En el II domingo de Pascua, Monseñor Carlos Castillo recordó que la Iglesia que estamos formando y regenerando juntos, es una Iglesia basada en la misericordia del Señor, que se sabe acercar, escuchar, comprender y alentar. «Todos somos reengendrados por Jesús para nacer a una vida nueva y a una esperanza viva que siempre está esperando y buscando a su Señor», comentó en su homilía.
El prelado se pronunció por los dos casos de feminicidio que ocurrieron en nuestro país: la enfermera Brizz Salcedo Añasco (32), ultrajada por dos sujetos en Puno; y Katherine Gómez (18) quemada viva por su ex pareja. «Nos unimos con ellas, a todas las mujeres que sufren. Necesitamos, urgentemente, repensar cómo podemos superar este problema gravísimo del maltrato de la mujer», manifestó.
Leer transcripción de homilia de Monseñor Castillo.
En su breve alocución, el arzobispo de Lima afirmó que la liturgia de hoy, domingo de la Divina Misericordia, nos permite «retomar el camino de la regeneración». Dice la Carta de Pedro (1 Ped 1, 3-9) que, a través de su Resurrección, Jesús nos ha reengendrado para una esperanza viva, es decir, fecunda otra vez.
En ese sentido, mientras que en el libro de los Hechos de los apóstoles (2, 42-47), se nos presenta la imagen de una comunidad muy unida y cercana a la gente; en el Evangelio de Juan (20, 19-31) nos encontramos con una comunidad divida (falta el discípulo Tomás), escondida, refugiada (por miedo a sus perseguidores) y dolida por la muerte del Señor. En ambos casos, explica Monseñor Castillo, el Señor ha tenido la maravilla de «reengendrar y regenerar la Iglesia» para servir al mundo en todos sus problemas.
Pese a estar en el mismo lugar en que Jesús compartió su cuerpo y sangre, los discípulos parecen estar huyendo del mundo, con la desilusión y duda de que Jesús pueda haber resucitado. El obispo de Lima aseveró que es el Señor quien decide «entrar en lo cerrado», en la comunidad cerrada y huidiza de sus discípulos para pasar a una «comunidad abierta y misionera», capaz de comprender que es posible encontrar al Señor entre la gente sencilla.
Paz en medio de las heridas.
Como segundo gesto, el Señor se pone en el medio de lo cerrado y, desde ahí, dice: ¡Paz a ustedes! «Jesús se mete en el corazón, en la médula, en el centro de lo que está cerrado – reflexionó el prelado – Y, metiéndose en el medio de la situación de huida y miedo, se mete en el medio del miedo y, así, les comunica oralmente a los “encerrados” que esto se puede superar con la paz».
Paz como acción misionera y evangelizadora.
¿De qué paz nos habla el Señor? Monseñor Carlos aseguró que no se trata de la «paz de los cementerios», por el contrario, «Jesús comunica la paz desde dentro de la contrariedad de cada persona, comunidad, pueblo, Iglesia y sociedad. Así contrariados como estamos todos los peruanos, Jesús está escondido y metido y nos dice “paz”», acotó.
El Señor comunica una paz dinámica, una paz que viene de alguien que se movió por nosotros y, ahora, Resucitado, nos da la fuerza para movernos. Su paz no nos aquieta ni vuelve pasmados, nos vuelve dinámicos y alegres.
Al mostrar sus manos y costado, el Señor está mostrando a sus discípulos los signos de su amor misericordioso y la razón de sus heridas. Jesús envía una paz a través de la misión (“como el Padre me envió, así los envío yo”), recordando que la paz no es solo un aspecto espiritual, también requiere de nuestra acción evangelizadora y misionera.
El Señor envía el Espíritu Santo perdonador.
El arzobispo Carlos Castillo destacó un tercer elemento en los gestos del Señor: Sopló sobre sus discípulos y agregó: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Es decir, la Iglesia propicia siempre el Espíritu Santo perdonador que acompaña a la humanidad «con el mismo punto de vista y la manera de ser de Jesús, que acompañó a sus discípulos, los perdonó, los escuchó y les dejó su amor perdonador».
El perdón implica, entonces, también un aspecto de retención, pero la retención no es de por vida, es por un tiempo, para educar. Es una actitud de escucha, de comprensión y de paciencia con la humanidad, especialmente, la humanidad herida.
Monseñor Carlos reiteró que Jesús no solo les desea la paz a sus discípulos, sino que les da su paz: «Y les da el Espíritu para que transforme y acompañe sus personas y, por lo tanto, no los excluye ni refunfuña. Es esto lo que convierte a las personas de miedosas y encerradas, a confiadas y abiertas; y lo que hace posible también, eso que el Papa llama, la Iglesia en salida y la conversión de la Iglesia a la sinodalidad, al caminar juntos en este mundo de hoy».
Contemplar al Señor en nuestra diversidad de experiencias.
Finalmente, el Evangelio narró que Tomás, incrédulo de la Resurrección del Señor, es recibido por la comunidad primera (todavía temerosa). Pero el Señor, ante ello, decide mostrarle los signos de sus heridades, y no recreminarlo. «Él lo invita a contemplaro, a sentirlo y a tocarlo», indicó el Primado del Perú.
De igual manera, hoy estamos invitados a creer en el Señor contemplándolo indirectamente, sin haberlo visto como los discípulos, pero sabiendo que está presente en nuestra diversidad de experiencias. «Tenemos que aprender a ver cómo el Señor está presente en nuestras experiencias, aprender que está con nosotros «sin verlo», pero presente en toda experiencia humana», precisó el arzobispo.
Cuando nuestros hermanos y hermanas sufren en sus tragedias, como los feminicidios que hemos visto, o las personas sepultadas en el deslizamiento de un cerro en Huaral, Dios está ahí clamando, diciéndonos: “Salgan a ayudar, salgan de sí mismos, déjense inspirar por el Espíritu que está metido en todas partes y hay que rescatarlo, hay que escucharlo”.
La Eucaristía del II domingo de Pascua se ofreció en especial intención por el 51 aniversario de la fundación del Colegio de Biólogos del Perú. Participó el Coro «San Antonio Maria Claret», de la Parroquia San Miguel Arcángel.