En el III Domingo del Tiempo de Cuaresma, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a continuar nuestro camino de conversión recapacitando acerca de nuestra contribución directa o indirecta al mal general, para rectificar el daño cometido y unirnos para corregirnos mutuamente: «No solamente se necesitan profetas que levanten su voz, se necesita un pueblo profético que clame, levante su voz, que se corrija de sus errores, y juntos ayudarnos a que salgamos adelante. Porque Dios no nos castiga inmisericordemente, Dios nos corrige y nos llama hondamente a reconocer nuestras culpas, pero Él no deja de estar con nosotros», comentó el Primado de la Iglesia peruana.
Leer transcripción de la homilía de Monseñor Castillo.
En su homilía dominical en la Basílica Catedral de Lima, Monseñor Carlos afirmó que el Tiempo de Cuaresma nos recuerda la importancia de la conversión para ser cristiano: «Y la conversión implica muchas cosas, como reconocer nuestras tentaciones personales, familiares, nacionales e históricas, para entrar en un proceso de cambio y detectar qué cosa es lo que nos tienta más, para escuchar al Señor en la oración y no escucharnos a nosotros mismos», acotó.
Meditando el Evangelio de hoy (Lc 13, 1-9), el Arzobispo de Lima señaló que el Señor nos plantea algunas preguntas que debemos reflexionar juntos: ¿Qué cosa pensamos nosotros de la desgracia humana y de la tragedia humana? ¿Pensamos que ocurre porque Dios nos castiga? ¿O que, en gran parte, es nuestra responsabilidad?
En ese sentido, el prelado explicó que los sacerdotes de Israel habían impuesto una forma de comprender el mal basada en el castigo y la especulación. Así, cuando alguien sufre, debe ser porque algún pecado ha tenido. «Piensen ustedes en la tragedia que ha sucedido en Trujillo, en el pueblo de Retamas – refirió Monseñor Castillo – ¿Nosotros podríamos afirmar (como lo hacían los sacerdotes) que el derrumbe de sus casas y la muerte de muchos inocentes ha sucedido porque pecaron mucho? ¿Les parece justo que, cuando sucede una tragedia, esa tragedia sea consecuencia del pecado de alguien? ¿Y qué hacemos cuando hay una tragedia que nos azota y afecta a todos como la Pandemia? ¿Creen ustedes que es por nuestro pecado que ocurre eso y que Dios lo manda como castigo?», preguntó el Obispo de Lima.
No atribuir a Dios castigos que Él no realiza.
Carlos Castillo advirtió que no podemos «atribuir a Dios unos castigos que Él no quiere realizar ni nunca ha querido realizar. Si alguien ha cometido un mal y sufre a consecuencia de ese mal, es porque su propia lógica lo ha llevado a esa situación».
En Jesús está la Palabra definitiva que Dios ha dado a la humanidad: Dios es amor y solo es amor, Él nos perdona de todas nuestras culpas y sufre por nosotros para reparar todo el mal que hacemos, todos los errores que cometemos.
El Evangelio de hoy nos permite reflexionar acerca de la consecuencia de nuestros propios actos. Y por eso, el Señor hace un fuerte llamado a la conversión: «Él no va a castigarnos por no convertirnos. Si no cambiamos de mentalidad y seguimos prejuzgando, si no nos convertimos, esta actitud nos puede llevar a la destrucción», reiteró el Monseñor.
El Papa ha dicho esta semana que no existe una “guerra justa o santa”. Estamos en una situación muy grave todavía porque todo lo que se hace, parece no hacerse por el bien común, sino solamente por el interés propio. Y si no cambiamos, si no abandonamos los intereses absolutamente propios y no ponemos como absoluto el bien de todos, vamos a tener tragedias peores.
El pecado enreda las cosas y genera una situación indetenible.
Para detener el caos que genera el pecado, asegura el Arzobispo de Lima, es necesario recapacitar y convertirnos, reconocer nuestro pecado, curar las heridas y restituir el daño ocasionado: «Jesús describe lo que pasa con el pecado: enreda las cosas y genera una situación indetenible. Es preciso detener el caos llegando a un arreglo, no a una componenda pensando en sí mismos, sino a un arreglo real en donde haya una legítima garantía de que todos están siendo escuchados, especialmente los mas perjudicados. Y de esta manera, llegar a una armonía real, no ficticia, no solamente para poder ganar votos o apoyo, sino una construcción entre todos para ver cómo solucionamos esa diversidad de intereses que existe y cuál es el interés prioritario».
Monseñor Castillo recalcó que este domingo de Cuaresma debe llevar a preguntarnos ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestra mentalidad tronchista, que busca su interés propio y no ve el interés de todos?
Desgraciadamente, en el Perú, nos hemos habituado a formar una comunidad de “amigotes”. Y el amiguismo es un punto muy grave cuando no se tiene verdadera “amistad social”, como dice el Papa.
Dios confía en nosotros y nos da otra oportunidad para solucionar los problemas.
La Parábola de la higuera sin fruto, explica nuestro Arzobispo, nos ayuda a comprender cómo es la paciencia de Dios con nosotros: «Hoy, el Papa ha dicho que un hermoso nombre de Dios sería “el Dios que da otra posibilidad”, porque nos da otra oportunidad y es misericordioso. Él, en medio de la tragedia humana, nos da y abre las posibilidades de solucionar los problemas. Él, viendo que nosotros nos peleamos, ambicionamos y nuestro pecado va destruyendo a la humanidad, todavía confía en nosotros».
Dios, a pesar de todo el pecado que tenemos, no nos castiga inmisericordemente; sino que, sabiendo que nosotros, con nuestras acciones, producimos cosas peores, siempre está llamándonos a la posibilidad de salir airosos si reconocemos nuestros pecados y límites, si nos ayudamos unos a otros y corregimos lo que hacemos, rectificamos las tonterías que hacemos. Y para eso nos da su Espíritu, para eso nos da a Jesús, que nos muestra su amor misericordioso.
En memoria de Monseñor Bambarén: nuestro obispo profeta.
Al cumplirse un año de la partida al Padre de Monseñor Luis Bambarén, el Arzobispo Castillo dedicó unas palabras de agradecimiento por el testimonio de su vida:
«Damos gracias por la vida de nuestro obispo profeta, Monseñor Luis Bambarén, que supo poner el dedo en la llaga siempre en la historia del país; y que nos enseñó a tener una Iglesia viva, capaz de decir su palabra con respeto, pero con claridad, para ayudar a cambiar y mejorar todo lo que somos y tenemos», dijo el prelado.