«Confinados, pero no derrotados», así iniciamos este IV Domingo del Tiempo Ordinario, con el penoso retorno a una cuarentena para frenar la segunda ola de contagios en el Perú. En la Misa Televisada de hoy, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, hizo un llamado a avivar nuestra inteligencia para enfrentar esta situación con diálogo, ánimo y profundidad: «Jesús quiere la vida de la persona, no su muerte. Él no quiere que hayan sinagogas o lugares de culto para petrificar a la gente. La Iglesia, las comunidades religiosas y cristianas, las comunidades de fe, son para promover a las personas, no para llenarlas de reglas o encerrarlas», reflexionó en su homilía.
Comentando el Evangelio de Marcos (1, 21-28), Monseñor Castillo explicó que el Señor tiene un primer signo importante al acudir a Cafarnaúm, un pueblo campesino muy sencillo de Israel. Como segundo signo, el día sábado Jesús se puso a enseñar en la Sinagoga, un espacio de reunión y encuentro para comentar la Biblia; sin embargo, con el tiempo los escribas comenzaron a interpretar la ley para su beneficio, priorizando el cumplimiento estricto de las normas.
En medio de esta situación ocurre un problema: hay una persona endemoniada, y ni los escribas ni los jefes de la Sinagoga se han dado cuenta: «esto es un problema serio – afirma el Arzobispo – porque a veces tenemos situaciones graves en nuestras Iglesias y no nos damos cuenta, vivimos indiferentes ante ellas, poniendo el acento en cosas nimias y no en lo fundamental».
El Señor viene para liberarnos y regenerarnos.
El ‘espíritu inmundo’ que poseía al hombre es, en realidad, un espíritu encarcelado, una persona encarcelada que está en la Sinagoga cumpliendo las normas, pero permanece inmóvil ni habla. Dice el Evangelio que cuando Jesús llega, el hombre se pone a gritar, en otras palabras, «la presencia sola de Jesús permite que una persona que está encerrada empiece a salir. Por lo tanto, el acto de autoridad del Señor es un acto de liberación, de profundidad», añadió Monseñor Castillo.
Liberar es suscitar en la persona la capacidad de volverse sujeto, de nacer, es un acto generativo. Y Jesús liberaba con autoridad, no como los escribas con sus interpretaciones legalistas y leguleyas, que lo único que hacen es encarcelar más, y por tanto, ‘demonizar’ más a las personas.
En ese sentido, ante las nuevas medidas de confinamiento por el surgimiento de una segunda ola, Monseñor Carlos Castillo señaló que debemos seguir estas reglas y entenderlas de corazón: «la mejor manera de comprender la justeza de una ley es considerar su espíritu, aquello que nos permita surgir, de tal manera que, si una ley es realmente opresora, no puede ser obedecida, pero si una ley se efectúa en favor de la vida humana, tenemos que acogerla», indicó.
Jesús quiere la vida de la persona y no su muerte. Él no quiere que hayan sinagogas o lugares de culto para petrificar a la gente. La Iglesia, las comunidades religiosas y cristianas, las comunidades de fe, son para promover a las personas, no para llenarlas de reglas o encerrarlas.
Jesús sabe identificar dónde está el problema y actúa inmediatamente para liberar al hombre endemoniado: «El Señor ha venido, entonces, para recrearnos, para regenerarnos y reconstruirnos. Todo lo que sea ‘liberar’ es cristiano, y eso significa también que sepamos recoger la tradición más actualizada de nuestra fe que ha realizado el Concilio Vaticano II, para abrir al mundo a una nueva dimensión considerando todo lo positivo que tenemos como humanidad», expresó el prelado.
Jesús nos da su Palabra para promovernos, para avivar nuestra inteligencia. La fe cristiana se situó en el corazón de la vida de los hebreos como un acento en la palabra más que en la ley. La Palabra es más grande que la ley, y por eso, tiene que saberse interpretar y orientar con ánimo, dialogando.