En la Eucaristía de hoy celebrada en el Santuario de Las Nazarenas, el arzobispo de Lima recordó que Dios ha creado este mundo para que sea una extensión de su Reino, y todos estamos invitados a ese «gran banquete» si nos dejamos interpelar por su amor gratuito y generoso, compartiendo la alegría del Evangelio con todos, sin excluir a nadie.
«Dios nos invita a vivir la hermandad con alegría y sencillez, entrando en la dinámica profunda de la sinodalidad. Por eso nos mandó a Jesús, que entregó su vida por nosotros en esta tierra para ser signo de que solo el amor y el perdón hace posible que seamos felices», comentó en la homilía.
Frente a la imagen del Señor de los Milagros, el Primado del Perú hizo hincapié en la importancia de caminar juntos no solo en la procesión, sino en la vida diaria del país, en la vida del mundo y en medio de las tragedias que nos sacuden, como la guerra.
Monseñor Castillo inició su homilía reflexionando sobre el Evangelio de Mateo (22, 1-14), que cuenta la parábola de un rey que prepara un banquete de bodas para su hijo. El Señor afirma hoy que el Reino de Dios se parece a este banquete lleno de comidas y alegrías, donde nos sentamos a la mesa para compartir y vivir felices. Ello nos recuerda, indicó el prelado, que nuestra fe, nuestra religión, «es una religión encarnada en la humanidad para hacer feliz a la humanidad como humanidad, no solamente a las almas, también a los cuerpos; y para que un día resucitemos todos».
Sin embargo, en este banquete, hay quienes se resisten y auto-excluyen de la invitación. Ellos son los «aguafiestas», es decir, los que «no son dignos», pero porque se muestran indiferentes y responden con crueldad a la invitación.
Una Iglesia formada por pecadores en conversión, sin excluir a nadie
El ejemplo de este rey alude a la capacidad amorosa de Dios para compartir su inmensa alegría con nosotros, sin obligar a nadie, incluso, exponiéndose a ser rechazado. Esta actitud es la misma que debemos tener como cristianos, recalcó el Primado del Perú, y evitar cualquier intento de polarizar o crear enemistas:
«La Iglesia está formada por pecadores que se convierten poco a poco para comprender y acompañar, para anunciar y evangelizar, no para acusar a nadie. Todos somos pecadores en conversión, hasta el arzobispo, todos. No estamos para “sobrarnos” o pensar que nosotros, los puros, nos vamos al cielo y ellos al infierno», reflexionó.
El Monseñor advirtió sobre el riesgo de «exagerar las cosas» y percibir la Iglesia como el espacio de un «club exclusivo» donde solo generamos más separación: «Eso tiene que cambiar entre nosotros. Somos pecadores y el Señor ha venido para salvarnos y sacarnos del pecado poco a poco, comprendiéndonos y teniendo paciencia con nosotros», reiteró.
En ese sentido, la procesión del Señor de los Milagros es una expresión honda de nuestra fe que nos inspira a aprender a ser hermanos, a «caminar juntos» hacia la sinodalidad que el Papa insiste. «Eso es lo que hacemos en las procesiones: caminar juntos. Pero lo que falta es caminar juntos en la vida del país diaria, en la vida del mundo diario, en donde ocurren cosas terribles como la guerra, las ambiciones y los poderes», acotó el arzobispo.
Un signo de esperanza y hermanamiento para la humanidad
Es precisamente, en momentos de incertidumbre y emergencia, donde la Iglesia hace sentir su presencia y acompañamiento. Por ello, Monseñor Castillo resaltó el gesto que ha tenido la iglesia católica y la iglesia ortodoxa griega, que en pleno epicentro de la guerra, en Gaza, abrió sus puertas para refugiar a cientos de civiles.
«Cuando estamos en emergencia, las cosas tienen que cambiar, y toda la Iglesia tiene que disponerse a ser un signo de esperanza y hermanamiento para la humanidad. Hoy, el Señor nos invita a todos a vivir esa hermandad con alegría, con sencillez, entrando en la dinámica profunda de la sinodalidad», aseveró el obispo de Lima.
Teresa de Jesús: vida sencilla y humilde
En la Fiesta de Santa Teresa de Jesús, Monseñor Carlos recordó los gestos de humildad y sencillez que caracterizaron a la santa española. «Con gran humildad, ella construyó una reforma en la Iglesia para que los conventos fueran lugares de acogida, de alegría, de compartir».