En la misa dominical celebrada en la Basílica Catedral de Lima, Monseñor Carlos Castillo ha hecho un llamado a mirar cara a cara a la realidad para caminar juntos en un proceso de conversión mutua con sentido de justicia: «Tenemos que responder al sufrimiento y a la necesidad de tantas personas con iniciativas amorosas y generosas, acogiendo dentro de la situación difícil a quien sufre, pero también con ese gesto, interpelar a quien disfruta y se olvida de los demás, o a quien inclusive ejerce la marginación. Tenemos la misión fundamental de amar sin medida, amar en forma generosa y total, incluso al enemigo», expresó el prelado en la homilía de este VII Domingo del Tiempo Ordinario.
Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.
Comentando el Evangelio de Lucas (6, 27-38), en que el Señor nos invita a amar a nuestros enemigos, el Arzobispo de Lima explicó que Jesús quiere aconsejarnos y educarnos como discípulos con una primera instrucción en nuestra misión fundamental como cristianos y católicos: la misión de amar sin medida, amar en forma generosa y total, incluso al enemigo.
«El Evangelio de hoy tiene una importancia muy grande porque señala, claramente, la novedad de nuestra misión como Iglesia en todo el mundo, mucho más en los tiempos difíciles que vivimos hoy día, en que la violencia se apodera no solo de nuestro país, sino de diversas partes del mundo, como estamos viendo en este momento con el país de Ucrania. Y así también, en diversas situaciones diarias, como la violencia que se siente en las calles, los asaltos, la violencia inclusive que vivimos desesperadamente en la sociedad, en la política, en la economía, en diversos ambientes que necesitan, de nuestra parte, ser evangelizados. Esto no significa que todo el mundo sea católico, sino que reciba el anuncio de que es posible, en el ser humano, un camino de amor, de servicio y de entrega generosa, que solamente se puede enseñar generosamente», comentó el prelado en su homilía.
Los gestos y las palabras nos interpelan a un proceso de conversión mutua.
Monseñor Carlos también aclaró que el llamado del Señor a amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos odien, bendecir a quienes nos maldicen y ofrecer la otra mejilla si nos pegan en una, no es un llamado a la resignación y la pasividad. «Es una sutil forma, activa y pacífica de enseñar con gestos concretos», recalcó el Obispo de Lima.
«Ayudemos a nuestros hermanos a entender que no se puede vivir de forma violenta. Tenemos que resolver el problema de convertir, con amistad, con cariño, entrañablemente, la violencia en nuestra sociedad en una situación de paz y de solidaridad. Ese desafío, sobre todo, lo tenemos los creyentes, porque si esto sucede no solamente es porque la gente siempre tiende al pecado, sino por algo más serio: porque hemos sido cristianos pasivos y no hemos anunciado el Evangelio», aseguró el Arzobispo.
Y recordando las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de hoy: «Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia», Carlos Castillo reiteró que, cuando se viven situaciones de violencia, podemos tener gestos y palabras adecuadas para interrogar y hacer pensar a las personas, para que recapaciten. Por eso el Papa dice en su reflexión de hoy: “Jesús, con su pregunta, denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia, es más, con gentileza. No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar el rencor”.
En una humanidad donde, por determinadas razones, se ha perdido la formación moral y ética; en donde actuamos por el instinto, por el interés y la ambición; en un mundo enormemente corrupto en donde las mafias se apoderan de la vida de los países y de los pueblos, en donde existe corrupción y corrosión de instituciones, en donde hay una desenfrenada actitud de dominar y hay millones de víctimas marginadas, necesitamos dejarnos interpelar por el sufrimiendo humano y responder con iniciativas amorosas y generosas, acogiendo dentro de la situación difícil a quien sufre, pero también con ese gesto, interpelar a quien disfruta y se olvida de los demás, o a quien inclusive ejerce la marginación como el caso del maltrato de la mujer y tantas personas abandonadas que hay en el mundo y en nuestro país.
Monseñor Castillo insistió en que necesitamos «desviolentar» nuestra sociedad, intentando, desde nuestros barrios, familias y comunidades, ayudarnos mutuamente a disminuir la violencia a través de gestos de iniciativa que permitan neutralizar y hacer recapacitar a las personas: «El Señor nos pide, sobre todo, la capacidad de comprensión inclusive del mismo enemigo que está enredado en su violencia, enredado en sus intereses. Eso requiere gestos y palabras que ayuden a interpelar, incluso con nuestra vida misma».
Desactivar la violencia con gestos de amor y capacidad de comprensión.
«¿Qué hacemos? ¿Respondemos mal con mal? ¿Acentuamos y desarrollamos más la violencia?», preguntó el Arzobispo de Lima en su homilía dominical. En ese sentido, no basta con enfrentar las situaciones de manera pasiva, rezando pero siendo indiferentes al dolor humano, también es importante nuestra iniciativa, nuestra acción solidaria y evangelizadora en todos los lugares donde estamos:
«Estamos especialmente llamados a aprender a hacer estas iniciativas en todas las relaciones humanas que hacen posible que, aquella persona que es culpable de un delito violento de acción permanente y de enemistad permanente, pueda “desactivarse”. Es cierto que hay cinismo en la sociedad, es cierto que, inclusive, después de un acto agresivo y violento, el violento dice: “¡Ah! Gané. Los derroté, porque conseguí lo que quería”. ¿Consiguió lo que quería? Porque detrás de quien actúa de esa manera, en lo profundo de su ser, hay una especie de ambición de felicidad ¿Se puede tener felicidad a costa de las víctimas? ¿Puede una persona permanecer feliz? ¿O en realidad empieza el camino del enredo? Ese triunfo aparente ¿Acaso no se convierte después en una ruina y en un infierno?», reflexionó el Primado de la Iglesia peruana.
Pongámonos la mano en el pecho todos. No hay suficiente evangelización, hay costumbres católicas, costumbres cristianas, pero hay una deficiente presencia de nuestra palabra y de nuestro testimonio en el corazón de la vida de la gente. Si anunciamos el Evangelio con alegría, vamos a ver cómo la gente tiene alegría en esta Iglesia y puede empezar un camino nuevo. Porque cuando hay alegría, amistad, cariño, ternura, nosotros entramos en un camino irreversible de amistad, y no solamente amistad personal, sino amistad también social, como quiere el Papa Francisco.
El perdón no es «borrón y cuenta nueva». Hay que rectificar y restituir.
En otro momento, Monseñor Castillo habló sobre la importancia de aprender a perdonar y perdonarnos para que las personas cambien, pero desde una reflexión honda que nos ayude a restituir y resarcir el daño ocasionado: «El perdón, sin una reflexión sobre la posibilidad de asistir a aquel que ha hecho mal, es una especie de “borrón y cuenta nueva” que no aclara en qué consistió el problema. Los peruanos estamos muy habituados a no afrontar nuestros límites, nos evadimos muy fácilmente. Y en eso consiste la falta de educación que hemos tenido en estos últimos 30 años: no mirar cara a cara a nuestra realidad», acotó.
El Señor nos invita a entrar en nosotros para hacer posible un proceso de conversación mutua de nuestros problemas, aclararlos y enfrentarlos con una claridad muy grande, también con exigencia profunda. Ahí está esperando nuestro Señor de los Milagros, a que se produzca el milagro de que nuestra sociedad sea una sociedad verdaderamente humana y justa. El Señor nos está esperando para annuciarlo, para rectificar y restituir, para devolver a los humanos la dignidad que tienen y renunciar a aquello que destruye nuestra humanidad y dignidad.
Cercanía y amistad con nuestros hermanos de Sant’ Egidio.
Finalmente, el Arzobispo de Lima saludó la presencia de la comunidad de Sant’ Egidio y agradeció el testimonio de servicio, acompañamiento y solidaridad con nuestros hermanos más pobres en todo el país y el mundo.