Los predicadores del Sermón de las Siete Palabras llegaron hasta la Iglesia de las Nazarenas del Centro de Lima para participar del oficio de este Viernes Santo, entre ellos una religiosa, la hermana Carmen Toledano. A continuación compartimos las frases más destacadas del Sermón de las 3 horas:
Primera Palabra
‘‘Padre perdónalos porque no saben lo que hacen’’ (Lc, 23:34)
(Mons. Octavio Casaverde – Vicario General)
En estos días de incertidumbre y de cuarentena en nuestro país por la pandemia que nos flagela, hoy Viernes Santo, poniéndonos bajo su protección, contemplemos con mucha fe y esperanza a Jesús nuestro Señor que se entrega a la muerte por nosotros.
En ese silencio, contempla la miseria humana que se expresa en la soberbia, la ambición, el egoísmo, la envidia que son causa y origen de tanto sufrimiento, por todas esas actitudes aquellas personas no aceptaron a Jesús como el Mesías, no acogieron su enseñanza que es amor, en fin, no creyeron en Jesús. Por eso, cometieron el tremendo error de condenar a muerte a un inocente, la peor injusticia, contra la dignidad de una persona.
Sin embargo, Jesús que contempla y comprende esa pobreza y esa miseria que malogra al ser humano, que lo desfigura, siente mucha lástima, se compadece, por eso, rompiendo ese admirable silencio, dirige a Dios su Padre aquella entrañable y sublime petición “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Nuestro Señor Jesucristo, en medio de su inmenso dolor y sufrimiento, colgado en la cruz, con esta asombrosa actitud de perdón y de compasión, hace triunfar el amor sobre el odio, la compasión y misericordia sobre la maldad, así ha demostrado cuánto nos ama. La cruz, queridos hermanos, desde aquel momento se ha convertido en trono del amor compasivo y misericordioso de Dios.
Te imploramos Señor que detengas la pandemia que está causando tanto sufrimiento en nuestro país y en el mundo entero, ilumina a los científicos para que encuentren la medicina que ponga fin a este flagelo, bendice y fortalece a los profesionales de la salud y a todos los que asisten a las víctimas.
Segunda Palabra
‘‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’’ (Lucas, 23: 43)
(Padre Luis Sarmiento – Vicario de la Comisión de Vida y Familia)
Vemos tres hombres con sufrimientos particulares, cada sufrimiento es diferente, la misma pena por causas distintas. El gran problema es que esos sufrimientos no nos duelen tanto, la imagen de Cristo es la que más suele doler, pero muchas veces miramos un sufrimiento al margen de los sufrimientos que están al costado, sin embargo, cuando miramos el sufrimiento de los otros también estamos mirando al Señor.
Solamente quien está en la cruz y reconoce su cruz y puede reconocer la cruz de Cristo, puede reconocer en ese condenado a muerte, a un Dios.
Son tres cruces que existen en ese calvario y nos hemos acostumbrado a ver solamente a una. Creo que es momento de no olvidar a esas dos cruces que representan a los miles de cruces que están allí, ¿Cuántos hermanos crucificados existen hoy? ¿Cuántos presos, cuántas mujeres violentadas? ¿Cuántas situaciones de dolor existen hoy?
‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’ no es tan solo una promesa, es la presencia de un Cristo que está entrando hoy a tu hogar, que te está diciendo en medio de tu dolor “yo estoy contigo”. Que esta Palabra siempre resuene para nosotros como esperanzadora.
Tercera Palabra
‘‘Mujer, ahí tienes a tu hijo. (…) Ahí tienes a tu madre” (Juan, 19: 26-27)’’.
(Padre Luigi Norabuena, Vicario Episcopal)
Cristo ve aparecer entre la gente aquella mujer preciosa de Nazaret, Santa María, la bendita entre todas las mujeres, era necesario este encuentro en el camino hacia el calvario, porque solo su madre le daría fuerzas para llegar hasta el final, ella trae una cara de primavera.
Le acompaña también el discípulo amado, el más joven de los discípulos, San Juan, aquel discípulo conocía muy bien el corazón de Cristo y supo enseguida que Cristo lo querría ver cerca de su madre que también estaba sufriendo, pero ella quiere estar al pie de la cruz porque es madre.
Queridas madres que me ven y me escuchan, pongan todo su sufrimiento, todos los dolores en relación a sus hijos en manos de María, ella les va a enseñar a convertir todo ese dolor en una ofrenda agradable a Dios.
Madre nuestra, escucha la súplica de todos tus hijos en este momento de dolor que estamos pasando víctimas de esta pandemia, cuida y recompensa a todos aquellos que exponen sus vidas para protegernos, son ellos los Cristos de hoy, que están vestidos de verde, azul, blanco en los hospitales, los Cristos que salen en las madrugadas para abastecer los mercados y que nosotros tengamos el pan de cada día, los Cristos que cuidan nuestras calles para que nada malo nos pase a nosotros y cuida también a tus Cristos en la tierra, a tus sacerdotes, a tus seminaristas en nuestra Arquidiócesis de Lima, mueve el Corazón de los jóvenes en este tiempo difícil, para que no perdamos nunca el deseo de llevar el gozo del evangelio de tu hijo Jesús.
Cuarta Palabra
‘‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’’ – (Mateo, 27: 46 y Marcos, 15: 34)
(Carmen Toledano (Augustina, del Monasterio de la Encarnación)
¿Acaso no es el grito que hoy resuena en todos los rincones de nuestra tierra? ¿Por qué nos has abandonado, Señor? Ante el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, el desconcierto de la pandemia que todavía no acabamos de asumir, gritamos a nuestro Dios, le preguntamos desconcertados buscando una respuesta, le pedimos cuentas.
. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, grita el contagiado con el virus que batalla contra la enfermedad y sus síntomas. También es el grito de tantos que están perdiendo a sus seres queridos y no pueden ni siquiera despedirse de ellos. Y… ¿no escuchamos esta queja en tantas familias peruanas que no tiene recursos y necesitan salir del aislamiento para poder seguir viviendo?
Las palabras que Jesús pronuncia, y que recogen los evangelios, están en idioma arameo: Elohí, Elohí, lema sabachtaní? (Mc 15, 34). Algunos estudiosos indican que la traducción más correcta no sería ¿por qué me has abandonado?, sino más bien, ¿para qué me has abandonado? La diferencia puede parecer un detalle intrascendente, pero nos permite ampliar la mirada, ir más allá del dolor que sentimos o superar el riesgo de quedarnos atrapados en un “pedir cuentas” a alguien por nuestro sufrimiento. Al preguntar “para qué” ocurre esto que vivimos, podemos abrirnos a un sentido mayor. Es muy posible que el dolor que nos causa la enfermedad del coronavirus (o del dengue o de la tuberculosis), como la pobreza y la injusticia, no tengan un porqué, un sentido que lo explique del todo. Pero sí pueden tener un para qué, una finalidad, un horizonte que estimule nuestra solidaridad, que avive nuestra confianza, que refuerce nuestra unión, que nos haga más humanos, más creyentes, más compasivos.
Nos podemos preguntar: ¿por qué Cristo pronuncia este grito tan humano si Él es Dios? Porque Él ha querido ser uno de nosotros, ha asumido todo lo nuestro, también el dolor. Desde que Dios se hizo carne en la persona de Jesús, hemos quedado especialmente vinculados a Él en su humanidad pues se ha hecho uno de nosotros, formando verdaderamente con Él un solo cuerpo.
Pero somos nosotros los que dudamos en atribuir a Jesús estas palabras porque deseamos un Dios todopoderoso, sublime, contemplándolo solo en su excelsa divinidad, y nos cuesta aceptar la idea de verlo humillado. Es entonces cuando debemos renovar nuestra fe y pedir comprender que Aquel, que tantas veces hemos contemplado en su condición divina, se ha asemejado en todo a nuestra humanidad, se ha identificado con nuestra manera de ser, se ha humillado hasta morir como nosotros y por nosotros.
Quinta Palabra
‘‘Tengo sed’’ (Juan, 19: 28)
(Monseñor Guillermo Elias – Obispo Auxiliar de Lima)
Jesús manifiesta su sed al comienzo de su misión a una mujer samaritana y al final de su vida a un soldado romano. A mí me llamaba profundamente la atención que ambos son extranjeros, tanto la mujer como el soldado, ambos son para el pueblo de Israel considerados impuros y, sin embargo, Jesús se fija en ellos.
La sed de agua que padece Jesús es signo de otra sed más profunda: la sed de la verdad y la justicia, la sed de paz que hoy está presente en medio de nosotros, la sed de la libertad, la sed de ser acogidos tantos millones de migrantes en el mundo buscando por todas partes dónde vivir dignamente, la sed del amor y la sed de la vida, hay tanta sed de vida en esos niños que son abortados, sed de vida de tantos que viven oprimidos, hambrientos en tantos sectores concretos de nuestra sociedad. Jesús tiene sed de justicia para todas las víctimas inocentes, Jesús tiene sed de que ellos alcancen realmente la vida.
Que con tu ayuda Señor podamos crear fuentes de agua, fuentes de vida para que no falte el agua real y concreta en cada hogar del Perú y del mundo, pero ayúdanos a saciar esa otra sed profunda y ayúdanos a que podamos entregarle nosotros la comunidad de creyentes de esa agua viva.
Sexta Palabra
‘‘Todo está consumado’’ (Juan, 19:20)
(Juan José Salaverry – Vicario Episcopal de la Vida Consagrada)
Frente a esta palabra, tan fuerte y llena de contundencia, es necesario preguntarnos: ¿A qué se refiere Jesús, cuando dice que todo se ha cumplido? Jesús enseñó a compartir, compartió lo que Él tenía, Aquel que no tenía dónde reposar la cabeza, entrega lo que tiene: la misericordia, el perdón, la gracia, todo lo que tiene su vida, la entrega en la Cruz, por eso todo está cumplido.
Mirar al Crucificado y escuchar que, desde lo alto de la Cruz, predica la Buena Noticia, que “todo lo ha cumplido”, no puede dejarnos hundidos en una contemplación inerte.
No perdamos tiempo, y dediquémonos a cumplir como Jesús nos enseña a cumplir, la perfección del amor… Como dice la gran Catalina de Sena: “Limpiados por la entrega de Cristo crucificado, y comencemos una nueva vida con la esperanza de que vuestras culpas son redimidas en la sangre y en el fuego del amor.”
Séptima Palabra
‘‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’’ (Lucas, 23:46).
(Mons. Nicola Girasoli – Nuncio Apostólico en el Perú)
Todo se ha terminado y aparentemente es la hora de las tinieblas. La confianza de Jesús al Padre es absoluta y se hace realidad el Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad. Nosotros también estamos llamados a cumplir la voluntad del Padre. Aprender como Jesús a fiarnos solamente de Dios.
El Papa Francisco insiste en que debemos pedir la gracia de encomendarnos a sus manos, de fiarnos de su guía y de su presencia misericordiosa. En medio de la prueba Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En medio del esfuerzo, la oración es alivio, es confianza, es consuelo. Cuando crucificado todos lo abandonan en medio de la desolación interior, Jesús no está solo, Jesús está con el Padre.
Todo el amor de Cristo está también en nuestros hermanos y hermanas, y esto debe inspirarnos respeto y aprecio entre nosotros. Necesitamos como cristianos y creyentes promover la cultura del respeto y del aprecio al prójimo. Todo tipo de violencia impide y destruye el amor de Dios, se debe luchar contra toda violencia, especialmente la de las personas más vulnerables y me refiero a la llaga social que tenemos también en nuestro País por la violencia contra las mujeres.
‘Padre En tus manos encomiendo mi espíritu’ son palabras de plenitud, son palabras que nos ayudan a comprender que en la Cruz, Dios se revela como ágape, como amor que se dona, un amor que no espera reciprocidad (como pasa en el amor humano), un amor que redime el sufrimiento y lo glorifica.