Reflexionando sobre el Evangelio del hoy (Lc 6,20-23), a la hora del rezo del Ángelus, el Papa Francisco recordó que a través del mensaje contenido en las Bienaventuranzas, Jesús nos comparte la clave para alcanzar la verdadera felicidad, ya que estas «definen la identidad» que necesitamos para convertirnos en discípulos suyos. Asimismo, el Pontífice explicó que el éxito que ofrece el mundo es un fracaso, ya que se basa «en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón».
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano.
El domingo 13 de febrero el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano.
Ante la presencia de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de hoy que relata el momento en el que Jesús nos desvela la clave para alcanzar la verdadera felicidad en la vida y que se encuentra, precisamente, en el cumplimiento de las Bienaventuranzas (Lc 6,20-23) ya que estas «definen la identidad» que necesitamos para convertirnos en discípulos suyos.
Deteniéndose en la primera Bienaventuranza que presenta el Hijo de Dios, «Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (v. 20), Francisco subrayó que para Jesús esto quiere decir que la alegría humana no se encuentra en el dinero u otros bienes materiales, sino en los dones que recibimos cada día de Dios: la vida, la creación, los hermanos y las hermanas, etc.
El discípulo de Jesús es humilde, abierto y sin prejuicios.
Según el Pontífice, estamos llamados a compartir con gusto los bienes que poseemos porque de esa manera vivimos en la lógica de Dios, «que es la gratuidad».
Por otro lado -añadió el Papa- cuando Jesús habla de pobreza, en este caso también hace referencia a una actitud ante el sentido de la vida: «el discípulo de Jesús no cree que lo posee, ni piensa que ya lo sabe todo, sino que sabe que debe aprender cada día. Por ello, es una persona humilde y abierta, sin prejuicios ni rigidez».
El ejemplo de Simón Pedro y su docilidad.
Y un bello ejemplo de esto -continuó Francisco- lo encontramos en el Evangelio del domingo pasado:
“Simón Pedro, pescador experto, acepta la invitación de Jesús de echar las redes a una hora inusual; y luego, lleno de asombro por la prodigiosa pesca, deja la barca y todas sus posesiones para seguir al Señor. Pedro demuestra ser dócil dejando todo, y así se convierte en discípulo. Sin embargo, quien está demasiado apegado a sus propias ideas y a las propias seguridades, casi nunca sigue realmente a Jesús”
Asimismo, el Santo Padre hizo hincapié en que cuando no seguimos a Jesús con nuestras vidas, es fácil caer en la tristeza «porque las cuentas no cuadran, porque la realidad se escapa de nuestros esquemas mentales y nos encontramos insatisfechos». El discípulo de Jesús, en cambio, «sabe cuestionarse, sabe buscar a Dios humildemente cada día, y eso le permite adentrarse en la realidad, acogiendo su riqueza y complejidad».
Aceptar la paradoja de las Bienaventuranzas.
En otras palabras, para Francisco, el discípulo, acepta la paradoja de las Bienaventuranzas:
«Estas declaran que es dichoso, es decir, feliz, quien es pobre, quien carece de tantas cosas y lo reconoce. Humanamente, se nos induce a pensar de otra manera: feliz es quien es rico, quien está lleno de bienes, el que recibe aplausos y es envidiado por muchos. Jesús, por el contrario, declara que el éxito mundano es un fracaso, ya que se basa en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón».
Al respecto, el Santo Padre indicó que quienes se dejan guiar por Jesús, siguiendo el estilo de las Bienaventuranzas, son aquellos que se dejan meter en crisis, conscientes de que «no es Dios quien debe entrar en nuestras lógicas, sino nosotros en las suyas».
Se trata de una elección de vida -puntualizó el Pontífice- que requiere de un camino, a veces fatigoso, pero siempre acompañado de alegría:
“Porque, recordemos, la primera palabra de Jesús es: dichosos. Esto es el sinónimo de ser discípulos de Jesús. El Señor, al liberarnos de la esclavitud del egocentrismo, desencaja nuestras cerrazones, disuelve nuestra dureza y nos abre la verdadera felicidad, que a menudo se encuentra donde nosotros no pensamos”
El discípulo destaca por la alegría del corazón.
Finalmente, Francisco invitó a todos a preguntarse si vivimos con la disponibilidad del discípulo, o nos comportamos con la rigidez de quien se siente cómodo y seguro de haber llegado a la meta:
«¿Me dejo «desencajar por dentro» por la paradoja de las Bienaventuranzas, o me mantengo dentro del perímetro de mis propias ideas? Y luego, más allá de las penurias y dificultades, ¿siento la alegría de seguir a Jesús? Este es el rasgo más destacado del discípulo: la alegría del corazón».
«Que la Virgen, la primera discípula del Señor, nos ayude a vivir como discípulos abiertos y alegres», concluyó el Papa.