Un fuerte llamado a la conversión y a la reeducación de todos para «florecer como un pueblo bien dispuesto que produce frutos». Esta es la reflexión que nos deja nuestro arzobispo de Lima en la Eucaristía de hoy celebrada en el Santuario Las Nazarenas.
Al frente de la imagen del Señor de los Milagros, Monseñor Carlos Castillo pidió tener las mismas actitudes de gratuidad y paciencia de Jesús, que nos llama a cuidar su viña con relaciones fraternas y justas, reconociendo que todos somos pecadores y nos ayudamos unos a otros a convertirnos. El prelado advirtió que la Iglesia no puede ser usada como medio de aprovechamiento para dar «anti-testimonio» de Dios y permitir las injusticias.
Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima
Monseñor Castillo inició su homilía manifestando su consternación por la tragedia de Israel y Palestina, y recordó que el Señor siempre nos acompaña a pesar de todas las situaciones difíciles, en medio de las guerras, las culturas y las lenguas, ahí está Él invitándonos a vivir en hermandad. «En esta época trágica de la humanidad, anunciar a Jesucristo por las calles visiblemente es sumamente importante», agregó.
Este es precisamente el ejemplo que nos deja Jesús con la parábola de los viñadores infieles (Mateo 21,33-43), en donde un dueño arrienda su viña porque debe irse al extranjero, y cuando llega el momento de la vendimia “envía a sus siervos para recibir los frutos. Pero los viñadores los maltratan y los matan”; y cuando manda a su hijo, “ellos lo matan también”. ¿Y qué hace el dueño? No actúa con venganza, sino que les quita la administración y se las entrega a otros que sí produzcan frutos; es decir, actúa de forma pacífica.
El arzobispo de Lima explicó que el Señor nos propone asumir con responsabilidad y sentido de justicia la fe de una viña, sin ambiciones ni egoísmos. «Ser creyente es siempre cuidar la viña del Señor – recalcó el prelado – Y cuidar la viña es tener relaciones buenas, justas, trato positivo, ver por el desarrollo de todos, pensar en el bien de todos, no solamente en mi grupo o mis intereses».
Esta invocación del Señor también va a todos los que son dirigentes, desde los padres que son administradores de una familia y no «dueños» de sus hijos, hasta quienes toman decisiones importantes en el país, en una comunidad parroquial o en una congregación.
«Tenemos que hacer una reflexión sobre nuestro catolicismo porque, a veces, pensamos que ser católico es sinónimo de tener “la verdad”, y ser «el puro» y «el limpio». Y no reconocemos que, en realidad, todos somos pecadores y nos estamos ayudando unos a otros a convertirnos», aseveró el arzobispo.
En otro momento, Monseñor Castillo aseguró que la procesión del Señor de los Milagros es también una «procesión sinodal», porque caminamos todos juntos para ser acogidos por el Señor, sin excepciones ni distinciones. Y cuando lo acompañamos, compartimos nuestra fe en un Dios que nos ama, nos escucha y entrega su amor gratuito sin medida.
Por eso, «todos somos un don de Dios, y ese don de Dios lo reconocemos cuando nos ayudamos, nos acompañamos y aprendemos a ser un país también gratuito, en donde todos los servicios y las cosas se hagan como un intercambio generoso de unos con otros».
Un fuerte llamado a la conversión
El Primado del Perú habló sobre el peligro que supone usar la Iglesia para pedir préstamos y hacer especulaciones financieras. Esto sucede cuando nos aprovechamos de nuestra condición de católicos para «hacer maldades» y dar «anti-testimonio de Dios», usando la religión como un medio para patentar todas estas injusticias y mentiras. «¡Tienen que corregirse! Tenemos que convertirnos si quieren seguir en la Iglesia», reiteró.
«Tenemos que empezar a ser guardianes de una Iglesia que sepa llevar las cosas al servicio de todos. El Papa quiere la reforma de la Iglesia y que estas cosas no ocurran nunca. Y para eso tenemos que ayudarnos mutuamente porque la cosa es muy seria», exhortó.
Carlos Castillo insistió en la necesidad de poner en práctica la «hermandad sinodal», en donde haya espacio para la contribución de todos en la reeducación del país y, de este modo, se haga visible el signo de la presencia de Dios en nuestra humanidad, como ocurre con las hermandades del Señor de los Milagros presentes en todas partes del mundo.
Oremos para que haya paz en el mundo, para que las actitudes del Señor de los Milagros se instalen en el corazón de todos y podamos florecer como un pueblo bien dispuesto que produce frutos, que genera frutos.
Finalmente, en el día que conmemoramos el aniversario del Combate de Angamos, nuestro arzobispo recordó la inmolación de Miguel Grau: «Por dejarnos un legado noble, verdadero y honrado, hundió su barco y murió ahogado por la Patria. Inspirado en la grandeza de nuestro Señor que murió en la Cruz, Grau entregó su vida como todos nuestros héroes nobles. Quizás, ninguno ganó una guerra, pero nos dejaron el legado de que nuestro pueblo es un pueblo de amor y de verdad».