Inspirado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo sostuvo que el Señor nos invita a seguir un camino de servicio con los débiles y frágiles en el mundo. Acoger este camino es acoger a Dios, que acompañó pacientemente a la humanidad y nos reveló la gratuidad de su amor a través de su Hijo.
La Eucaristía de este domingo XXV del Tiempo Ordinario significó el cierre de las actividades por el Mes de la Familia, congregando a cientos de familias de nuestra Arquidiócesis en la Basílica Catedral de Lima.
En su alocución al Evangelio de Marcos (9,30-37), Monseñor Castillo explicó que el Señor vuelve a hablar con sus discípulos sobre la misión principal que deben seguir: servir a la humanidad y estar dispuestos a dar la vida si es necesario. Este mensaje aún no era comprendido por los discípulos, que estaban más preocupados en saber cuál de ellos ocuparía el primer lugar. Pero el Señor nos enseña que la verdadera felicidad solo se encuentra en el servicio y el hermanamiento, no en el poder.
Al igual que los discípulos, nosotros también podemos caer en esta «actitud de culto de poder». Eso ocurre cada vez que pretendemos resolver los problemas por impulso, espasmódicamente, sin criterio alguno para pensar y ponderar las cosas, advirtió el Monseñor.
Jesús ha querido identificarse con los más humildes y pobres, no con aquellos que ansían el poder para repetir la historia y mantener los mismos criterios de dominio. La figura del «Hijo del Hombre», sostuvo el Prelado, no está relacionado con el significado conservador que, antiguamente, se pensaba de un dios que juzga a los hombres. Se trata de una perspectiva distinta, en donde el Señor se manifiesta escondido en la historia para caminar con los sencillos y los últimos.
Por eso, la experiencia cristiana se basa en acoger al Otro, y en eso consiste el camino de Dios: «En medio de cualquier situación adversa, lo primero es encontrar el camino de los últimos, acompañarlos y comportarse como Dios se ha comportado», añadió el Primado del Perú.
Mientras que los discípulos continuaban discutiendo sobre el lugar que ocuparía cada uno, Monseñor Castillo destacó el gesto delicado del Señor de llamar a un niño al centro, abrazarlo y recordarnos que el que no se empequeñece ni ayuda a los más pequeños, no puede participar ni acoger a Dios mismo. La fragilidad de un niño es la figura a la que recurre el Señor para reiterar que su amor es gratuito y nos reengendra como sujetos creadores de futuro.
Abrir nuestros corazones al servicio
Hoy más que nunca, en medio de tantas crisis, como los incendios forestales de la Amazonía, el obispo de Lima señaló que es urgente abrir nuestros corazones al servicio para no caer en frivolidades y dejarnos interpelar por el rostro de Dios en los rostros de los más necesitados: «Nuestra entrega y fidelidad al Señor no se da por obligación, sino a partir de una inspiración que nos permite a todos crear la forma en que hemos de servir y ayudar a los demás», recalcó.
También se refirió sobre aquellas concepciones que nos alejan del verdadero sentido de nuestro cristianismo, reduciendo la fe a un mecanismo de negocio e intercambio de obras. La fe no consiste en «ganarnos» a Dios, sino dejarnos inspirarnos por Él para compartir nuestra vida en las situaciones concretas que requieren nuestra acción.
Dirigiéndose a las familias que llegaron a Catedral de Lima con motivo del cierre de actividades por el Mes de la Familia, Monseñor Castillo hizo un llamado a tener las mismas actitudes de acompañamiento y paciencia del Señor. Por eso, pidió que aquellas familias bien constituidas puedan continuar ayudando a otras que tienen dificultades.
Aprendamos a construir una pastoral familiar misionera que llene de alegría a toda nuestra comunidad cristiana.
A los pies de la imagen del Señor del Costado, el arzobispo de Lima recordó que «el agua y la sangre que brota del costado de Jesús» en la Cruz es fuente de vida porque establece «ese principio de amor gratuito y fecundo de Dios en la humanidad».