Mons. Castillo: Generar un país fecundo que llene al mundo de esperanza

En la homilía de este domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo recordó que estamos llamados a emprender un «camino de conversión profunda» que nos vuelva servidores y genere «un país fecundo que llene al mundo de esperanza». El prelado hizo hincapié en la actitud de restitución que tuvo Zaqueo (devolver cuatro veces más) y afirmó que necesitamos «abrir el corazón a todo el mundo» y entender que «el principio fundamental en una conversión son los demás».

«Es hora de que, apreciándonos, construyamos un pequeño ejemplo, una pequeña semillita del Reino. Que este sea nuestro aporte a la paz y a la justicia en el mundo de hoy», ha dicho el arzobispo de Lima durante la Eucaristía celebrada en el Santuario de Las Nazarenas.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

En su alocución a la liturgia de hoy, Monseñor Castillo afirmó que el Señor se compadece de nosotros y no nos recrimina a pesar de nuestros pecados. Él cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan (Sab 11, 22–12, 2), porque en Dios no hay odio, solo hay amor. Es decir, «el Señor espera en nosotros recapacitar, entendernos, comprender», precisó.

En ese sentido, el Evangelio de Lucas (19, 1-10), es una invitación a redescubrir nuestra vocación para darnos cuenta de que «la felicidad plena de alguien comienza aquí, haciendo felices a los demás». Esto es lo que logra comprender Zaqueo, un jefe de publicanos, o sea, un «corrupto de corruptos que dirige varias asociaciones de corrupción, varias asociaciones ilícitas para delinquir».

El desafío de encontrar nuestra vocación de servicio.

Zaqueo no era un hombre querido, al contrario, era considerado un hebreo traicionero. Curiosamente, explicó el arzobispo de Lima, el nombre de Zaqueo significa inocente. «Esto es muy interesante porque, una de las cosas que nos pasa mucho a nosotros, es que los papás nos ponen nombres que, en cierto modo, son la vocación que ellos sienten que nosotros podremos tener en la vida y, después, nosotros no le hacemos caso a nuestro nombre y vamos por el interés personal hasta que, en un momento, tenemos que recapacitar para volver». 

El nombre, entonces, es la vocación que nuestros padres quieren que caminemos. Ser llamados por nuestros nombres, por tanto, es un gesto importante que el Señor tuvo con Zaqueo, quien olvidó su misión en este mundo y se dedicó a robar, a corromperse y corromper a otros. Pero «siempre hay que volver a la vocación que el Señor nos ha dado», porque «todos somos distintos y todos estamos “aventados” a la aventura diaria de encontrar nuestra vocación».

Hay una dignidad mayor que el dinero: la persona humana.

En su afán de ver predicar a Jesús, Zaqueo sube a una higuera. Es aquí donde se produce un cruce de miradas, y es Jesús quien, desde abajo, levanta los ojos hacia él y lo llama por su nombre. “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. De igual manera, nosotros estamos llamados a «bajarnos a acompañar» a los demás.

El Señor le brinda a Zaqueo esa oportunidad del reconocimiento sencillo que tanto anhela, y la sola presencia de Jesús hace que Zaqueo asuma una actitud distinta. Él reconoce que hay una dignidad mayor que el dinero: «es una persona humana que, inmediatamente, quiere ser persona humana para los demás», reflexionó Monseñor Carlos.

El Señor ha venido a promovernos, no a condenarnos.

Producto de esa alegría, Zaqueo hace justicia y ofrece la mitad de sus bienes a los pobres. Pero hay un gesto de conversión más profunda: “Y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”, dice el publicano. Sobre esto, el arzobispo de Lima señaló que Zaqueo ha logrado entender que el principio fundamental en una conversión son los demás: «Él entiende que tiene una misión, redescubre su vocación que estaba ahí. Ahora está siendo el verdadero inocente justo y, por lo tanto, el Señor le responde con esta frase tan profunda: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este también es hijo de Abraham. Ser hijo de Abraham significa ser hermano de la humanidad. El Señor no lo juzga, lo llama, lo invita.», resaltó.

“El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido, no a condenarlo”, dice Jesús. Es decir, el Señor quiere promovernos, pero eso sí, a través de un proceso de conversión.

El Primado del Perú reiteró que nos hemos habituado a un tipo de oración que dice: “Señor, que esos fumones que están en la esquina, vengan a la Iglesia”, “que esos pecadores se arrepientan y vengan”… Pero nuestra oración tiene que ser: “Señor, que todos los que estamos en esta Iglesia, salgamos a buscar a las personas que están en dificultad, las acompañemos, y juntos, caminemos por el camino de la justicia y del amor que nos lleve a tu Reino”.

Finalmente, Monseñor Castillo hizo una especial exhortación a valorar la diversidad y belleza que tenemos como país: «Nada de cholearnos, de chinearnos, ni de gringuearnos… sino de apreciar todo lo bello y diverso que tenemos para que se pueda complementar y generar un país fecundo que llene al mundo de esperanza».