«El Señor, que es el Pan vivo bajado del cielo, nos llama a ser solidarios y estar atentos a los problemas de los demás, acompañando a la humanidad en su camino hacia la plenitud en Dios. Aprendamos a aceptar con sencillez lo que nos dice el Señor». Estas fueron las palabras de Monseñor Carlos Castillo en la reflexión de este domingo XIX del Tiempo Ordinario.
El Prelado también advirtió que la humanidad «está entrando en un pozo ciego formado por las ambiciones», sobre todo, «la ambición del dinero que está dejando a la gente sin comer».
En su alocución al Evangelio de Juan (6,41-51), el arzobispo de Lima explicó que Jesús nos ha dejado los signos de su amor para que podamos compartirlo entre todos sus hijos. «Todo lo que se comparte siempre se multiplica porque nace del amor. En cambio, cuando no se comparte siempre falta, sobre todo, cuando unos pocos quieren apropiarse el pan de todos», señaló.
«Yo soy el Pan bajado del cielo», dice el Señor, pero algunos grupos de judaizantes se resisten a los signos de amor y cercanía que anuncia Jesús. Este grupo de «aguafiestas», comenta el Primado del Perú, en vez de centrarse en compartir el pan, se preocupan más en cumplir con rigurosidad los ritos del templo para alcanzar la salvación. Los judaizantes se muestran incrédulos y se dejan llevar por la desconfianza y la especulación. Son incapaces de aceptar que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios y «empiezan a murmurar, a crear chisme en contra de Jesús».
Nos hemos acostumbrado a un cristianismo y a una fe de “puros” e “impuros”. Se supone que los que venimos a misa somos los “puros” y los que están fuera son una multitud caterva, una “chusma”. Aquí nadie es puro, todos somos pecadores en conversión.
Como afirmó el Papa Francisco en el Ángelus de esta mañana, «están bloqueados en su fe y por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él». Este cuestionamiento de la manifestación de Dios en lo ordinario, reflexionó el obispo de Lima, continúa siendo un problema latente: «La verdadera fe no se basa en ideas preconcebidas, sino en un aprendizaje constante y una apertura a la presencia de Dios en lo cotidiano», aseveró.
El Señor viene a interpelarnos cuando aparece el Otro, cuando aparecen los problemas, cuando aparecen las cuestiones sociales, cuando aparecen nuevas alegrías y nuevas esperanzas.
Monseñor Castillo recalcó que el Evangelio de hoy nos enseña que Dios está presente en la humanidad, esparcido en ella y en todas nuestras vidas. Por eso, nuestra religión no es de ojos cerrados, sino de ojos abiertos, siempre buscando la manera de rastrear al Señor en nuestra realidad para acogerlo, atender su llamado y profundizar lo que nos está tratando de decir en cada relato de la vida humana.
La comunidad cristiana, la Iglesia, es una comunidad de pecadores que cree en el Señor, lo acoge y profundiza su llamado. Hoy necesitamos el concurso de todos para dar ideas, ayudarnos mutuamente, consolarnos y seguir adelante.