La codicia nos lleva al egoísmo y la autodestrucción. Si no queremos hundirnos, debemos tener la capacidad de percibir que la riqueza debe ordenarse al servicio de todos, no sólo de unos pocos. Este es el mensaje del Cardenal Carlos Castillo en su comentario del domingo XVIII del Tiempo Ordinario.
El Evangelio de San Lucas (12, 13-21) nos habla sobre la parábola de un rico insensato que, en vez de compartir sus bienes, estaba afanado en construir graneros más grandes para guardarlos en celo, pero, esa misma noche, encontraría la muerte. La reflexión de esta parábola – explicó el arzobispo de Lima – nos ayuda a comprender que el encerramiento en sí mismo y la ambición por el poder nubla el juicio del ser humano, al punto de olvidar que la vida es limitada y la riqueza nos hace eternos.
Esta tendencia de entender la vida a partir del cálculo y la ganancia se ha impuesto en el pensamiento del mundo como una búsqueda hacia una falsa plenitud, pero que, en realidad, esconde el riesgo de endiosarnos. En ese sentido, el Cardenal Castillo recordó que Dios nos creó a su imagen y para semejanza nuestra para desarrollar en nosotros el amor y la solidaridad entre sus hijos. Y agregó:
«Si Dios nos ha creado a su imagen, es para crecer en ese amor y ser similares a Dios. Por lo tanto, nuestro destino, nuestro futuro, es Dios como amor, no como ser solitario, individualista, egoísta, que solamente se mira a sí mismo», exhortó el Prelado.
No hemos sido creados «cerrados». Dios nos hizo abiertos, hacia adelante, para mirar, abrazar y compartir con el Otro. Por eso, la vida es una atención permanente a los acontecimientos, a los problemas del mundo.
El obispo de Lima afirmó que uno de los aportes de la fe cristiana a todas las religiones del mundo es que el amor es constitutivo de todos los seres humanos. Por lo tanto, necesitamos ampliar nuestra mirada hacia el Otro para compartir la experiencia de la vida humana.
Renunciar a la codicia y respetar lo que es justo
El Primado del Perú señaló que es urgente renunciar a la idolatría de la codicia que se apodera de nuestra vida y nos lleva a la estupidez, a la locura, a la autodestrucción y al suicidio. «Tenemos que aprender de los gestos gratuitos de Jesús con sus discípulos, de su calidez con los demás y la sencillez de la generosidad».
Jesús quiere que la Iglesia sea alentadora del reconocimiento de la dignidad de los seres humanos.
Y, citando el primer texto del libro del Eclesiastés (1, 2; 2, 21-23), «vanidad de vanidades, todo es vanidad”, el Cardenal Castillo advirtió que lo absurdo se ha impuesto en el mundo como una moda: «Ahora, hacer tonterías es lo máximo, y con eso nos atontan y eliminamos la inteligencia y la sabiduría que nos puede sacar de la inconsciencia de vivir en la frivolidad», puntualizó.
«Si el amor es lo central y las riquezas nos llevan a hundirnos, a autodestruirnos, debemos tener la capacidad de percibir que la riqueza se debe ordenar al servicio de todos. Para eso, aprendamos siempre a compartir, que es el principio fundamental de la vida para que las cosas no sean absurdas, tontas y vanas», reflexionó el arzobispo.


En otro momento, dirigiéndose a los jóvenes confirmantes que asistieron a Catedral de Lima, el purpurado hizo eco de las palabras del Papa León XIV en la misa por el Jubileo de la Juventud: «Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor». Y añadió:
La Eucaristía de este domingo XVIII del Tiempo Ordinario contó con la participación de los acólitos y miembros de la Parroquia Santisima Trinidad. También se hicieron presentes representantes de Cáritas Lima y la institución Fe en Acción.







