bien que nos hizo para ser hermanos. Dios no descansará de estar en la Cruz, como dijo el Papa a todos nosotros: “Clavado, como nuestro Señor de los Milagros, en la Cruz, no por la fuerza de los clavos, sino por su infinita misericordia”. Ese Padre persiste e insiste que, a través de la generosa decisión de amarnos, nos hará a todos generosos y generadores de una vida nueva y de un Perú nuevo.

Segunda Palabra:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”

Julio Combe y Mary Espinosa (Matrimonio de la Pastoral Familiar)

«Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”»

Compartían con Jesús el suplicio de la Cruz dos hombres condenados a muerte, pero uno de ellos, quien ya no tenía esperanzas de salvarse, toma la decisión firme y de corazón de arrepentirse y mira a Jesús y le suplica con sinceridad: “Señor acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.

El pecador, a pesar de su miseria, tiene el poder de tomar decisiones y optar, con arrepentimiento sincero, entrar al Reino de Dios, Reino que Jesús nos mostró de manera especial a través de parábolas. Jesús nos decía que el Reino de Dios es semejante a un granito de mostaza que, sembrado en el corazón del hombre, crece y produce frutos de vida nueva, buscando la transformación del mundo; Jesús también nos decía que el Reino de Dios es semejante a un tesoro escondido, y cuando alguien logra encontrarlo, vende todo cuanto tiene para quedarse con él, porque es el tesoro que necesitamos encontrar, valorar y difundir en el mundo.

El ladrón que acompañaba a Jesús en su suplicio albergaba en su corazón, esa semilla de mostaza de la cual hablaba Jesús y anhelaba encontrar ese tesoro escondido. Su arrepentimiento hace que la semilla brote y que encuentre el tesoro y a pesar de que está casi al final de su vida, Jesús escucha su arrepentimiento sincero y mostrando su compasión y lo perdona, aún en el momento de dolor de la cruz, como un Padre generoso y acogedor, decide brindarle las palabras que le abren el Paraíso. Hasta el último minuto de nuestras vidas, tenemos la esperanza del perdón.

Encontrar nuestra vocación y seguirla es una decisión. En nuestro caso, haber formado una familia, fue una decisión que se inició con el amor que nos profesamos en el momento de decir: “Sí, te acepto para amarte todos los días de mi vida”, aceptamos la tarea de formar y crecer juntos como familia, aceptamos construir una vida nueva en la que ya no somos seres individuales, sino seres que se complementarán para buscar la transformación del mundo. Esta transformación del mundo empezó en nuestro entorno: con nuestros padres, hermanos y posteriormente con nuestros hijos.

La Familia es el espacio acogedor que forma a los seres que están a su alrededor y se convierte en la sede de la cultura por la vida. La Familia, hasta el último minuto al igual que Jesús en la cruz, tiene la capacidad de enseñar y cultivar en los hijos a través del ejemplo, el respeto a la dignidad de las personas. Esto empieza por nosotros mismos, por querernos y respetarnos, entendiendo que nuestro cuerpo es templo del espíritu santo y no tenemos que dañarlo. Si nuestra familia nos enseñó a amarnos, será más sencillo amar al prójimo, a quien debemos apoyar en momentos de adversidad y dolor, y bajo cualquier circunstancia, respetar su dignidad como persona e hijo de Dios, lo que implica respetar sus derechos como seres humanos, para finalmente, cuando la vida de padres, abuelos, tíos se va apagando, devolver con amor los cuidados que nos prodigaron en la infancia.

La familia, como santuario de la vida, es capaz de protegernos de las amenazas que enfrentamos como la discriminación, el Bull ying, los problemas de salud mental, la trata de personas, el maltrato a los enfermos y ancianos, que desencadenan situaciones de muerte como el aborto, los asesinatos, el feminicidio, el abuso de la fuerza, los suicidios y la eutanasia.

Jesús, a partir de sus enseñanzas públicas, nos muestra el Reino de Dios como un Reino que da vida, misericordia y perdón hasta el último momento. Y éste último momento lo demuestra en la cruz. Jesús da testimonio, el testimonio último y definitivo, la revelación suprema, de que Dios quiere salvar a los hombres que deciden por la conversión y por la Fe, pero por, sobre todo, la salvación por la pura gracia, tan solo por ser hijos de Dios. La salvación por tener la dignidad de ser humano.

Los ladrones que son crucificados con Jesús representan dos posiciones: luz y tinieblas, fe e incredulidad, libertad para decidir entre lo uno y lo otro. Uno de los ladrones prefiere quedarse en la tiniebla, en el error de sus faltas. El otro, al ver morir a Jesús, encuentra la luz, suplica con fe y pide misericordia, arrepentido de corazón por sus faltas. Jesús, mirándole seguramente con inmensa ternura, ve en él a un pequeño, a uno a los que Él había dicho que el Reino de Dios es un tesoro escondido, es un ladrón que quizás cometió faltas contra la vida, pero que supo escuchar con el corazón y a quien se le reveló el Evangelio de la Gracia en el último momento de su vida.

En el día a día siempre nos enfrentamos a situaciones complejas y debemos tomar decisiones. Decidimos por una cultura de muerte que nos sume en el individualismo, la superficialidad, el consumismo, los vicios, el desperdicio, la falta de respeto a nuestros hermanos y el menosprecio de sus vidas o podemos decidir por una cultura de vida, por el cuidado de nuestra casa común y el respeto por nuestros hermanos y hermanas. En nosotros está ser esas personas que optan por encontrar la conversión sincera y la Fe en una cultura de vida amparada y cuidada por la familia.

Para nosotros como familia, optar por una cultura de vida significa permanecer y estar para nuestros hijos, decirle no a la discriminación en todas sus manifestaciones, preocuparnos por la salud mental de las personas de nuestro entorno, prestarles apoyo y comprensión, aceptar que somos diversos, enseñando sobre el respeto a la dignidad de las personas y el cuidado de nuestros enfermos y ancianos. Pero por, sobre todo, continuar hasta el último momento en nuestra función de acogida a los seres que nos necesitan.

El Paraíso nos lo muestra Jesús con los valores proclamados en el Evangelio: la entrega sin límites, la honestidad, la verdad, el servicio, la compasión con los más necesitados y el perdón; Él es el camino, la verdad y la vida. Así lo descubrió el ladrón arrepentido al final de su vida.

Tenemos 22 años de casados y dos hijos varones, Miguel de 18 años y José de 5 años. Durante estos años juntos, como pareja y como familia, nuestro día a día implica tener una capacidad amplia de perdón y comprensión frente a situaciones desde lo más domésticas como olvidé ordenar la habitación, no hice la tarea o me olvidé de avisar que iba a llegar tarde luego del trabajo, hasta situaciones que consideramos más complejas, como lidiar con la influencia externa que puedan tener nuestros hijos, sobre todo cuando son mayores y asisten a la universidad, y que de alguna manera cambian su manera de pensar, alejándolos un poco de aquellas cosas que les hemos inculcado. Al igual que Jesús, que es paciente y espera que nos acerquemos a Él, nosotros estamos aprendiendo a ser pacientes y esperamos que las decisiones que tomen los lleven a ser mejores personas.

San Francisco de Asís nos decía: “Hemos sido llamados a sanar heridas, unir lo que se ha derrumbado, a traer a casa a los que se extraviaron”.

Señor, gracias porque estás dispuesto a darnos el Paraíso, la felicidad a los pobres de espíritu, a quienes tiene hambre y sed de la justicia, a los misericordiosos, a los que tienen el corazón limpio de odios y mentiras, a los que trabajamos por forjar la paz y una cultura de la vida.

Tercera Palabra:
«Mujer, he aquí a tu hijo. He aquí a tu madre»

Matilde Ancco, religiosa de la congregación Hijas De San Camilo

Jesús viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí dijo a su madre “mujer ahí tienes a tu hijo y al discípulo “ahí tienes a tu madre”.

Era la última donación de Jesús antes de su muerte, nos dio a su madre como madre nuestra. María contempla a su hijo en un estado de dolor, que humanamente no se puede soportar, ¿cómo estaría el corazón de esta madre?

Jesús antes de entregar su espíritu al padre, quiere aliviar la orfandad del discípulo y aliviar la soledad de María primera seguidora fiel de Jesús que desde el principio fue advertida por Simeón,” una espada atravesara tu corazón”, palabras que guardaba y meditaba en su corazón de madre.

En esta escena dolorosa, contemplamos el triunfo de la providencia de DIOS, que, desde la creación, lo cuido en momentos tan dolorosos de la historia de salvación, con mano firme, con corazón maternal de Dios, saco al hombre del abismo del pecado, dando nueva vida, una y otra vez, cual madre amorosa nos auxilia y nos muestra el camino para llegar a la patria eterna.

Jesús nos dio una madre providente, madre firme al pie de la cruz, que se cruzan miradas de angustia, de dolor con su hijo, pero también palabras de confianza pues Jesús sabe que Juan cuidara de María, sabe que la cuidaremos y la amaremos a María, aprendamos a ser discípulos fieles de Jesús, acogiendo sus consejos para andar por la senda correcta que hoy más que nunca le cuesta al hombre de estos tiempos vivir en honestidad, en la verdad, en el sacrificio, en la abnegación de virtudes cristianas, aprendamos de María a respetar la vida a protegerla evitando la promulgación de leyes que atentan contra ella.

Debemos sentirnos discípulos dichosos al tener algo propio de Jesús su santa madre como madre nuestra, su puesto de madre en la iglesia será para siempre: desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Aquella es la hora de Jesús, que inaugura con su muerte redentora una era nueva hasta el fin de los tiempos. Desde entonces si queremos ser cristianos, debemos ser cristianos, debemos ser Marianos para ser buen cristiano es preciso tener un gran amor a María. La obra de Jesús se puede resumir en dos maravillosas realidades: nos ha dado la filiación divina haciéndonos hijos de Dios, y nos ha hecho hijos de Santa María.

La Virgen ve en cada cristiano a su hijo Jesús. Nos trata como si en nuestro lugar estuviera Cristo mismo. ¿Cómo se olvidará de nosotros cuando nos vea necesitados? ¿Qué no conseguirá de su hijo en favor nuestro? Nunca podremos imaginar, ni de lejos, el amor de María por cada uno. Al participar en la Santa misa “en el sacrificio del altar, la participación de Nuestra señora nos evoca el silencio recatado con que acompaño la vida de su Hijo, cuando andaba por la tierra de palestina así también acompaña en el sacrificio continuo de la trinidad; por voluntad del Padre, cooperando con el espíritu santo, el hijo se ofrece en oblación redentora. En ese insondable misterio, se advierte como entre velos el rostro purísimo de María: hija de Dios Padre Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo.

Ayer hoy y mañana María al pie de la cruz nos enseña a amar, a sacrificarse, a disculpar, así son las madres que tienen muchas cargas que llevar, madres que tienen que trabajar incluso como un varón, con fortaleza, madres fragmentadas.

Madres que llevan cruces dolorosas al contemplar como en este mundo hay personas de maldad que llevan a la muerte lenta a sus hijos sumergiéndolos en el mundo de las drogas en diversas formas, en mi campo de servicio desde un centro de salud, contemplo a tantas madres que vienen  con el corazón destrozado al querer salvar a sus hijos de una enfermedad, que algunas veces no tiene cura, madres que suplican oraciones por un hijo enfermo, madres que suplican una referencia a especialidades en el hospital, madres agotadas por los años que llegan solas sin la compañía de un hijo; y disculpan la ausencia de su hijo o hija.

Al contemplar a María al pie de la cruz de su hijo me viene a la memoria aquella madre de rodillas al pie de la cama de su hijo en un hospital al fondo de un pabellón que sufría indeciblemente que se aferraba a la vida, cuerpo destrozado que tenía pocas probabilidades de vivir pues había sido asaltado y por defenderse lo apuñalaron en la parte abdominal, en el pecho, joven con solo 19 años de vida hijo único bañado en fiebre y la madre lo secaba constantemente y susurra al oído al hijo “hijito la madrecita de Guadalupe te va a curar le pedirá a su hijo Jesús”, mujer tan sencilla pero confiada en Dios, así es Santa María que desde su “FIAT” estuvo firme ante el proyecto de Dios.

Con ella podemos ofrecer toda nuestra vida, todos nuestros pensamientos, afanes trabajos, acciones, amores identificándonos con los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.

Seamos como el discípulo amado que acogió a Santa María con tanto cariño pues amaba a su Hijo Jesús este es el camino para ser de verdad discípulos de Jesús. Que nunca olvidemos cuán importante es Santa María en nuestra vida. Un verdadero cristiano debe imitar a Jesús por lo tanto debemos amar a María con radicalidad.

Acoger a María como madre es un camino exigente, la verdadera devoción a Santa María exige en nosotros una vida santa, esforcemos en por cuidar nuestra alma y no pactar con el pecado. Como María estamos llamados a tener el buen olor de cristo.

Jesús jamás nos abandonará, en nuestros momentos de dolor de angustia de soledad nos dirá “ahí tienes a tu madre, seamos agradecidos siendo discípulos fieles.

Cuarta Palabra:
«Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?»

Padre Arturo Alcos, decano del Decanato 2 (Párroco de la Parroquia Sta. Magdalena Sofía Barta, de El Agustino)

Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.

Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Elí, Elí, lama Sabactani? Que quiere decir: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”  

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz.

Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.

Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre.

Y si la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre.

Jesús en la Cruz, fue abandonado por todos, excepto por María su madre, por Juan y por unos pocos discípulos. Sus palabras, sus gestos, su doctrina habían desconcertado a muchos. Los jefes del pueblo lo habían rechazado; las gentes sencillas habían pedido su condena. Un discípulo lo traiciona, otro lo niega y casi todos huyen y lo dejan solo ante el suplicio de la Cruz. Se cumple así la profecía: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. Al final Jesús se queda solo y en soledad. ¿También lo abandona Dios, su Padre? De ningún modo.

El Padre nunca desamparó ni abandonó a su propio Hijo en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. 

Las palabras de Jesús no eran blasfemas, Las palabras de Jesús manifiestan su angustia profunda, pero reflejan también su oración confiada. Jesús ora y cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone en las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él.  Jesús sabe que su Padre le responderá a su tiempo y en su momento. Por eso, Jesucristo no fue derrotado, ni acabó en un fracaso total, ni sucumbió a la desesperación. En medio del dolor, Jesús espera, confía en el Padre. 

Es verdad que Cristo pasó por la cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo para Jesús una mañana de luz y de vida: mañana de resurrección. A Jesús le esperaba la vida divina que sólo Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús.

Jesús fue obediente a su Padre. Así lo expresó “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Más tarde dirá a sus discípulos que su vida está puesta bajo el signo de la obediencia al Padre: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”. Y otro día, en el huerto de Getsemaní, suplicó a su Padre “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. San Pablo años más tarde dirá: “Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”. A la luz de toda la vida y ministerio de Jesús podemos afirmar que Jesús se mantuvo siempre fiel y obediente a su Padre.

También nosotros hemos de pasar algún día por el sufrimiento y la muerte. Hagamos nuestra la experiencia de Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos jamás de él. Confiemos en Dios que no abandona nunca a sus hijos y siempre llega a nuestras vidas. Así lo expresa confiadamente el salmista: “El Señor es mi Pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.

Nuestro Dios no es Dios de abandonos, sino de encuentros. Nuestro Dios es el Dios que dice: “Mira, yo estoy llamando a la puerta. Si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” .

Dios jamás abandona a los hombres. Somos los hombres los que nos alejamos de Él, los que le damos la espalda, los que fingimos ser ciegos y sordos ante sus llamadas. Así como Dios no abandonó a su Hijo en la cruz del Gólgota, tampoco deja o desampara a los que hoy están clavados en la cruz del sufrimiento:

Dios no ha abandonado a los millones de pobres que sobreviven en las periferias existenciales.
Dios no ha abandonado a los que buscan trabajo y mejores condiciones de vida.
Dios no ha abandonado a los que por culpa del egoísmo y de la ambición deben trabajar en condiciones injustas e indignas.
Dios no ha abandonado a los que ven disminuidos sus salarios y pensiones por perversas reformas legislativas.
Dios no ha abandonado a los enfermos a quienes se les vulnera su derecho de acceso a los servicios de salud.
Dios no ha abandonado a las víctimas de la violencia, delincuencia y subversión.
Dios no ha abandonado a los que soportan en estos momentos las inundaciones y huaycos en el norte de nuestro país.
Dios no ha abandonado a los que sufren las guerras y sus consecuencias.

El sufrimiento de Cristo simboliza el sufrimiento del ser humano. Jesús, en la agonía de la Cruz, experimenta en su alma los efectos del pecado de la humanidad, es decir, experimenta la ruptura de la comunión con Dios. Desde la Cruz veía a todos los hombres y mujeres que sufrirían:

Sintió en sus propias llagas las infinitas llagas de todos los cuerpos que serían torturados por el hambre y la miseria.
Sintió las heridas que son consecuencia de la injusticia y la crueldad, el dolor de las llagas de los encarcelados, de los rechazados y despreciados por la misma sociedad.
Sintió en su pecho el dolor que siente un anciano cuando es olvidado por los suyos.
Sintió en la piel, el ardor de todos aquellos que serían marginados por su raza. Y esas voces, desde el silencio se unían a la de Jesús diciendo: ‘Señor, Señor… ¿Por qué me has abandonado?

Jesús, Más que sentirse abandonado por Dios, hoy, se siente abandonado por todos nosotros que lo rechazamos, que hemos olvidado su amistad y que dio la vida por nosotros y no queremos aceptar su salvación. Él siente en su propia carne el dolor de nuestros pecados, los tuyos y los míos; y ese fue el precio por nuestra redención. Nos toca decir: “Sí, Señor, lo reconozco; fue por mí, por mis pecados que estás en la cruz”.

Este es el sentido de la cuarta palabra de Jesús en la Cruz, es la de redimir al hombre en su totalidad destruyendo el pecado y la muerte, infundiendo nueva vida, su propia vida, la vida de la gracia, la vida eterna.  No nos sintamos abandonados, Él está con nosotros, por nosotros y para nosotros. Pidamos, pues, poder vivir bajo su amparo y con el amor del Padre.

ORACIÓN: Señor Jesús, amado hermano, Tú, que experimentaste el dolor y la soledad ayúdanos a encontrarte siempre presente en nuestras vidas y que no tengamos más esa sensación de abandono. Tú, que nos pides aliviar el sufrimiento de los hombres, muéstranos el camino. Señor, ten piedad de nosotros y de todos los corazones agonizantes. Que tu inmenso amor nos acompañe siempre. Amén.

Quinta Palabra:
«Tengo sed»

Sr. Jesus Palomino, laico. Miembro del Consejo Directivo del Movimiento por un Mundo Mejor

En esta quinta palabra, vamos a reflexionar sobre el sentido de la palabra: “Tengo sed”, que pronunció Jesús. 

Jesús tiene una sed inmensa, tremenda, ha sudado, ha transpirado muchísimo, ha derramado sangre también. Los médicos no dicen que, cuando hay esta deshidratación en el ser humano, los músculos se contraen, los miembros se acalambran y, entonces, el dolor se hace tremendamente inmenso. Pero no es solamente el dolor, sino que la sed también es agobiante, es tremendamente dolorosa, pero eso es la sed, el sufrimiento de Jesús, en cuanto hombre, en cuanto persona.

Sin embargo, la sed de Jesús es mucho más profunda, la sed de Jesús tiene sed de almas y, para eso, vino a este mundo, para salvar a todos y que ninguno se pierda. 

En esta Semana Santa, debemos preguntarnos si verdaderamente nosotros amamos a Dios o somos indiferentes al amor de Dios. Reconocer en nuestra vida el amor de Dios exige cambiar de mentalidad, para renacer a un nuevo estilo de vida, dejarse amar por Dios. Esta es la primera sed que tiene Jesús.

La segunda sed que tiene Jesús en la Cruz, es precisamente que quiere que se realice, en el mundo, el Reino de su Padre. Jesús es un apasionado del Reino de Dios, es un apasionado de la Gloria de Dios, Él pasó por el mundo predicando la llegada del Reino, y puso como condiciones para entrar a ese Reino, la reconciliación conmigo mismo y con el hermano, la renuncia al pecado y la necesidad de renacer a una nueva vida para, de esta forma, ir delineando una nueva convivencia humana acorde con el corazón de Dios.

Pero, también, a través del tiempo, Jesús se adelanta a los tiempos, se descubre como una sombra de muerte que ennegrece la vida de los pueblos de la humanidad, la misma que atenta contra el proyecto de Dios en el mundo, un tiempo que está marcado por grandes cambios, un tiempo en donde se relativiza la verdad, se relativiza la fe, la ética y la moral; un tiempo donde la injusticia se ha instituido como un cáncer maligno, que va corroyendo todo el cuerpo social.

Jesús quiere un mundo donde la gente viva como hermanos, en fraternidad y en solidaridad. Jesús anhela una humanidad nueva, una humanidad que decida ser la Gloria y alabanza suya, y que le sirve en santidad.

Por eso, es necesario, ir creando instancias de participación, desde una iglesia misionera. Y todo bautizado, todo miembro de la iglesia, es también, por naturaleza, misionero. Este es el gran sueño de Jesús y este es el gran sueño que esta Arquidiócesis de Lima ha asumido en su proyecto pastoral, y que quiere hacerlo en unidad, quiere hacerlo en fraternidad, con la participación de todos.

La sed de Jesús expresa las sequedades más profundas de nuestra alma, de nuestra vida y, también, de nuestra historia. Nuestro pueblo tiene hambre y sed de Dios, y Jesús quiere saciar esa sed de nuestro pueblo invitándonos a trabajar junto a Él para hacer realidad esto.

Sexta Palabra:
«Todo está consumado»

Ángel Gomez, Coordinador arquidiocesano de la Pastoral Juvenil de Lima

Jesús está por llegar al límite, a punto de regresar su mirada al Padre, comprendiendo hondamente la misión que le fue confiada, con total nobleza dice antes: «Tengo sed», pero no se limita a una sed corporal, más aún, es una sed de realizar, con total entrega, lo que nuestro Padre le confió.

Por lo tanto, el grito de “tengo sed” debe interpretarse como sed de realizar plenamente la misión del Padre. Esto es coherente con lo que dijo ante Pedro que toma la espada: “¿Acaso no he de beber el cáliz que el Padre me ha dado?” es decir, ¿acaso Pedro vas a impedir que cumpla mi misión, que estoy sediento de realizar?

Juan es el único Evangelista que muestra a Jesús bebiendo el vinagre que se le ofreció. Jesús persiste en ser patrón de su acción hasta el filo de la muerte y, más bien, lleva a cumplimiento el plan divino.

Queridos hermanos: muchas veces nosotros no seguimos el ejemplo de Jesús, por el contrario, los jóvenes vivimos contra reloj, en el apuro de saber de qué manera conectamos mejor, o como decimos, cómo hacer match. Y así, dejamos a un lado el sentido hondo de apreciar cómo el Padre va actuando en nosotros, la realización de un proyecto que suscita, al igual que Jesús, una entrega generosa, que, en muchas ocasiones, nos lleva al límite de nuestras vidas.

Todo esto es opacado por las tendencias que, muchas veces, nos nubla el horizonte. Jesús tenía la certeza que aún así viviendo al límite, en el instante culmen de la vida, estaba en el camino de la realización de la salvación. Existe un sentido primario y un sentido ulterior de esta palabra.

La escena donde se recuerda la muerte de Jesús según san Juan (19, 28-30) puede leerse así: a) En un sentido más obvio: dado que jesus quiere cumplir perfectamente las promesas de la escritura, lanza un fuerte grito y suscita que los soldados le den algo para calmar el dolor, dándole de beber vinagre.. Jesús lo bebe, y pronuncia “todo está cumplido”, es decir, todos los textos de la escritura, y expira.

Esta lectura es legítima pero incompleta, ya que se refiere a dos cosas importantes, las promesas escritas, y la mision de Jesus que termina b) Pero hay un sentido más profundo o ulterior, que hay que rescatar dentro de este sentido obvio:

-Jesus no grita solo por el sufrimiento, sino “sabiendo que” debía cumplir las escrituras, es decir consciente de su decisión soberana de hacer la voluntad del Padre. Es decir, Jesus está plenamente consciente de su cumplimiento fiel, y por ello tiene el control de sí mismo en medio del dolor, soberano y patrón de su propio destino.

Después de haber bebido pronuncia su última palabra. Leída en sentido más inmediato (v30a) esta declaración Tetelestai significa que el crucificado sabe que ha llegado la hora de su fin. Pero tanto el v.29ª como el 13.1 (así como el capítulo en el evangelio de Juan) nos lleva a ver en este fin la dimensión suplementaria, es decir, la del cumplimiento de una promesa divina.. vivir al límite de situaciones como el de afrontar un aborto, vivir violencia en todas sus formas, vivir la injusticia de una muerte, nos encierra en un círculo, nos abre un sin fin de cuestionamientos, con respuestas que tardan, y a veces los intereses de terceros son el motivo de la demora en una respuesta por parte de los que estan legitimados en atenderlos como hoy bien conocemos, y en muchas ocasiones recibos respuesta ya preestablecidas( que como iglesia, a veces tenemos).

También vivir al límite de sentirnos debilitados y sin un horizonte claro corre sus riesgos, de dejar pasar a las personas que amamos ( nuestros padres, nuestros amigos, hermanos) y seguimos teniendo actitudes que cierran la fuente emanadora de vida que se nos puso en lo más hondo de nosotros, o al vivir en el filo de la vida es muchas veces que nuestras convicciones y valores sean exsarcebardas o minimizadas, Jesús sabe que es vivir al límite de la vida, al límite de la muerte tiene la certeza que está en la realización de un proyecto, el plan de la salvación del Padre.

Jesús nos muestra que el «todo está cumplido», no es un cumplimiento de que ya, no exijas más, de ya no hay más que hacer, no más debates, no más búsquedas, no más plenos, no más discusiones, Jesus por el contrario tomó este momento límite de su vida, al decir todo está cumplido, no se limitó, fue más allá, quiso mostrar y mostró al mundo que el entregarse por amor a sus hermanos no era acto protocolar o parte del discurso, era parte, y tenía que suceder para el cumpliento de la promesa del Padre que tanto tiempo nos iba hablando, y en Jesús se hace realidad.

Jóvenes, creyentes y no creyentes, señores, ¿sabes por qué Jesús te entiende? Jesús lloró, Jesús fue rechazado, burlado, herido, Él sintió miedo y fue traicionado y vivió el momento límite de la vida, y la tomó con en plena confianza al Padre. No es solo que todo “ha terminado”, tampoco es que todo se ha consumado, en el sentido cumplido como predeterminado, es decir, ineluctablemente tenía que ocurrir, es decir, todo ha sucedido mecánicamente.

Es un modo de decir, más bien, “se ha realizado plenamente en mí la misión de mi Padre, en todo lo que me mandó realizar, es decir en plenitud”. El fin de la vida de Jesús es la hora del cumplimiento de la revelación. Por ello, no debe entenderse como una pérdida, sino como una ganancia (cf. 16,7). No es simplemente la hora del retorno de vuelta al Padre, sino que la muerte en Cruz, en cuanto tal, constituye el cumplimiento de la revelación, sobre todo, a nosotros, jóvenes creyentes, no creyentes.

No veamos la vida como un cumpliendo de calendario, más bien, comprendamos que vale la pena vivir la vida, es vivir al límite de la entrega como Jesús poniendo nuestra mirada en el Padre que nos invita amar, mediante un entrega generosa dónde nos toque estar.

Séptima Palabra:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»

Padre Ricardo Medrano, decano del Decanato 3 (Párroco de la Parroquia Sta Teresita del Niño Jesús), Capellán Jefe del Hospital Rebagliati.

El Señor acaba de prometer el paraíso a un ladrón. Tengamos en cuenta que es un ladrón (un ladrón bueno), y que le prometió el cielo tan anhelado de todos. Desde la hora sexta hasta la hora nona, las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, parece que la muerte ha vencido. Y en ese momento, el Señor clama con gran voz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». 

Es el momento final de su paso por la tierra. El Señor pone en manos del Padre, la vida humana que recibió de María santísima, su Madre, nuestra Madre. Vida que resucitará gloriosa al tercer día. Se ha terminado todo, la misión está cumplida, ahora, toca al Padre glorificarlo con la resurrección.

Tenemos delante la imagen del Cristo Crucificado, del Señor de los Milagros… cuánto dolor, cuánto sufrimiento, y entre todos, el peor, el que es ocasionado por nuestros pecados. Todo llega a su fin. Su vida ha sido el don más grande de Dios al mundo. Su Hijo amado ha ratificado su amor obediente al Padre hasta el final.

El Papa Francisco afirma: «Dios es vida y da vida, pero asume el drama de la muerte».

Queridos hermanos, cada día, en los diversos hospitales de nuestro país, los capellanes somos testigos de este momento de Cristo: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. 

Somos testigos de este momento en la vida de muchos enfermos. Ellos, luego de una corta o larga enfermedad, llegan al final de la vida y les ayudamos con nuestras palabras y los últimos auxilios sacramentales, pues, muchos ya no hablan ni miran, pero en su estado inconsciente, nos oyen. Y nosotros, les ayudamos a encomendar su alma al Padre amado, que los espera cruzando el umbral de la muerte.

¿Has pensado en ese momento? Es un momento de fe, de abandono. Es el momento en que ahora meditamos en Cristo, momento al que todos llegaremos, momento de temor. No, no puede ser un momento de dolor, un momento de incertidumbre, quizás, para los que no tienen fe. Es el momento más importante de nuestro caminar, el último abandono, el confiar totalmente en Él, en el Padre, viene la muerte y esperar el silencio, esperar.

Nuestro Papa Francisco dirá que aquí «la fe del hombre y la omnipotencia de Dios se cruzan». Esa oscuridad, esas tinieblas que vienen al mundo, a nuestra vida, suscitarán una respuesta, la de Dios que, ante el problema de la muerte, responde con su Hijo: » Yo soy la resurrección y la vida». La muerte no es el final.

En estos días santos, recordamos en la fe, que muerte y resurrección son dos realidades que se dan en Cristo y que no se pueden separar. A veces, nosotros, en nuestra desesperación, nos quedamos solo con la muerte, nos afligimos, lloramos, nos entristecemos (eso, humanamente, se explica), afloran los sentimientos, pero no nos quedemos solo con la muerte, olvidamos que el Señor resucitó, venciendo a esa muerte que, a veces, le tememos tanto.

Tú pones en las manos de Dios todo lo que tienes: tu vida, tu fe y Él tiene el poder de recuperarlo, transformarlo, es su omnipotencia, Dios lo puede todo.

Hace unos días, en una audiencia, el Papa Francisco nos recordaba que la Cruz es ese madero de muerte, convertido en árbol de vida. La cruz es el final de todo, pero también es un nuevo inicio. Ese nuevo inicio, queridos hermanos, es el que aguardamos.

«En tus manos encomiendo mi espíritu», expresa la oración de Jesús ante la muerte y, a la vez, es un acto de entrega y abandono. Manifiesta “la confianza total en el Padre”, dirá el Papa, recientemente fallecido, Benedicto XVI.

Hermanos, caminemos con fe por la vida, confiando en que el Señor nos dará su gracia en nuestro último momento. Hemos visto tantas veces ese acto de abandono final en nuestros seres queridos que fallecieron, cuando los acompañamos hasta el último en su cama, en el hospital.

Encomendamos a Dios la vida en el instante final y renovemos la esperanza de que Él nos ha prometido la resurrección.

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