Durante su visita a la Pontificia Universidad Católica del Perú, el cardenal José Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, dedicó unas palabras a la comunidad universitaria sobre la importancia de una teología transdiciplinar comprometida con la realidad social.
Discurso del Cardenal Tolentino de Mendonça
Me alegra mucho poder visitarlos, aunque sea rápidamente, en este viaje cuyo destino es Chiclayo. Agradezco al cardenal Pedro Barreto y al rector Carlos Garatea por la invitación que me han hecho. Saludo a todos los presentes: autoridades eclesiásticas, civiles, académicas, así como también a los profesores y a los estudiantes de esta hermosa y querida Universidad. Quien les habla recibió del Papa Francisco la misión de darle “espíritu y realidad» al nuevo Dicasterio dedicado a acompañar y a promover la educación y la cultura en una indisoluble sinergia. Así la antigua Congregación para la Educación Católica, de la que ustedes conocen bastante, se ha fusionado con el Pontificio Consejo para la Cultura, con la finalidad de evangelizar la educación sin menoscabar la cultura, y la cultura como constante expresión de la educación. En palabras del Papa Francisco, se trata de convertir la educación en una tarea capaz de “cultivar sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin invadir” (Querida Amazonia, nro 28).
Ahora, bien, ¿cómo se aplicaría esta tarea, aquí, en esta Pontificia Universidad? Ciertamente que después de tantos años -más de cien- preguntas relacionadas con la identidad y con la misión hallan respuestas inmediatas y sopesadas. Esta Universidad, como reza su misión, “es una comunidad académica plural y tolerante, respetuosa de la libertad de conciencia y religión, inspirada en principios éticos, democráticos y católicos».
Con todo, vale la pena recordar que los constantes cambios que estamos viviendo nos impulsan a profundizar, sin descanso, en la identidad y en la misión de nuestras instituciones católicas. Es verdad que hay principios que no son negociables, pero también es cierto que, si no sabemos actualizarnos, correremos el riesgo de presentarnos como retrógrados o anticuados, o, lo que es peor, como adoradores del pasado que fue y que más nunca será. Por eso, se requiere valentía y creatividad para exponer aquello en lo que creemos y por lo cual actuamos. En otras palabras, me pregunto cómo decirle al universitario de hoy que la formación integral que ofrece la Pontificia ha sido inspirada en el Evangelio y en la milenaria experiencia educativa de la Iglesia. Cómo explicarle que no queremos ni pretendemos reducir su libertad, sino más bien hacerle entender que la humanidad necesita de seres humanos responsables, profesionales o inspirados en una experiencia integral de sentido. Cómo decirle a nuestra juventud que el presente y el futuro exigen cambios personales para lograr los cambios culturales. Reconozco que no es sencillo, pero, lleno de esperanza, puedo decir que es posible.
Al respecto, el papa Francisco escribió una contundente frase en su última exhortación Laudate Deum que, a mi modo de ver, merecía jornadas de reflexión personal, grupal e institucional. Dijo el Santo Padre: “No hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas” (nro 70).
En esta mañana, entonces, quisiera exponer, brevemente, un camino para suscitar el cambio en las personas (profesores y estudiantes). Cambio sin proselitismo y, sobre todo, con respeto a la propia libertad. Este camino tiene un nombre antiguo y un método, por así decirlo, novedoso. Se llama teología y a su criterio de estudio y aplicación se le conoce con el nombre de transdisciplinariedad. La teología, como afirma la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, “desempeña un papel particularmente importante en la búsqueda de una síntesis del saber, como también en el diálogo entre fe y razón. Ella presta, además, una ayuda a todas las otras disciplinas en su búsqueda de significado, no solo ayudándoles a examinar de qué modo sus descubrimientos influyen sobre las personas y la sociedad, sino dándoles también una perspectiva y una orientación que no están contenidas en sus metodologías” (nro 19). Con ello se entiende que “la inteligencia humana se enriquece con la verdad superior que deriva del Evangelio” (nro 46).
Cuando digo que acercarse a la teología para lograr ese plus en la inteligencia humana, me refiero a la incidencia del Departamento de Teología de esta Universidad, para decirle a la comunidad académica que existe la “necesidad de una auténtcia hermenéutica evangélica que ayude a comprender mejor la vida, el mundo, los hombres. No se trata de una mera síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y certeza basada en las verdades de razón y de fe” (cf. Veritatis gaudium, Proemio, 3).
Pero ¿cómo podría el departamento y los teólogos de esta casa de estudios alcanzar esta atmósfera? La constitución apostólica Veritatis gaudium del papa Francisco aconseja la transdisciplinariedad de la teología. Es decir, “no solo en su forma ‘débil’ de simple multidisciplinariedad, como planteamiento que favorece una mejor comprensión de un objeto de estudio, contemplándolo desde varios puntos de vista; sino también en su forma ‘fuerte’ de transdisciplinariedad, como ubicación y maduración de todo el saber en el espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que brota de la Revelación de Dios“ (ibid, Proemio, 4c).
La teología de esta Universidad, de acuerdo con las palabras que recientemente pronunció el Santo Padre a la Pontifica Academia de Teología, debe ser una teología fundamentalmente contextual, capaz de leer e interpretar el Evangelio en las condiciones en que viven diariamente los hombres y las mujeres, en los diferentes ambientes geográficos, sociales y culturales, y que tenga como arquetipo la Encarnación del Logos eterno, su entrada en la cultura, en la visión del mundo, en la tradición religiosa de un pueblo. Debe ser, además, una teología que goce de una dimensión sapiencial. Esto es, que contribuya al debate que existe sobre la necesidad de repensar el pensamiento, mostrándose como un verdadero saber crítico, como un saber sapiencial, no abstracto e ideológico, sino espiritual, desarrollado de rodillas, preñado de adoración y oración; una teología que sea un conocimiento trascendente y, al mismo tiempo, atenta a la voz del pueblo, por tanto, una teología “popular”, dirigida misericordiosamente a las heridas abiertas de la humanidad y de la creación, y, dentro de los pliegues de la historia humana, la que profetiza esperanza.
Estimado hermano, su eminencia, cardenal Barreto, Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú, ilustre rector, vicerrectores y demás autoridades. He querido centrar este mi primer mensaje a la Universidad en la teología, con la intención de recordar la importancia de esta hermosa ciencia. Debemos convencer a los teólogos a ser transdisciplinares y a quienes no lo son a no tenerle miedo a la teología. Antiguamente, se llegó a decir, por desgracia, que la filosofía era la esclava de la teología. Hoy, muchos estudiosos y profesionales consideran a la teología como una disciplina sin fundamento, sin sentido. Les pido unir fuerzas, incluso con los profesores de la Pontificia y Civil Facultad de Teología de Lima, para lograr que la teología en esta Universidad se haga cargo de los desafíos: no solo de los experimentados dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo y que se viven por las calles de Latinoamérica. Que los profesores de teología no se conformen con una teología de despacho (cf. Francisco, Carta en ocasión de los 100 años de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Argentina). Ese es mi deseo para esta Universidad.
Finalmente, agradezco a todos ustedes por la distinción que me han otorgado como Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación. Pido al Espíritu Santo que siga iluminando la misión educativa que ustedes realizan. Que María, sede de la sabiduría, los bendiga.
Mucha gracias.
Cardenal José Tolentino de Mendoça
Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación