Jesús está presente en todos los servidores de este mundo que arriesgan su vida para dar esperanza a la humanidad

Este Jueves Santo el rito del Lavado de los pies fue reemplazado por un gesto de oración y silencio respetuoso ante una fila de sillas vacías. En cada una de ellas estaban escritos las regiones de nuestro país y los principales lugares donde el coronavirus ha cobrado la vida de cientos de miles en el mundo. Arrodillados frente a estas sillas, en señal de servicio y solidaridad, se encontraba Monseñor Carlos Castillo junto a sus obispos auxiliares.

En este marco de recogimiento se celebró la Cena del Señor presidida por el Arzobispo de Lima y televisada por los principales medios católicos de nuestra ciudad, permitiendo que miles de personas se conecten desde sus hogares para participar junto a los jóvenes del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo.

«Jesús entendió que el mensaje del Padre era perdonar y amar hasta el extremo – comentó Monseñor Castillo al inicio de su homilía – pasar de este mundo al Padre, significaba para Jesús, aceptar que iba a ser asesinado y redimir a una humanidad lacerada e injusta».

«Esta noche estamos reunidos en nuestras casas, como aquí en el Seminario también estamos reunidos con nuestros jóvenes seminaristas para recibir de Jesús su última cena, que quiso dejar su cuerpo y su sangre representados con el pan de cada día que comemos para alimentarnos, y con el vino que es signo de alegría y de esperanza» – agregó el Primado del Perú.

Un renacer de la verdadera Semana Santa.

Refiriéndose al Evangelio de Juan (13,1-15) que narra el gesto del Señor de lavar los pies a sus discípulos, Monseñor Castillo explicó que «cuando compartimos el pan y bebemos la sangre de Jesús por medio del vino, asumimos el sentido de servicio y la entrega del Señor por nosotros».

En todos los servidores del mundo, en todas las personas que en este momento se aprestan arriesgando su vida para dar esperanza a la humanidad, está presente el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

El Arzobispo de Lima precisó que estos días de incertidumbre coincidentes con la Semana Santa son una oportunidad para vivir intensa y verdaderamente en la unidad de la comunidad cristiana pequeña:

«¿Quién iba a pensar que en el año 2020 se daría una situación donde rememoraríamos a Jesús tal como Él hizo la Eucaristía? En pequeños grupos de cenáculo, con todos ustedes aquí presentes, lejos de la familia, pero con su familia en toda la ciudad y en todo el mundo reunida en pequeños cenáculos esperando comer el cuerpo esperanzado y glorioso del Señor, maltratado y destruido por el mal de este mundo» – expresó Monseñor Castillo.

Hoy vamos a realizar el acto que hizo nacer a la Iglesia y el sacerdocio que instituyó Jesús, sacrificio generoso de entrega y de amor. No burocracia, no Iglesia indiferente, no Iglesia arrogante sino Iglesia servidora y viva.

Unidos a la gran cantidad de servidores que entregan su vida

«En gesto de silencio respetuoso, porque universalmente hemos decidido junto al Papa Francisco no hacer el rito del Lavado de pies, vamos a hacer gestos en nuestras casas en donde mostremos la misma sencillez y humildad de servicio que podemos hacer con gran creatividad, como es propia del pueblo de Dios – prosiguió el Arzobispo de Lima – que esta noche cocine papá, que mañana en el desayuno, podamos nosotros hacer descansar a mamá, que inclusive podamos los hijos lavar a los hermanos pequeños y bañarlos, para unirnos así a esa enorme cantidad de servidores que, en las calles, en las plazas, en los hospitales, en los lugares más inhóspitos, están hoy entregando su vida».

Vamos a hacer el gesto de ponernos de rodillas ante estas sillas vacías que representan a los diversos pueblos del mundo, regiones naturales, departamentos, distintas situaciones de injusticia y de mal que hemos vivido y que estamos viviendo en esta tremenda enfermedad. Unidos recemos por nuestro país y por nuestro pueblo, para que este momento aciago pueda pasar, y para que el mundo que podamos construir y la Iglesia que podamos vivir en el futuro, sea así de sencilla, de servidora, de amorosa cómo es Jesús en sus gestos delicados, capaces de refundar el mundo en lo más elemental y sencillo, desde la sobriedad.

«Invito a todos ustedes, hermanos y hermanas que nos están viendo, a ponernos de rodillas ante todos estos amigos que nos han dejado, ante todos los enfermos y ante todos los servidores que en este momento acuden generosos con su vida a proteger la nuestra. Pongámonos de rodillas y adoremos en silencio» – concluyó.