En el II domingo de Adviento, el Cardenal Carlos Castillo hizo un llamado a redescubrir la gran esperanza que atesora este tiempo, una «esperanza esperante» que nace de la cercanía de Dios, de la fuerza de su Palabra y de la misión evangelizadora que nos invita a la conversión personal, comunitaria y social.
El arzobispo de Lima inició su homilía recordando que el Adviento es un camino para recuperar la esperanza más profunda que nos trae el Señor «para inundar el mundo de paz, felicidad y hermandad». Esta esperanza mayor es más grande que las «esperanzas pequeñas» que suelen ocupar nuestra vida cotidiana, orientadas a resolver problemas económicos y propósitos personales.
Sin embargo, la «esperanza esperante» es aquella que nos conduce hacia Dios, porque es la auténtica esperanza cristiana que se manifiesta en las circunstancias adversas, es la esperanza en un Reino que viene a liberarnos.
El Prelado sostuvo que Dios se insertó en la historia humana y en sus dificultades, generando en cada persona la capacidad de “esperar más allá de toda esperanza” y de vivir confiando en su amor incluso en medio de fallas humanas. Desde esta mirada reflexionó en torno al evangelio de Mateo (3, 1-12), que habla sobre la importancia de preparar el camino para la llegada de Jesús.

En ese sentido, las palabras de Juan Bautista —marcadas por imágenes de destrucción, fuego y juicio— reflejan el modo en que la tradición sacerdotal había comprendido el mundo, generando una especie de concepción de que todo iba a ser destruido. «Esa concepción, esa esperanza desesperada, en realidad no es la que presenta Jesús», argumentó el Cardenal Castillo.
Jesús se va más allá: es el perdón el que nos acoge a todos y, por lo tanto, el futuro no es un futuro destructivo; es un futuro lleno de amor y de belleza


Este horizonte completamente distinto que nos propone el Señor, se presenta con claridad en la profecía de Isaías (11, 1-10), describiendo al Mesías como un rey justo que “no juzga por apariencias”, sino que discierne con verdad y defiende a los pobres y sencillos. Y, cuando dice que golpeará al violento con la vara de su boca, se refiere a que la palabra es capaz de llamar al corazón del más violento y extorsionador, de aquel que daña al país. Por eso, reiteró:
¡La Palabra tiene que insistir! No debemos olvidar que la Iglesia es sustancialmente evangelizadora, su misión es anunciar la Palabra que transforma y llama a la conversión.
En otro momento, al continuar el comentario de Isaías, el Primado del Perú evocó las imágenes de paz donde se afirma que “habitará el lobo con el cordero”, “el leopardo se tumbará con el cabrito” y “el león comerá paja como el buey”. Destacó que estas imágenes expresan la esperanza de un mundo reconciliado, y que es posible construir la paz en medio de la violencia desatada en el mundo.


El obispo de Lima exhortó a que aprovechemos el Adviento para examinar el corazón personal y comunitario y preguntarnos cómo está “ese espíritu distinto que es Dios que está dentro de nosotros, crece y nos lleva a su Reino». Este es también un llamado para nuestras autoridades democráticas y en la propia Iglesia. Y añadió:
Tenemos la misión de ir a anunciar el Evangelio y decir a nuestras autoridades con toda claridad: «Señores, hay que cambiar. Recurran al Señor que tienen dentro, escondido y que no lo dejan salir»
La Eucaristía de este II domingo de Adviento se celebró en especial intención por los 50 años de presencia en Perú de los Misioneros Identes. También acudieron representantes de la organización «Uniendo generaciones y la OSB de Lima Metropolitana».





