El Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Mons. Carlos Castillo presidió la santa misa en la Basílica Catedral de Lima en el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Participaron como concelebrantes Monseñor Javier del Río, Obispo en la Diócesis de Tarija (Bolivia), y el sacerdote mexicano Julio Díaz Villegas. La celebración eucarística contó con la presencia del Coro de Niños de la Catedral de Trujillo.
«Dice el texto de hoy (Lucas 12,13-21), que alguien del público le dijo a Jesús: “maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo su herencia”, y el Señor lo que quiere es que sus discípulos vayan más allá de los líos inmediatos para ver desde dónde y cómo tenemos que interpretar y vivir las cosas», comentó Monseñor Castillo durante la homilía.
«El Señor no quiere meterse a dirimir estas cosas y por eso es que dice “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” Aquí la palabra ‘juez’ no dice una expresión que es en griego, es decir dikastes (justo o juez), sino dice simplemente kriten (crítico), que significa algo así como: “crítico entre ustedes”. ¿Quién me ha nombrado crítico entre ustedes?»
La codicia y el peligro de actuar sin razón
Jesús trata de salir de esa manera de ver las cosas inmediatamente «para ayudar a sus discípulos a comprender que el cristiano tiene que tener siempre una mayor profundidad en las cosas, no dejarse llevar por los líos intestinos, sino ver más lejos y más profundo.» Jesús actúa como verdadero dikastes, como el justo juez que nos lleva al sentido profundo de las cosas.
Por eso les dice: “guárdense de toda clase de codicia”. El Señor ha intuido que hay un peligro muy grande para el discípulo que era «estar entretenido en las cosas diarias, actuando con una actitud que es muy peligrosa, la codicia. Dice esto porque sus discípulos eran personas muy sencillas, y probablemente tenían una actitud de codicia, no eran codiciosos pero tenían una actitud peligrosa que podía envolverlos, y contra eso es con lo que está Jesús».
«El Señor les da una parábola para que ellos piensen, deja el pensamiento a la gente para que discierna. Por eso hoy día estamos todos invitados a seguir eso que Jesús hace, ponernos ejemplos para que veamos las cosas ¿Tiene sentido realmente esto? ¿Qué me está diciendo esta parábola? ¿Cómo puedo seguir adelante en mi vida respecto a este problema?»
Apoderarse de las cosas olvidándose del otro
En el pueblo de Israel, los sacerdotes habían mostrado que ellos eran el ejemplo del mundo viviendo enriquecidos y difundiendo este estilo de vida entre la gente sencilla: «si nosotros tenemos esas actitudes de los sacerdotes que en esa época eran personas que vivían a costa de la gente, con mucho dinero y con mucha pompa, entonces nosotros también podemos correr un riesgo, vamos a estar dispuestos a matar si es necesario para poder conseguir lo que queremos», explicó el Arzobispo de Lima.
«Eso es la codicia – agrega – apoderarse de las cosas olvidándose del otro, e inclusive no importando nada, cosa que ocurre hoy día en el mundo, en la sociedad, especialmente en un sector económico que le llaman las finanzas, que todo el día está buscando ganancias».
La codicia también puede existir «en las personas comunes y corrientes que son capaces de, por conseguir un poco de plata, robar, matar, hacer cosas graves en la vida para conseguirlas, y Jesús no quiere que sus discípulos sean así, sino que el verdadero cristiano, el verdadero discípulo del Señor, sea siempre misionero, es decir, ver al otro para ayudarlo, para acompañarlo y anunciar al evangelio».
Una Iglesia misionera que comparte y piensa en el otro
«¿Cómo siendo codiciosos nosotros como católicos podemos ser misioneros si no nos fijamos en el otro? – pregunta el Obispo de Lima – Hacemos una vida básicamente para nosotros mismos, como la del señor que era rico y murió antes de tiempo. Este es el caso de una persona absurda que pensó en sí misma toda la vida y no puso su atención en compartir con los demás porque no pensó en los demás».
Esta actitud codiciosa también ocurre en la Iglesia: «nos hemos habituado a pensar de que la Iglesia va a surgir si tenemos grandes ahorros e invertimos la plata para tener más ganancia. No es así, solo si compartimos tenemos Iglesia, porque conforme compartimos tanto el dinero como las riquezas y las cosas, poquito a poco se forma la comunidad y todos vamos a ayudar».
«No es embolsicándonos el dinero que arreglamos las cosas, sino es compartiendo el dinero, y compartiendo los bienes para que juntos vayamos consiguiendo poco a poco un sentido de Iglesia para compartir con la gente», aseguró.
Sencillez de corazón para dejar las ambiciones personales
«Por eso el evangelio nos invita a todos a no ser necios, pero en vez de actuar correctamente y de acuerdo a las necesidades, a veces nos cegamos y no queremos abrir los ojos y ni abrir el puño, entonces nos encerramos, nos enriquecemos y la codicia nos destruye.»
«Hoy día, en gran parte, todo lo que está pasando en el mundo se debe a la gran codicia que está reinando, de lo contrario, no se destruiría la naturaleza, no tendríamos calentamiento global, no se maltrataría a la mujer, no habrían tantos sufrimientos en las personas, en sus vidas».
La vida cristiana es un renunciar a la codicia, a la ambición, al amontonar como locos. Todas las riquezas, lo dice la Iglesia, están para ser compartidas, para el bien común
«Hoy día también sucede eso cuando hay ambiciones sociales, políticas, económicas que se dan pensando en sí mismo y no en nuestro país. Si no pensamos en el país nos hundimos todos. Debemos tener la capacidad, la anchura de corazón, la generosidad, la sencillez de corazón para salir y ceder de aquellas cosas que ambicionamos para poder ponernos de acuerdo con los demás y hacer una patria más linda».
Buscar las cosas buenas del cielo que hay en la tierra
En otro momento, Monseñor Castillo explicó el sentido de las palabras del apóstol Pablo cuando nos pide que no busquemos los bienes de la tierra sino los del cielo:
«Cuando dice que no debemos estar persiguiendo los apetitos de la tierra, se refiere a las cosas malas de la tierra, la fornicación, la posesión de los demás, la impureza, la pasión desordenada, la codicia, la avaricia. Esas maneras de comportamiento las llamamos terrenas en el sentido figurativo, son cosas que hemos inventado los humanos, pero en la tierra también hay cosas muy buenas: la amistad, la alegría, el compartir, la cercanía, el cariño. Están en la tierra pero son del cielo, son de Dios y por lo tanto tenemos que vivirlas y valorar muchas cosas buenas que hay en el mundo».
Las cosas buenas que nos edifican hay que alentarlas, y Dios quiere esas cosas que él nos ha traído que le llamamos del cielo y son de su reino, de su amor.
«Sepamos que el Señor nos invita a un cristianismo y a una fe inteligente, insistimos mucho en eso porque estamos acostumbrados a preguntarle siempre al padrecito: “¿se puede o no se puede? ¿por quién voto? ¿por este o por el otro?” y no está bien eso, cada uno debe formarse su conciencia y todos debemos aspirar a ser cristianos maduros, cristianos inteligentes, cristianos que puedan discernir con libertad y no teman discernir».
«Háganlo siempre pidiéndole a Dios que les de la inspiración para la mejor salida y solución, y si se equivocan vuelvan a reflexionar y vuelvan a escuchar la palabra de Dios para seguir decidiendo. Que Dios los bendiga y que las parábolas de Jesús siempre los alienten a ser cristianos inteligentes, capaces de eliminar la codicia de nuestras vidas y de dar vida a todos», concluyó.