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Misa de Funeral en memoria de Monseñor Luis Bambarén

Este sábado 20 de marzo, nuestro país se unió en oración para agradecer por la vida de nuestro hermano y pastor, Monseñor Luis Bambarén Gastelumendi SJ., en una Misa de Funeral presidida por el Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, y concelebrada por el Superior Provincial, Padre Víctor Hugo Miranda.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú.

Queridos hermanos y hermanas, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma, pero con un amigo como nuestro querido Lucho también algo resucita en el alma, porque nos deja una huella imperecedera del amor de Dios.

Cuando fue ordenado Obispo, después de trajinar por las aulas de los jesuitas, en los colegios, Monseñor Bambarén recibió la intuición, porque le dio la misión el Señor Cardenal Landázuri de encargarse de las barriadas de Lima. Y él dice que en la oración, a solas, en la Iglesia, en el Sagrario, ante la presencia del Señor, escuchó: “evangeliza a los pobres”. Y ese fue su lema, el de “evangelizar a los pobres, anunciarles la Buena Noticia.

Y desde esa vez, todo su testimonio fue un intento de obedecer al Señor en esta misión y en el corazón de su Evangelio, la opción preferencial por los pobres que asumió en su propia carne, a través de toda la misión que realizó, tanto en todos los ‘pueblos jóvenes’ como él les llamó como signo de esperanza, para que no se usara más el término despectivo de ‘barriadas’, sino para que se usara el nombre digno de ‘pueblo joven’ que se va a ser maduro y va a crecer como hoy día tenemos, en toda la ciudad de Lima, otras ciudades constituidas también por el esfuerzo imperecedero, pujante, emprendedor y solidario de los pobres que comenzaron ya hace varias décadas.

¿Puede a los pueblos jóvenes de Lima venir el profeta?, ¿Puede de Galilea, de la “Galilea de Chimbote” salir algo bueno? Nos dirían los fariseos: “estudia y verás que de Chimbote no sale ningún profeta. Estudia los libros y verás que tampoco sale de los barrios populares de Lima”. Y, sin embargo, el “entroparse” como diría José María Arguedas de Chimbote, entroparse con los pobres, nos hizo ver que los verdaderos profetas vienen de allí, cuando nos confundimos con la gente, la acompañamos y somos uno de ellos.

Por eso, hermanos y hermanas, hoy día el texto del Evangelio nos ilumina, porque nos dice que el Mesías, Jesús, tiene que estar constantemente en la historia y en diversos momentos de esta historia testimoniado con la vida. Jesús, entregó su vida para que nosotros nos asemejáramos a Dios, porque ese es el destino para el cual hemos sido creados a su imagen, pero para ser semejantes a Dios.

Ser semejantes a Dios no es ‘endiosarse’, no es creerse lo máximo y despreciar a los demás. Ser católico, ser cristiano, ser sacerdote, ser obispo no es mirar por encima del hombro a los demás, es abajarse como Jesús que, para mostrarnos el verdadero rostro del ser humano que ha de ser semejante a Dios, se inclina sencillamente, comparte con los pobres, sufre su sufrimiento y pasa por sus desdichas.

Y así, también pasa por la persecución de maltrato, la incomprensión, cosas de las cuales también nuestro querido Lucho supo vivir y experimentar con dolor, pero la alegría marcaba su vida, la confianza de que el Mesías, justamente, porque viene de David es el último, el último de los hermanos que no pertenece a un gran linaje, sino de un gran linaje del pueblo.

Todos los aristócratas, sacerdotes del tiempo de Jesús creían que venían del linaje de David como si fuera sangre azul, y la misma Biblia nos dice que la bisabuela de David era una moabita, una mujer pagana, despreciado pueblo por los hebreos y que de sangre azul no existe nada, que eso es una simple ‘huachafería’, ese deseo de creerse por encima de los demás, es simple y llanamente una negación de Dios.

Nuestro camino es ese, es estar siempre al servicio de la gente y morir como la gente. Y así como la gente en este tiempo ha muerto y muere de Coronavirus, también, en medio de la desgracia, podemos considerar esto una gracia de solidaridad que Dios ha querido tener con nosotros por medio de Monseñor Lucho. Él toda la vida vivió apegado a los pobres, también en su muerte está él muriendo para resucitar con ellos, con lo cual, nos da siempre esperanza.

Hay una cosa fundamental que siempre fue la adoración de Monseñor Bambarén y que me he recordaba, sobre todo, cuando el Santo Padre me llamó para ser el  Pastor de mi Pueblo. Monseñor Bambarén me decía: “Todos los días, Carlos, reza profundamente: Hágase tu voluntad Señor, hágase  tu voluntad, hágase tu voluntad”.

La verdadera fe cristiana está en eso, no en armarnos un conjunto de esquemas y de formas religiosas  que pretenden ser la sustitución de la voluntad del Señor, sino la de aceptar la que el Señor nos propone en las circunstancias históricas, en los desafíos del mundo, metidos y ‘entropados’ con los pobres, y también con todos los sectores, porque Lucho tenía una enorme capacidad de acercarse a todos los sectores ricos, pobres, clase media, mujeres,  hombres, sectores despreciados y maltratados, pero sobre todo, los niños, por eso su gran obra al final de su vida  ha sido el Puericultorio Pérez Araníbar, al cual dedicó especial énfasis en su vida, para que esos niños del futuro – que ya son muchos de ellos hombres y que están anunciando el Evangelio con su vida, porque han sido acogidos y amados – hoy día nos pueden ver como la semillita con la cual renacerá nuestro país y nuestro pueblo de Dios.

Por eso, hermanos y hermanas, venimos a dar gracias por su vida. Lucho siempre con su sonrisa, con su alegría y cercanía, nos enamoró a todos de Dios, nos permitió sentir que era posible cambiar, inclusive, en situaciones muy difíciles aguantó mucho, inclusive teniendo personas que se habían extraviado o habían pasado por situaciones muy difíciles, nunca retiró su amistad, y uno podía tener la confianza hasta de ‘bronquearse’ con él y gritarse mutuamente como los amigos lo hacen.

Por eso, damos gracias por su vida y vamos a pedirle que desde el cielo, junto a Dios, nos haga construir una Iglesia y un Perú en donde todos nos amemos y apreciemos como él lo hizo. Alegrémonos, porque, testigos de Dios, como Luis Armando Bambarén, han habido  muchos en América Latina que silenciosamente han dado su vida, pero que hoy día nos permiten decir que en el Perú tenemos, en cierto modo, nuestro “Óscar Romero peruano”, que supo decir la Palabra a tiempo y a destiempo, porque era la voluntad de Dios y no se miraba a sí mismo, sino a la misión que el Señor le dio.

Dios nos ayude en este camino y así, como nos duele su separación, nos alegre su resurrección para caminar con él, unidos  siempre en el camino del amor que nos enseñó Landázuri, y que hoy día, todos podemos expresar y nos dejamos llevar por el Espíritu Santo. Amén.

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