En el día de San Lázaro, obispo y mártir, nuestro arzobispo de Lima ofició una Eucaristía junto a toda la comunidad de San Lázaro, en el distrito del Rímac. «Esta Parroquia a uno le roba el corazón», dijo emocionado el Monseñor.
Desde el histórico lugar que alguna vez fue un leprosorio para atender a los enfermos de nuestra ciudad, cientos de fieles enviaron un efusivo saludo al Papa Francisco en el día de su cumpleaños.
La Fiesta de San Lázaro ha coincidido en el día que la Iglesia universal celebra los 87 años de vida del Santo Padre. Esto fue doble motivo de alegría para la comunidad rimense que compartió un momento especial con su invitado de honor: el arzobispo de Lima Carlos Castillo.
El Primado del Perú tiene un paso marcado por el Rímac, no solo porque fue párroco de San Lázaro en el periodo 2010-2015, también partió en procesión a su consagración como obispo y toma de posesión de la Arquidiócesis en marzo de 2019, repitiendo el gesto de Santo Toribio de Mogrovejo en su ingreso a la ciudad, en 1581.
Hoy, la comunidad de San Lázaro tiene 460 años de tradición viva en la Iglesia, en un recinto histórico considerado «la casa del pobre», según explicó Monseñor Carlos en su homilía: «Acá estaban los leprosos y este era el templo de los leprosos; acá vivía la gente sencilla, españoles y mestizos sencillos, personas del África. Y, finalmente, Santo Toribio declaró a San Lázaro como una parroquia para los indios», recordó.
El obispo de Lima sostuvo que estos gestos nos recuerdan que, «a partir de los pobres, la Iglesia se regenera», y la única manera de ayudar a resolver los problemas que se presentan es mediante «signos de fecundidad que hagan posible el renacer de una Iglesia más humana y fraterna».
En ello consistió la misión profética de Juan Bautista (Juan 1,6-8.19-28), que supo anunciar la llegada del Señor con su vida y fue «testigo de la Luz». Sin embargo, ocurre muchas veces que, por ser cristianos o creyentes, nos auto-denominamos «iluminados» o «iluminadores», creando divisiones y olvidando que «todos somos personas, todos somos pecadores en conversión y debemos aprender a crecer juntos, caminando con todos los pueblos hermanos».
Las iglesias que están en el margen, en los lugares recónditos y en las instalaciones de pobreza, nos inspiran a dar testimonio de que la vida de la Iglesia y del país renace desde la gente sencilla.
Monseñor Castillo señaló que la actitud de Juan nos recuerda que podemos ser «la voz que grita en el desierto» sin dejar la delicadeza del buen trato, ofreciendo sinceramente nuestra vida para anunciar al Señor con alegría. Dar testimonio del Señor, por tanto, implica «reconocer nuestros límites», no esconderlos ni maquillarlos para dar la impresión de que somos «santos».
Y, ¿cómo podemos ser la «voz que grita en el desierto» para llamar a la conversión? Escuchando la voz de la gente sencilla, conversando entre todos y poniéndonos de acuerdo. «Solamente escuchando podemos entender cuál es el futuro. El Papa siempre nos pide escuchar los sueños de los pequeños, de los últimos, de los que sufren, porque, si los escuchamos, ya tenemos el diseño del futuro», subrayó el arzobispo.
Y dirigiéndose a toda la comunidad de San Lázaro y a su párroco, el Padre Frederic Comalat, el Monseñor agregó:
«Tenemos que ser una Iglesia hermana que se une a los pueblos para alentarlos y buscar que, en ese camino, todos amemos como el Señor nos amó. Que estemos dispuestos también a comunicar la luz del Señor, a tener sensibilidad y cariño por los demás. Gracias, hermanos y hermanas, porque esta Parroquia a uno le roba el corazón».
Antes de la bendición final, la comunidad de San Lázaro entonó el «cumpleaños feliz» a nuestro Papa Francisco.