El emblema de esta parroquia tiene a un Jesús misionero con morral y sandalias, ligero de equipaje y dispuesto siempre a estar en salida. Se llama “Cristo Misionero del Padre” y está ubicada al Sur de Lima, en el distrito de Chorrillos. Desde los días y noches interminables de la primera ola de la Pandemia del covid-19, el párroco y un grupo de agentes pastorales caminan por las calles chorrillanas sin descanso, acercándose a las personas y familias, practicando la solidaridad que Jesús sembró entre nosotros. Aquí una crónica misionera.
Escribe: Luis Enrique Llontop Samillán
Compromiso y gratuidad.
Catucha Retamozo Urquiaga, limeña, 41 años, está llena de compromisos desde que amanece hasta cuando cae la tarde; ella es madre de un niño de siete años; se levanta muy temprano en su casa de San Genaro para preparar los alimentos que llevará la lonchera de su hijo, quien se quedará con su abuela para realizar sus tareas escolares, aprovechando el internet de la zona. Después, ella podrá irse a trabajar desde las ocho y media de la mañana hasta la noche, cuando todos los solicitantes de ayuda en la parroquia sean atendidos.
Empieza su día laboral a las ocho y media de la mañana, hora en que llega a la parroquia. “A las nueve -nos cuenta- empezamos con la recepción de los balones de oxígeno, y eso va hasta la una de la tarde, en que cerramos y vamos a almorzar; todos almorzamos en la parroquia. Desde las dos de la tarde ya estamos en la puerta para entregar los balones que hemos recibido el día anterior. Aquí estamos hasta las siete de la noche y cerramos a las ocho. A veces nos llaman para decirnos que el tráfico está pesado y que si los podemos esperar; no hay problema, los esperamos”.
Su compromiso parroquial y social data desde los 18 años, desde su preparación a la confirmación, desde ahí no ha parado. Ha participado en la preparación a la confirmación, grupos juveniles, pastoral familiar y otros. “En la Pandemia -sigue contándonos- empezamos con el padre Juan armando bolsas de víveres para dejarlas casa por casa, también apoyamos con el botiquín y los medicamentos. Pero fuimos desbordados, cada día se necesitaba más ayuda, nos dimos cuenta de que la ayuda tendría que ser de otra manera y ahí pensamos en las ollas y comedores”.
“Apoyamos alrededor de 16 iniciativas, entre ollas y comedores. Les brindamos alimentos, por ejemplo, nos llegaban cebollas y, a través de un grupo de whatsapp, coordinamos con las vecinas, dos responsables por olla y comedor, para que las reciban. Ellas también nos comunican sus necesidades, que son muchas, y la Pandemia las ha agudizado”.
En Chorrillos hay una población de 314,241 habitantes, de los cuales 152,926, son varones y 161,315 son mujeres, según los datos del censo del 2017, y se calcula que hay 8,069.88 habitantes por kilómetro cuadrado. No estamos ante una población pequeña, peor aún, la mayoría ha sido muy golpeada por los efectos de la Pandemia: perdieron empleo y pasaron a engrosar las filas de la pobreza.
“Las colaboradoras de las ollas elaboran un promedio de 70 raciones diarias, además de ayudar a los casos sociales, es decir, a la gente del barrio que ni siquiera puede pagar los 2 soles o 2.50 por cada menú. Hay veces en que sólo alcanza para un segundo, que es un guiso de pollo o lentejitas, y les pedimos que en sus casas preparen arroz, o sancochen alguna papita, porque no tenemos más”.
Compartir el pan y el oxígeno.
Cuando son muchos en la casa, en la familia, se organizan para compartir lo que compran, porque no pueden pagar un menú para cada uno. Por ejemplo, se comen el segundo en el almuerzo y la sopa para la noche. La Pandemia ha revelado y ha impuesto muchas necesidades. Si un hijo se murió por covid-19 y era el sustento de la familia, todos quedan afectados; él era el sostén de la familia, ahora se quedan sin apoyo y sin trabajo; aquí cabalgan en carrera desbocada la pobreza y la desnutrición. La gente necesita ser escuchada, atendida. Recuerdo mucho una frase de la madre Teresa de Calcuta: “No soy más que un pequeño lápiz en la mano de la escritura de Dios”, y tenemos que dejarnos modelar por su mano para seguir ayudando.
Silvia Karina Alvarado Aponte es otra de las decididas colaboradoras de la parroquia; tiene 45 años y vive en el AAHH San Genaro, que celebra en junio su 41 aniversario. Es un pueblo de migrantes, la mayoría son de Ayacucho y Huancayo. Los sacamos por las costumbres: danzas y bailes, ensayando en la losa deportiva o en los festidanzas de los colegios. Tiene una hija de 18 años y una larga experiencia de apoyo en la parroquia, que empezó a los 15 años, desde la catequesis. Antes de la Pandemia trabajaba como asistente de biblioteca y dando refuerzo a los escolares; esas acciones educativas se paralizaron con la llegada de la Pandemia; le cambiaron el rumbo y, junto con el equipo parroquial, emprendieron la acción conjunta para enfrentar las consecuencias del virus: hambre, desempleo y muerte temprana.
Nos dice: “Somos un equipo que tiene varias tareas, pero la principal es la de atender las demandas de los pobladores con las ollas y comedores, además del oxígeno medicinal, ahora que tenemos una planta de producción. La situación todavía es difícil, en algunas ollas ha crecido el número de comensales y en otras, felizmente, ha disminuido. La gente no tiene buenos trabajos, muchos se dedican al trabajo independiente y en la calle; venden canchita, gelatina… pero ahora no lo pueden hacer por la Pandemia. Muchos han perdido a sus familiares y ese dolor es muy profundo”.
La realidad que enfrentan las ha hecho más conscientes del don de la vida, porque duele el dolor del otro, afecta. “Nosotros nos conocemos –dice Silvia- y los dirigentes conocen bien a todos los pobladores, saben cómo y con quien compartir. Me anima ver sus ojos y miradas, quieren agradecer y no les vienen las palabras, lo vivimos cada día. Les decimos: ¡cuídense!, para que nos cuiden a nosotras. Uno no es de piedra, entre nosotros nos animamos y nos sabemos escuchar. Sin embargo, mucha gente se reserva sus dolores”.
“A veces nos desanima el descuido de mucha gente, saben lo que debemos hacer, usar doble mascarilla, mantener la distancia, y no lo hacen. Hay otros que no saben agradecer el esfuerzo de sus vecinos, incluso descuidan a los niños; me entristece mucho verlos sin rumbo. Nosotros somos de una cultura muy efusiva, afectuosa, y mantener distancia, estar alejados, no podernos abrazar duele mucho. Hemos aprendido a conocer el miedo, y lo peor es cuando éste nos gana; lo mejor es cuando lo enfrentamos y vencemos. Usar mascarillas y taparnos el rostro nos distancia, llegará el día en que nos volvamos a ver y nos abrazaremos sin temor alguno, convencidos de que ganamos la batalla”.
“La planta de oxígeno produce 54 balones por día y son cuatro personas trabajando. A las familias se les pide una colaboración de 50 soles por balón, tenemos mucho cuidado para no ser sorprendidos por estafadores. Hay mucha demanda de oxígeno, también mucha oferta de agradecimiento, porque el oxígeno les alarga la vida y lo que no ha hecho la municipalidad lo ha hecho la Iglesia. La gente viene a dar de lo que le falta, y siempre agradecidos por las ayudas. Hay un agente pastoral que se ha recuperado y esa es una buena noticia para todos los que estamos en esta tarea”.
A la fecha, son 180,764 muertos a causa del virus, una cifra recién revelada que duele profundamente. Felizmente, el proceso de vacunación avanza muy bien, porque ya hay un total de 3.452,784 dosis aplicadas.
Como uno de ellos.
“Nuestro párroco es un cura muy humano. Él dice siempre: ‘Mientras haya necesidad, yo estaré allí’. Siempre está dispuesto a ayudar, no tiene horario, hay una imagen muy positiva de él y sobre todo de los misioneros combonianos. Trabajamos en las trece comunidades parroquiales: Santa Rosa (Villa Marina), Nuestra Señora de la Evangelización (San Genaro), Dios Te Ama (Villa Venturo), Virgen del Camino, Sagrado Corazón, San Martín, Santa Teresa, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Daniel Comboni, Nuestra Señora de Guadalupe, Señor de los Milagros, San Pedro y Nuestra Señora de la Reconciliación”.
“La gente ve a nuestro párroco como uno de ellos, con jean, de esos que tienen flecos, como si estuvieran rotos, pero, como dicen sus feligreses, es parte de esa pinta que lo iguala”.
El padre Juan Goicochea Calderón tiene 51 años y es misionero comboniano. Lleva cuatro años como párroco y doce en la parroquia. Estudió la filosofía en Lima, la teología en Insbruck, Austria, y después hizo su primera experiencia de trabajo pastoral en el sur de Alemania, en Bayern. ‘Pero no soy del Bayern -aclara- soy hincha del Alianza Lima’. Tiene una larga experiencia de trabajo, que empezó en Alemania con la gente de la calle: drogadictos de más de 20 años que son acogidos en casa hogar, una red que se encargó de la pastoral de la calle, ellos se mueren moralmente, despreciados.
Él también nos cuenta: “Allá ser pobre es perder los amigos, tu trabajo, has perdido el sentido de la vida, sin trabajo, no sostienes la casa, no tienes dirección, el trabajo ha sido con los excluidos, eso me sorprendió mucho”.
El padre Juan también hizo estudios de maestría en economía internacional y política de desarrollo. ¿Por qué hay países pobres y países ricos? Muy actual para los tiempos que vivimos.
“Cuando llegué a Lima -dice el padre Juan- pensé en trabajar con algunos grupos, luego me di cuenta de que debía trabajar con todos, y añade: ‘Hice una casa, la Casa de los Talentos, donde se enseña danza, teatro, karate, autodefensa, canto, música, bailes… la casa ahora está cerrada, son 17 grupos en distintas disciplinas, la hemos convertido en una olla común”.
“La parroquia tenía los comedores, la Defensoría del Niño y Adolescente, atención a niños que viven en la violencia; la biblioteca, actualización de los niños en sus clases, niños en extrema pobreza, que son seleccionados y los tenemos en la parroquia hasta que vayan al colegio; sus mamás van a trabajar y muchos no tienen papá. Teníamos también un albergue para familias venezolanas, un espacio para acoger a migrantes, ya no pudimos con la Pandemia, se cerró todo lo presencial”.
“Estaba siguiendo información de científicos alemanes; yo vi venir lo que llegaba, me adelanté a pronosticar que se venía algo complicado. Si en Alemania, con todos los servicios que tienen, la pasan mal, qué pasará en el Perú, esto será una tragedia, verán cosas mucho peores”.
Enfrentar la Pandemia.
“El 17 de marzo ya estábamos preparándonos para la cuarentena. Armamos un equipo de emergencia; desde ahí empezamos, organizados por sectores, no nos consideramos ni mejores ni peores, son 13 sectores; empezamos por los más pobres. En un segundo momento, por cuadras enteras, les dábamos alimentos y, ‘si les sobra, compartan’, les decíamos. Hemos apoyado a unas 8,000 familias, para que no la pasen tan mal”.
“Antes ayudábamos a personas de pobreza extrema, los de la pastoral social las conocen y cada mes les alcanzábamos una bolsa con alimentos y con medicinas. Estas personas se han cuadriplicado, quintuplicado. Me movilicé con amigos de Austria y conseguí medicamentos de buena calidad. Tenemos un botiquín parroquial. Contamos con cinco comedores parroquiales, en la emergencia preguntaron por ayuda; donde veía movimiento, sea de olla común o comedor, fui dejando alimentos. Ayudamos entre 15 a 18 ollas. A todos les llevo por igual. La olla común en Nueva Granada colinda con san Genaro; la junta directiva me hizo ver algo muy importante que ya había observado: casas bonitas, pero familias que habían perdido trabajo y se habían empobrecido, ahí les di el espacio de la Casa de los Talentos a las señoras. Fue una respuesta inmediata: al día siguiente tenían 70 comensales, ahora no se a cuántos ayudan. También les apoyamos con víveres que envía Cáritas, a quien le estoy muy agradecido. Ha sido un buen aporte, además de lo que nosotros les damos desde la parroquia”.
“Cobran algo simbólico para sus verduras, les damos lo mínimo; los milagros que ellos hacen son mucho mayores, ahí veo la multiplicación de los panes, porque hacen que alcance y el costo es sobre 1 sol o 1.50. Tienen casos sociales: enfermos, ancianos, personas con discapacidad… esta es una manera muy práctica de trabajar porque se conocen, no les puedes hacer el avión. Es la solidaridad de igual a igual y, al que no pide, ellos saben que está necesitando y a él le dirigen la ayuda”.
“Un miércoles de Ceniza le comuniqué a la parroquia lo que quería hacer con su ayuda: tener nuestra propia planta de oxígeno, y así empezamos a romper las redes, la gente se puso de pie, estoy agradecidísimo por la confianza, porque se la creyeron, empezaron con pachamanca, frijolada, vendiendo cosas… la abuelita que dejó dos soles, los restaurantes, los niños que dejaron 30 céntimos, desde el extranjero nos mandaban sus donaciones, gente que nos conoce y nos tiene confianza, que ha visto que las cosas se hacen bien”.
El domingo de Resurrección ya la planta estaba funcionando. El 4 de mayo hemos cumplido un mes, trabaja las 24 horas, son muchas vidas que se vienen salvando, vamos viendo bien los casos, estoy contento y sorprendido, estamos trabajando duro. Le agradezco a Dios por la solidaridad de nuestro pueblo, la solidaridad es la clave que tenemos, la solidaridad responde a la confianza, va de la mano. Sirve para superar cada circunstancia. Tenemos 54 balones por día de producción”.
“Nuestra gente se ha vuelto más sensible para las cosas de Dios, para el dolor; como Iglesia tenemos que profundizar temas pendientes, que los hemos dado por supuestos, y que vale la pena volverlos a reflexionar: la vida, la muerte, el sufrimiento, la imagen de Dios, la cultura del cuidado del uno por el otro, el cuidado de nosotros mismos…”
En el 2015, el padre Juan tuvo la suerte de reunirse con el papa Francisco y le entregó su libro: Niños, esta tierra es de ustedes, lo escribió antes que el Papa publicara la encíclica Laudato sí. Le dijo: “Esta es mi encíclica, mucho más pequeñita que la de usted, pero yo le adelanté”, el Papa lo miró y sonrió.
El libro está traducido al alemán, polaco, francés, ahora se está haciendo la edición al inglés y al ucraniano, ahí es donde han mostrado mayor interés por el libro. En Alemania ha tenido mucha acogida, se ha tenido mucho apoyo por el interés que tienen. En el libro se abordan temas candentes como la minería, la Amazonía, y se tocan temas desde el punto de vista científico y desde la Doctrina Social de la Iglesia, el evangelio y la Biblia en general. Se ofrecen pautas para comprometerse con el cuidado de la casa común. Temas que profundiza: el agua, el aire, la minería, la Amazonía, la basura, el plástico, el racismo, los derechos fundamentales del niño, los alimentos, lo esencial y cómo juzgarlo a la luz de la palabra de Dios y acciones a tomar.
Nos ha cambiado la vida.
Esta situación de Pandemia y el apoyo en las ollas y comedores de nuestra parroquia, así como el abastecimiento de oxígeno medicinal, les ha cambiado la vida. Cuando le pregunto a Silvia si hay algún pensamiento, poesía o canto que la anima en esta súper tarea, ella empieza a cantar Señor de la vida, un canto muy conocido del compositor Gilmer Torres que, para ella, es también canto de reflexión:
“Tu rostro escondido, nos dejas mirar, y un rostro de hermano, nos haces buscar.
Oculto en nuestra carne de sudor y de tierra, y escondido, tu cariño nos entregas.
Cuando Tú has venido, la vida empezó, cuando Tú te fuiste, la vida siguió.
Y ahora quieren matarla, y esta vida no muere porque corre por las venas, de tu pueblo”.
Termina nuestra conversación y Silvia reconoce también que la vida no es sólo trabajo. Cuando hay que celebrar lo hace con cumbia y al ritmo del Grupo 5.
“La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana». Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13)” (papa Francisco, encíclica Fratelli tutti n. 92).