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«A los seis meses de la Pandemia»: Mensaje del Cardenal Barreto

A principios de este año escuchábamos comentarios alarmantes de enfermedad y muertes que provenían de Europa a causa del Covid 19. Veíamos imágenes dramáticas que nos impactaban. La pandemia la observábamos lejos de nosotros.

Pero llegó el domingo 15 de marzo, a las 7 de la noche, cuando el Presidente Martín Vizcarra anunció el aislamiento social obligatorio en todo el Perú. Nos sorprendió a todos. Comenzamos una experiencia inédita en nuestras vidas y en la historia del Perú.

Al escribir estas líneas me sorprendo que llevemos seis meses en situación de confinamiento, con toque de queda y los domingos recluidos en nuestras casas. El contagio de la enfermedad comenzó a expandirse muy rápidamente. Las muertes de personas cercanas y queridas nos afectaban. No podíamos despedirnos de ellas. Nuestro luto y desconsuelo se acrecentaba.

El personal de salud, los miembros de la Policía Nacional del Perú, los servidores públicos continuaron trabajando. Un ejemplo heroico de servicio arriesgando sus vidas. También a ellos les llegó la enfermedad y la muerte.

Después del fuerte impacto emocional, la sociedad, en diversas formas, reaccionó solidariamente. Organizó el reparto de alimentos y comedores con programas de nutrición en los sectores periféricos de nuestras ciudades y poblaciones rurales. Después, ante la aguda escasez de oxígeno, se dieron numerosas iniciativas de la sociedad civil, de la Iglesia Católica y de las comunidades de fe, para conseguir Plantas generadoras de oxígeno medicinal que han invadido nuestro territorio nacional. Nunca imaginamos que esta pandemia iba a durar y hacernos sufrir tanto. Sin embargo los creyentes en Jesús creemos que todo sufrimiento unido al de Jesús nos lleva a resucitar a una vida nueva. Éste es el tiempo propicio para convertirnos personal y comunitariamente para despertar, levantarnos y ponernos a caminar juntos. El sufrimiento purifica nuestras intenciones y nos da la oportunidad experimentar una vida de resucitado al servicio de los demás.

Cuando empezábamos a despertar, como familia peruana, a fin de articular las numerosas muestras de solidaridad ante la actual crisis humanitaria; cuando nos estábamos ‘contagiando’ el entusiasmo, unos a otros, con la iniciativa pastoral de la Conferencia Episcopal Peruana RESUCITA PERÚ AHORA (RPA), lanzada el jueves 20 de agosto pasado, nos viene una tempestad política que a todos nos afecta, especialmente a aquellos que están sufriendo la pérdida de seres queridos, a los enfermos, a los desempleados, a los pobres y excluidos de nuestra sociedad.

Esta desestabilizante circunstancia política nos hace mirar a dos ‘palacios’ emblemáticos de nuestra democracia en el País: el Legislativo y el Ejecutivo. ¿Motivo? Un posible signo de corrupción. Confiamos en los organismos competentes investiguen el hecho.

La denuncia realizada nos deja perplejos. El desconcierto nos abruma aún más porque estamos sumidos en una pandemia que nos desborda. Nos preguntamos si RPA, esa luz de esperanza que veíamos al final del túnel, ¿era una simple ilusión?

Nos anima a seguir caminando juntos en la lucha frontal contra la corrupción que el Congreso de la República haya aprobado, por amplia mayoría, la reforma constitucional para impedir el acceso a aquellos sentenciados en primera instancia en las próximas elecciones generales.

En estos meses de confinamiento han mostrado que cualquier caso de corrupción se debe investigar, de manera eficaz y exhaustiva, sin afectar el orden democrático, la estabilidad social y política de nuestra Patria. Así, con serenidad y firmeza de espíritu participamos, con mayor ahínco, en la iniciativa RPA para vencer al Covid 19 y otras pandemias destructivas que afectan gravemente a nuestra sociedad como son la pobreza, la corrupción generalizada, la indiferencia y discriminación social.

No podemos olvidar a los más de treinta mil fallecidos. Miramos con ternura y compasión a los muchos miles de enfermos, desempleados, a los que padecen hambre, abandono y dolor.   

Desde esta mirada que nos sobrecoge y golpea, sentimos la necesidad de amar y servir a todos, incluidos los enemigos, que desean desestabilizar nuestras vidas y las de la sociedad. Sin duda es difícil hacerlo en la práctica y por eso mismo podemos decir que es un arte que se puede aprender y mejorar con respeto y dedicación.

El Papa Francisco el 27 de marzo 2020 en la Jornada de oración en tiempos de pandemia afirmó que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”

Desde el comienzo de la pandemia la sociedad civil ha tenido y sigue teniendo gestos y acciones de solidaridad. El Poder Ejecutivo, los empresarios, las Comunidades de Fe, las organizaciones populares y diversas Instituciones públicas y privadas cumplieron su misión de servicio a los afectados.

A pesar de los grandes esfuerzos realizados en estos seis meses todos reconocemos la necesidad urgente de articular estos esfuerzos en un cauce común que RPA ofrece. Nos alegra que el Poder Ejecutivo ofrezca la Estrategia Nacional frente al Covid 19 y que la sociedad civil organizada desde RPA apoye, de manera dialogante y armónica a la pronta superación del Covid 19 en nuestro País.

De esta forma el protagonismo es del conjunto de la comunidad nacional, privilegiando a las comunidades nativas de nuestra Amazonía, las poblaciones rurales y periféricas de las ciudades.

La conjunción de voluntades hace más eficaz toda acción que beneficie al bien común y así se muestra la fuerza de la solidaridad efectiva frente al Covid 19 en una primera instancia. Igualmente en este proceso de resurrección del País avanzamos hacia la consolidación de una sociedad con principios y valores éticos donde se respete la dignidad de toda persona humana.

En estos meses muchas personas se preocupan de los demás, de las familias que no tienen lo suficiente para vivir, de los desempleados, en los ancianos que viven en soledad, en los enfermos en los hospitales o en las casas. Hay personas que rezan y tratan de hacer llegar alguna ayuda… Esta es una buena señal que debemos mantener. No se trata solo de repartir sino de compartir la vida y la esperanza de resucitar. Damos gracias a Dios por despertar estos sentimientos en los corazones de muchos para ponerse al servicio de los demás, comenzando por nuestras propias familias.

RPA es la expresión del amor verdadero que se traduce en un servicio articulado incluyendo a todas las personas e instituciones que están en nuestro territorio. Este amor y servicio a la persona humana y al bien común nos hace fecundos y libres para animarnos mutuamente a transformar nuestra sociedad peruana. El Coronavirus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales, políticas, económicas, religiosas. Por eso la solidaridad igualmente no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales, políticas, económicas, religiosas.

Esta iniciativa pastoral RPA, ha despertado una ola de esperanza en la fuerza de la vida que supera toda adversidad. Y esta fuerza es expansiva, inclusiva y contagiante porque es la expresión de un amor que cura, sana y nos hace bien a todos. Nos transforma en personas para los demás.

Hoy cada uno de nosotros tiene la oportunidad de elegir la vida para que vivamos con dignidad y justicia, nosotros y las generaciones futuras en nuestra Patria (Cfr.Deuteronomio 30, 19) Cuando elegimos la vida buscamos privilegiar a la persona humana y al bien común. Es decir que nuestros intereses pasan a un segundo plano porque “los otros”, los pobres, los descartables y excluidos, los que sufren, son los primeros en nuestra vida.  

Esta búsqueda del bien común nos exige la participación de todos. Como nos dice el Papa Francisco: “Si cada uno pone de su parte, y si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel familiar, comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente”.

Nuestra mirada está puesta en Jesús resucitado presente en cada hermano y hermana, especialmente en los pobres y excluidos de la sociedad; en los enfermos y encarcelados; en los que lloran y viven tristes; en los que han perdido la esperanza.

Cuando dejamos de mirar a Jesús resucitado nos hundimos como el apóstol Pedro que caminaba sobre las aguas, invitado por Jesús, de pronto se comenzó a hundir y le gritó: “Sálvame Señor”. Y Jesús le tendió la mano y lo salvó. Ese grito brota incontenible desde la gran familia peruana: ¡Sálvanos Señor! Que nos hundimos en este mar agitado de nuestra vida social donde se experimenta la desesperación, el desánimo, el cansancio, los signos de enfermedad, muerte y corrupción.

Elegir la vida es una decisión consciente y libre de cada uno de nosotros. No podemos dejar que las circunstancias adversas nos desvíen del camino solidario de RPA y nos hundan en las aguas profundas y destructivas del miedo, la desesperación.

Somos familia “de todas las sangres”, de culturas milenarias y diversidad de razas que están presentes en el territorio nacional donde el 63% es amazónico. Y es en la familia donde experimentamos las esperanzas y alegrías de la vida, como también las angustias y tristezas. Sigamos caminando juntos asumiendo la responsabilidad de sumar no restar, unir, no dividir, en este tiempo oportuno para testimoniar con nuestras vidas y acciones la esperanza cierta que nos ofrece RESUCITA PERÚ AHORA.

Cardenal Pedro Barreto Jimeno, S.J.
Arzobispo Metropolitano de Huancayo

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