Pandemia y Juventud: una reflexión del Arzobispo de Lima

Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, participó en una ponencia sobre el tema de la pandemia y la juventud, en el marco del ciclo de videoconferencias: «Diálogos con el Padre Eduardo», que dirige Eduardo Humberto Palacios Morey, Párroco de la Parroquia Matriz La Inmaculada, en Talara.

Durante la videoconferencia, se compartió el testimonio de cuatro jóvenes ponentes: Rosa Córdova, Luis Valle, Raquel Ramírez y Manuela Arechaga, quienes reflexionaron, desde sus experiencias y vivencias, cuáles son los problemas más apremiantes de la juventud en medio de esta crisis sanitaria.

«Todos los problemas que expresamos, coinciden con el término de una época que ha llegado a agotarse».

Sobre las experiencias recogidas por los jóvenes en la videoconferencia, Monseñor Castillo explicó que, «cuando se narran experiencias, el papel de alguien que interviene, no es para contar solamente su experiencia, sino para hacer un aporte que recoja los elementos comunes y ver más allá».

«El Papa ha asumido que estamos en una de las mayores crisis de la historia de la humanidad, prosiguió el Arzobispo, y no estamos entonces ante un problema sencillo y fácil, sino que todos los problemas que expresamos, coinciden con el término de una época que ha llegado prácticamente a agotarse».

En ese sentido, Monseñor Carlos señaló que este mundo actual, «gracias a los grandes intereses financieros, ha desarrollado una expansión capitalista que genera, por medio del liberalismo, un proceso de una vida acelerada, donde no hay tiempo para poder ser persona, para vivir, para respirar, entonces, se genera un mundo que conforme se acelera más, va desbaratando todo, y todo se reduce al apetito de ganar, todas las condiciones humanas en las que vivimos son funcionales a la rentabilidad, a la productividad, y finalmente todo se reduce a una sola consigna: cómo ganamos más en menos tiempo».

El problema grave de esto es la desintonía, el hiato que hay, la ruptura que existe entre la vida humana en su calidad más sencilla y diaria, y este vivir con un mínimo de respiro e inmersión, sumergidos todos en una vorágine que no nos permite esa vida humana que hemos recibido.

«El mundo global, engloba, pero no protege».

Es por eso que, para el Arzobispo, vivimos en un constante deseo por ser acogidos: «el ser humano no puede vivir sin acogida, sin comunidad», precisa. «Este mundo global que se ha creado, pretende cumplir las funciones que tuvo la familia o la comunidad, que forman parte de un primer globo, junto a los distritos, los pueblos sencillos que están alrededor de nosotros y nos permiten vivir. Luego se creó el Estado, segundo globo, que intentó cumplir funciones del primer globo familiar y pueblerino; y finalmente un mundo global enorme con una estructura débil, y que en cualquier momento se desbordaba».

«Esta pandemia es el primer signo definitivo de que este mundo global, engloba, pero no protege, subraya el Primado del Perú, es más, los testimonios mencionados por uno de los jóvenes sobre el machismo, muestra que este mundo global no solamente no protege, sino que acentúa ciertas taras coloniales que existían antes, y que las hace pervivir porque mantiene las diferencias, y estas permiten un control destructivo de las relaciones, despreciando a las mujeres, a las personas pobres, a los que no pueden ‘correr’ tan rápido en la lógica del mundo acelerado».

El Santo Padre ha dicho que tenemos migraciones por todas partes del mundo, y por ello, su primer signo fue ir a Lampedusa a acercarse a los migrantes. Pero también tenemos el problema del hambre, la desertificación y la destrucción de la Amazonía, el desbalance entre el crecimiento de las ciudades y la disminución del campo. A esto se refería Francisco cuando dijo: ‘creíamos que nosotros podíamos enfermar al mundo y vivir en él sin enfermarnos’.

Resanar las heridas de la sociedad en el mundo.

«El Papa ha lanzado el gran desafío, un proyecto para resucitar a la humanidad, es decir, asumirnos como seres  humanos concretos que tienen que resolver problemas concretos, pero mirando lejos, sabiendo que cada tarea que estamos haciendo, es una tarea para mancomunar, revalidar, y recomponer los lazos mundiales entre las poblaciones, para asumirla sin necesidad que haya una dirección tirana, ni una dirección que nos use, sino una dirección de anchura participativa y democrática», manifestó Monseñor Castillo.

Está naciendo, por primera vez, la conciencia de que la ciudadanía a nivel mundial, puede ser el factor solidario capaz de controlar el proceso desde abajo, y empezar a ir resanando todas las heridas de la sociedad en el mundo.

El Obispo de Lima explicó que «la Iglesia también tiene esa misma estructura: piramidal, jerárquica, los varones y el clero deciden, los otros están abajo, hay que decirles todo lo que tienen que hacer. La participación se ha convertido hoy, en el eje estructurador, en el eje organizador de todas las esperanzas que hay. Eso es lo que se llama sinodalidad», puntualizó.

El desafío de dinamizar la Iglesia y de la auto-organización.

El Arzobispo de Lima advirtió que también se avecina un periodo de hambre: «después de la parálisis que ha generado la pandemia, viene una dinámica muy lenta que vamos a tener que afrontar: es el periodo del hambre, donde pueden morir muchas personas más».

Por ello, Monseñor Carlos recalcó que la auto-organización es el desafío más importante y preciado que tenemos que pensar: «organizarnos en sus diversas formas, inclusive para que la inversión vaya en aquellas cosas que son necesarias y elementales para la vida de todos. Eso requiere un pensamiento común entre todos los peruanos, que se organicen bajo algunas ideas elementales que todos propiciemos, para que de esas ideas haya posibilidad de otro tipo de política».

Hay que dinamizar la Iglesia, primero para paliar el hambre que viene, pero la Iglesia también tiene que ser lugar de construcción humana y social de nuestro pueblo. La Iglesia no puede decir: ‘nosotros nos dedicamos a la liturgia y que nuestro pueblo se la consiga solo’. Tenemos que ser iglesias en donde la parroquia, como eje estructurador de los barrios, ayuda en la estructuración de las comunidades barriales, en la comida, en la educación, en la producción y en la fe.

Desarrollar la juventud de forma creativa y a través de la solidaridad.

Por otro lado, este tiempo de pandemia ha permitido ver las iniciativas de los jóvenes, así lo destaca Monseñor Castillo, que agradece el apoyo de los voluntarios en las diferentes parroquias de Lima: «ha sido impresionante su salida, inclusive en el peligro, además de otras ideas creativas para la salud, ayuda en asistencia psicológica y espiritual».

«Antes de la pandemia, la juventud ya sentía el obstáculo de no poder desarrollar toda su juventud, porque estaba presionada por la aceleración del sistema. Antes de la pandemia, los jóvenes tomaban las plazas de toda la ciudad para bailar, y en la noche sacaban tiempo para poder vivir su vida de joven. Antes de ser adultos, los jóvenes deben resolver la identidad y la intimidad; y para ello, necesitan vivir las relaciones humanas a fondo. Sin eso un joven no puede ser un adulto», acotó.

El joven no deja de ser joven, y necesita espacios para el deporte, el arte, y el encuentro con los demás. Esta situación que estamos viviendo ahora, ha hecho que los jóvenes desarrollen su juventud en forma creativa, desarrollen su capacidad de ser íntimos y de ser idénticos a través de la solidaridad.

«No queremos que haya jóvenes que sean adultos sin antes haber sido jóvenes, recordó el Arzobispo, pero sí queremos que la juventud sea vivida con el valor humano, como un lugar de enorme capacidad, de identidad e intimidad, que puede generar, luego, adultos sanos».