Saber escuchar y abrirnos a los demás para anunciar el Evangelio

En el Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo explicó que para anunciar el Reino de Dios hay que ser empáticos con la vida de la gente, hablar su mismo lenguaje y sentir: «Cuando hacemos algo que está a la altura del lenguaje de la gente, la gente empieza a entender al Señor. Y toda nuestra capacidad de amar está llamada a desarrollarse, y eso no se puede hacer sin escuchar y sin hablar. No podemos optar por un lenguaje exclusivo que solamente algunos sabios saben y que no tiene nada que ver con la vida diaria de todos», destacó el prelado. (leer homilía completa)

Nosotros tenemos una tarea única que es la fundamental de la Iglesia: anunciar al Padre celestial, anunciar que el Reino de Dios está cerca. ¡Y cómo va a estar cerca si nosotros no escuchamos la Palabra y no la traducimos en todas las lenguas!

En otro momento, el Arzobispo de Lima agradeció la presencia de las doce familias representantes de los decanatos de nuestra Arquidiócesis: «es una gran alegría encontrar a todos ustedes aquí reunidos en esta Catedral que quiere ser siempre – así como sus casas – la casa de todos y de todas», sostuvo.

«Estamos llamados a comprender las diversas situaciones y lenguajes difíciles en los cuales se encuentra viviendo la familia. Tenemos mucha tarea, y eso requiere, por nuestra parte, más que sólo anunciar que hay un modelo único de familia, es decir, reconocer las situaciones para ir viendo cómo se llega a un nivel de comprensión y de amor dentro de los límites que tenemos hoy día en todo el mundo en la vida familiar, y que todos pueden sentir que Jesús no los abandona a pesar de que seamos muy distintos y haya muchos problemas», recalcó Carlos Castillo.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

El Primado de la Iglesia peruana aseguró que uno de los problemas más serios que tenemos es que no sabemos escucharnos el uno al otro, y esto también ocurre en el corazón de nuestras familias: «a veces, (en la familia) transmitimos unas reglas sin tener consideración con las diferencias de situaciones de cada persona. Y el trajín de la vida nos ha ido haciendo que no tengamos  apertura a los demás. Sin embargo, esto ha ido mejorando ahora que nos hemos reunido en casa a pesar de la Pandemia. Lo mismo ocurre en nuestra Iglesia que estaba acostumbrada básicamente adoctrinar. Está bien, es una de sus tareas, pero también también tiene que escuchar».

En ese sentido, el Evangelio de Marcos (7, 31-37) nos presenta la situación de una persona sordomuda que sufre por no poder expresarse: «Eso tiene una importancia muy grande para nosotros porque el Señor ha venido justamente para transformar la vida del mundo, pero no para transformarla de cualquier manera, sino para realizar las cosas más importantes que nos inviten y nos hagan posible ser plenamente humanos. La gran felicidad del ser humano es realizar todo el proyecto que Dios ha tenido desde el principio: hacer que el ser humano pueda ser semejante a Dios, es decir, que pueda amar a manos llenas, gratuitamente, y para eso necesitamos escuchar a nuestro Dios que nos comunica su Palabra», reflexionó el Monseñor Carlos.

Gestos y detalles del Señor que nos invita a abrirnos a los demás.

Precisamente, el Evangelio de hoy presenta una serie de detalles que nos invitan a ver cómo aprendemos a abrirnos para ayudar a los otros. Así lo explicó nuestro Arzobispo Carlos Castillo:

En primer lugar, Jesús está pasando por una tierra que llamamos «cananea». Toda la zona de Israel, desde Tiro y Sidón – que es una zona pagana – se llama Canaán. Y en Canaán existía antes un pueblo que adoraba a unos dioses que se llamaban ‘Baales’, a los cuales se les rendía culto porque eran – como en la historia de nuestro pueblo – dioses del campo. El pueblo de Israel llegó ahí con Abraham y con los que vinieron después (cuando el pueblo regresó también a Canaán). Y uno de los problemas que tuvieron fue la idolatría a dioses paganos o dioses cananeos. Pese a ello, también tenían cosas interesantes, como por ejemplo, al cultivar la tierra y tener estos dioses, orientaban un poco su vida y lograban ciertos beneficios. Esto fue lo que sucedió en nuestra historia peruana con la cultura Wari, porque si los waris no hubieran aprendido a ‘domesticar’ a Wiracocha y al agua, entonces no se hubieran gestado los acueductos, y todas las ciudades en la sierra se hubieran derrumbado.

Por lo tanto, las religiones naturales que son del campo (y que se llaman por eso paganas), son religiones que tienen algo bueno qué aportar. Y el Evangelio de hoy nos dice que Jesús tiene en cuenta esta situación, y para corregir a su pueblo, incorpora algunos elementos ligados a esas religiones paganas para atender la demanda de las personas que le pedían que imponga sus manos sobre el sordomudo.

Es interesante que ni Lucas ni Mateo citen este texto, tal vez porque les pareció que para el público que ellos hablaban -que ya eran creyentes o eran de origen judío – no podía ser relevante, no podía ser importante explicar. ¿Por qué? Porque el Evangelio de Marcos se escribió justamente para los paganos, para los que no saben absolutamente nada del Dios de Israel, del Dios amor, del Dios Yahveh.

Y por lo tanto, para acercarse directamente, Jesús quiso hacer gestos que son sumamente importantes porque se usaban en el mundo pagano para resolver problemas. Se dice que el emperador Vespasiano usaba siempre la saliva para curar (y hay muchos casos de curanderos que hacían lo mismo). Jesús emplea estos elementos para transmitirle el amor de Dios en su lenguaje.

Y si bien es cierto que esa gente no hablaba arameo (“Effetá” es una palabra aramea), Jesús usa esta palabra unida a una serie de gestos: 1) Separa el sordomudo de toda la gente para llevarlo a un lugar apartado. 2) Mete sus dedos en los oídos. 3) Le toca la saliva con la lengua. 4) Mira al cielo. 5) Suspira. 6) Dice la palabra: Effetá.

A través de estos signos, entonces, podríamos decir que Jesús se hizo ‘medio curandero’ para que pudieran entender el amor de Dios, pero lo más importante es que logra no solamente impresionarlos, sino que ellos van a anunciarlo después, van a salir a anunciarlo a pesar de que Él les pide que no se lo digan a nadie.

Y esto es importante porque cuando hacemos algo que está a la altura del lenguaje de la gente, la gente empieza a entender al Señor. Y la labor nuestra es conocer a la gente y sentir como la gente.

Saber escucharnos y entendernos en nuestros lenguajes.

Por todo lo expuesto, el Evangelio de hoy debe suscitar en nosotros la capacidad de abrirnos a los demás para curarnos (como el hombre sordomudo), pero también para escuchar la Palabra, hablar y anunciar el Evangelio. Y para abrirnos al otro y entender sus necesidades, su sufrimiento y sus sentimientos, tenemos que conocer nuestros lenguajes, nuestras lenguas originarias.

Este es un problema que resuena con fuerza en el día que celebramos a la Mujer en los pueblos originarios: «muchas veces no podemos comunicarles el Evangelio porque nosotros nos hemos quedado en el nuestro, y pensamos que nuestra lengua es la mejor de todas. Y así como ellos pueden ser ignorantes muchas veces del castellano, nosotros también somos ignorantes de otras lenguas que tenemos que conocer, como el quechua, el aimara, el shipibo konibo, el ashaninka.  Somos un país multilingüe, multinacional, y tenemos que aprender a reconocerlo, a vivirlo, a sentirlo y a comunicarlo», explicó el Arzobispo de Lima.

Queremos que todas las personas sean libres, que todas las personas canten y vivan con alegría el amor de Dios que está para hacernos libres y no para encerrarnos en nosotros mismos.

Finalmente, recordando las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de hoy, Monseñor Castillo reiteró que necesitamos superar ‘la sordera espiritual’ que nos encierra en nuestras ideas y nos impide escuchar lo razonable que pueda presentarme el otro: «Estamos ante el otro que nos dice: ‘tengo problemas, quiero compartir’. Invitémonos unos a otros a la actitud del Señor: a actuar, hablar, escuchar y hacer gestos que permitan que el otro nos comprenda».