En este domingo XXV del Tiempo Ordinario, Monseñor Castillo inició su homilía destacando las palabras del profeta Isaías (55, 6-9), quien nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos: «el Padre se ha revelado en Jesucristo para que podamos, con alegría y esperanza, vivir sus caminos en los nuestros, y hacer posible que nuestra humanidad pueda crecer y hacerse grande, sobre todo grande de corazón, grande de misericordia, amor y justicia», añadió.
En ese sentido, el Evangelio de Mateo (20,1-16), expresa la intención del Señor de enseñar a sus discípulos cómo es el Reino de los Cielos a través de parábolas: «a veces pensamos que el Reino es el cielo o algo para el futuro, nos olvidamos que el Reino de los Cielos lo ha revelado Dios para ser un anticipo de ello aquí en la tierra».
Dios no está encerrado en sí mismo, es abierto y suscita la relación con la gente.
El Arzobispo señaló que estamos llamados a seguir el camino, el aliento y la propuesta del Señor, que nos inspira para poder actuar aquí y ahora: «Jesús irrumpe en nuestro camino, nos abre la mente y el corazón. En el Evangelio de hoy, Dios aparece en la figura de un contratista que busca gente para trabajar, Dios aparece como Aquel que sale, no un Dios que está encerrado en sí mismo, sino un Dios abierto que se comunica, suscita la relación con la gente, la busca en sus situaciones concretas».
En esta búsqueda se encuentra distinto tipo de gente; los agraciados que encuentran trabajo inmediatamente, los que no tienen trabajo, y los marginados. El dueño de la viña pacta un acuerdo con todos los grupos y los llama para darles trabajo y pagarles lo justo: «lo interesante es que no todos trabajan la misma cantidad de tiempo, y sin embargo, el contratista les paga a todos igual. Esto nos cuesta entenderlo, porque nosotros decimos: ‘a cada uno según su esfuerzo’, y por lo tanto, para recibir una paga tienes que merecértelo. Aquí es ‘a cada uno según su necesidad’, y no se merece, simple y llanamente se dona», agregó Monseñor Carlos.
El Don de Dios es gratuito, y en la Iglesia tenemos que habituarnos a vivir de la gratuidad y no del merecimiento. Por eso, Dios sale a caminar y a buscar a la gente, para integrarla a una experiencia definitiva del Reino de los Cielos aquí en la tierra, y eso es posible si es que vivimos, observamos y contemplamos lo generoso, lo misericordioso, lo gratuito que es nuestro Dios.
La Iglesia se coloca en el mundo como signo de la gratuitad de Dios.
«El signo más hondo de la gratuitad de Dios es la muerte de Jesús en la cruz por todos, manifestó el Arzobispo, y por eso, la Iglesia se coloca en el mundo como signo de la gratuidad de Dios, y tenemos que resolver el problema de ponerle precio a todo lo que hacemos. O somos signo de gratuidad y de generosidad de Dios, o entonces no alentamos a la gente».
Dios es gratis. Dios no cuesta, y por eso, la Iglesia está llamada a acoger, especialmente a los que nadie cuenta, a los que este mundo considera «sobra», hay que irlos a buscar, llamarlos a integrarse a un camino generoso y gratuito, porque todos podemos ser signos de la gratuidad de Dios.
Este camino es también un aprendizaje, una oportunidad para resolver las situaciones límites que vivimos como país, dejando de lado los intereses, las mezquindades y las tacañerías: «quizás nos demoramos demasiado en resolver las cosas porque siempre estamos pensando en cuánto cuesta o qué ventaja puedo sacar, pero recordemos que el Señor está trabajando en lo escondido, nuestros caminos no son sus caminos, Él va haciendo sus caminos en nosotros», afirmó el Arzobispo.
En memoria de Alicia Maguiña.
Antes de dar la bendición final, Monseñor Castillo recordó uno de los poemas de nuestra compositora criolla Alicia Maguiña, quien falleció el pasado 14 de septiembre a los 81 años. Y dice así:
Todo me habla de ti:
la noche, el sol, el mar
la rosa, el alhelí
y el viento al canturrear
Aquellas calles que
contigo recorrí,
y el rosario de cuentas…
todo me habla de ti
Los peces para el mar,
para el jardín la flor,
la miel para la abeja
y para mi tu amor
Ay, ay, ay, pero,
la campana y su tañer,
el cielo con su color;
todo, mi dulce querer,
todo repite tu amor.
El lirio con su candor,
la paloma, el colibrí,
el rio con su rumor…
todo me habla de ti.
«A este Dios que está metido en nuestra vida, y que a veces no lo encontramos, no lo reconocemos, pero está presente, le pedimos que nos de su bendición para que podamos reconocerlo y alegrarnos como nos alegró el corazón nuestra hermana Alicia Maguiña, maravillosa como tantas mujeres lindas que tenemos en nuestro país», resaltó Monseñor Castillo.