Inspirado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia del encuentro íntimo y profundo con Dios en la oración para afrontar las situaciones de tormenta con calma, ponderación y mesura. En cambio, si actuamos por desesperación o temor, perdemos el sentido de las cosas. «El Señor nos conduce y nos da el aliento que necesitamos para seguir caminando en medio de las dificultades. Él no nos abandona», reafirmó el Prelado.
El Evangelio de este domingo XII del Tiempo Ordinario (Marcos 4,35-40) narra cómo Jesús y sus discípulos enfrentan una repentina tormenta en el lago Tiberíades. Mientras que los discípulos caen en desesperación y miedo, el Señor se muestra tranquilo (inclusive, estaba dormido en la popa de la barca).
«El Señor, sabiendo que esto puede pasar, siempre necesita «estar en Dios». Jesús recupera las fuerzas llenándose del Señor mientras duerme, pero los discípulos están más atormentados que la misma tormenta porque todavía no saben interpretar los signos. Para eso, necesitamos siempre la guía del mismo Dios que nos viene a conducir», explicó el Monseñor.
En la oración y en la tranquilidad, nos llenamos de Dios y, luego, salimos con ánimos para poder seguir caminando, así tengamos problemas.
Al igual que los discípulos en la tormenta, cada vez que ocurre un problema grave podemos correr el riesgo de «atormentarnos más de la cuenta». Sin embargo, el Señor quiere que aprendamos a situarnos directamente en los problemas humanos para afrontarlos desde la calma, con inteligencia, mesura y sin temor.
No caer en la desesperación ante una crisis
En ese sentido el arzobispo de Lima sostuvo que el temor es un elemento que le atribuimos a Dios por equivocación: «A veces, los seres humanos inventan que Dios es amor y temor, alegría y miedo. Eso lo conocemos, inclusive, en las palabras que nos dicen nuestras mamás: “Si te portas mal, te va a castigar Dios”. Pero Dios no nos condena, Él nos llama insistentemente», afirmó.
«La desesperación ante la crisis que se vive en la comunidad peruana y en el mundo» es otro de los problemas que debemos aprender a resolver, aseveró el Prelado. Para ello, tenemos que profundizar lo que está pasando y ponderar las cosas antes de tomar una decisión inmediata.
La respuesta fundamental a todos los problemas que existen es siempre el amor, la solidaridad, la pacificación, el aprender a hacer las paces.
Monseñor Castillo advirtió que la inmediatez y la desesperación fueron las causas del pecado original de nuestros primeros padres, que terminaron comiendo el fruto del Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, es decir, no razonaron y se «comieron» la sabiduría. Cuando actuamos sin pensar, distorsionamos el sentido de la vida.
La Biblia es un himno a la razón, a la razón profunda, a la inteligencia. Si no tenemos una fe inteligente, entonces, nuestra esperanza recae en lo inmediato, sin ver más allá.
Frente a la angustia de sus discípulos por la tormenta, el Señor ordena callar al mar. Ese silencio también es necesario cuando se presenta una crisis, porque necesitamos detenernos a pensar, entrar en diálogo íntimo con Dios y tener la fuerza para acertar con firmeza. Y para eso se necesita el aporte de todos, no sólo de unos cuantos.
El Papa insiste que la Iglesia tiene que ser sinodal, es decir, hablar los unos con los otros para solucionar los problemas. Aquí nadie sobra, todos tenemos algo qué aportar en este mundo.
Finalmente, agradeciendo la visita de la Embajadora de Estados Unidos en el Perú, Stephanie Syptak-Ramnath, el arzobispo de Lima agregó: «Junto a los Estados Unidos queremos que, ahí donde uno de los pilares de la democracia se inventó, pueda seguir existiendo esa democracia al servicio de todas las naciones de la tierra, especialmente, de las más olvidadas».