Adviento: saber escuchar e interpretar la Palabra del Señor

En el inicio de la Cuarta Semana de Adviento, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde la Basílica Catedral de Lima: «entramos a la última semana de Adviento, una semana que nos estremece de alegría y de esperanza por el gesto sencillo y delicado que ha tenido Dios para enviarnos a Jesús desde niño, desde el seno de una joven llamada María», comentó al inicio de la homilía.

Refiriéndose a la Primera Lectura del Libro del Profeta Samuel (7, 1-5), Monseñor Castillo explicó que la intención del Rey David de construir un templo para Dios, es la misma que tenemos los humanos: «somos agradecidos cuando recibimos algo de Dios, creemos que podemos hacerle una ofrenda, construirle un palacio, sin embargo, el Señor no está muy de acuerdo, porque no quiere permanecer encerrado en una casa, sino quiere habitar en el cielo, en la tierra y en todo lugar, en todas las personas. El Señor quiere hacerse patente para habitar en aquellos que pueden transmitirlo», señaló.

Por eso, la casa que Dios promete construir a David es la de su descendencia, de la que vendrá un hijo que gobernará eternamente no solo a Israel, sino a todo el mundo. La llegada de este hijo se cumple en el diálogo de María con el Ángel Gabriel que narra el Evangelio de hoy (Lucas 1, 26-38).

La profecía de Yahvé por medio de Natán al Rey David, prevaleció durante seis siglos en la memoria de un pequeño grupo de Israel. Con la muerte del último rey de Israel, Zorobabel, «la profecía siguió morando entre los pobres, en el corazón de la vida sencilla del pueblo de Israel», añadió el Arzobispo.

Seis siglos después, en medio del drama histórico de Israel, en el pueblo pobre de Nazaret, María entabla un diálogo con el Ángel Gabriel y empieza el camino de la esperanza para la humanidad.

«¡Alégrate! Llena de gracia» – le dice el Ángel Gabriel. A partir de ese momento, María hace un acto de fe razonable, se turba y se pregunta qué tipo de saludo es éste. En otras palabras, usa la razón:

«Qué importante es esto hermanos, porque las alegrías verdaderas hay que saberlas entender sin apurarse. Y María nos enseña cómo debe ser la sencillez de una creyente, que cuando le dicen algo, discierne, profundiza», precisó Monseñor Castillo.

«No temas María» – replica el Ángel Gabriel. Estas palabras son fundamentales para comprender nuestra fe universal, porque se escribe una historia nueva sin temor, a Dios no se le teme, porque Dios es amor, es alegría, es esperanza y ánimo.

Abrir los ojos para saber interpretar la Palabra del Señor.

Tras la última objeción de María: «¿Cómo será esto si no conozco varón?», el Ángel Gabriel le da una razón espiritual y profunda para comprender las cosas: «es una experiencia novedosa de cumplimiento de la promesa de Dios en María, porque el Espíritu Santo vendrá sobre ella», dijo el Obispo de Lima.

El Dios de lo imposible viene hoy a nuestra ayuda, y tenemos que abrir los ojos, sentir su Palabra, escuchar y hablar con Él. No atolondrarlos en nuestra oración, sino escuchar sobre todo su Palabra, porque nos habla desde lo escondido, especialmente en el rostro del hermano que sufre.

Como último gesto, María va a decir estas palabras: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Por lo tanto, para ser cristiano no basta con cumplir las normas, tenemos que «disponernos al misterio de Dios en la vida, escuchar su Palabra, interpretar qué me quiere decir el Señor hoy. Decir, como María, ‘qué tipo de saludo es éste’, actuar con el razonamiento, la reflexión y la inspiración del Espíritu del Dios», acotó Monseñor Castillo.

En ese sentido, este Tiempo de Adviento es una oportunidad para se desarrolle todo lo bueno y bello que somos como personas: «sólo si escuchamos a Aquel que nos creó y nos amó podremos superar nuestros prejuicios y maltratos, ansias y dificultades».

Cuando escuchamos la Palabra del Señor rejuvenecemos abrimos nuevos horizontes, rompemos prejuicios, salimos de complejos, empezamos a entender lo bonita que es la vida.

«Que el Dios de lo imposible renueve nuestras vidas y nuestros corazones, y nos haga vivir con alegría, con hermandad, ayudándonos unos a otros, rompiendo las injusticias, las barbaridades, las tragedias que vivimos, el hambre y la miseria que se propagan en todo el país, y que todos abramos nuestros puños para compartir la vida que tenemos», fue la reflexión final del Arzobispo.