«Esta Navidad es para que todos acojamos a Dios en nuestras vidas. El Dios que, encarnándose en nuestra historia, lo hace también desde el último lugar», son las palabras de Monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima y Primado del Perú, en su mensaje de Nochebuena.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una enorme luz (Isaías 9,2)
Curiosamente, hermanos y hermanas, hoy que es el día de Navidad esta “gran luz” es un Niño pequeño.
Y, justamente, esta Navidad es para que todos acojamos a Dios en nuestras vidas, el Dios que, encarnándose en nuestra historia, lo hace también desde el último lugar. Y nos enseña con su propio ser a ser cristianos como testigos de ese Dios que se fija siempre en el que más sufre, en el pequeño, en el marginado, en el migrante en las personas que tienen dificultades, en nuestros enfermo en nuestros viejitos de las casas, nuestros abuelitos, nuestros hermanos discapacitados, todos aquellos que siempre están como en el margen, pero, simultáneamente, en sus sueños está nuestra esperanza.
Y esta Navidad es para soñar… Hemos sufrido mucho en estos años, y como país, como Arquidiócesis de Lima, necesitamos entrar en este proceso de conversión que no es solamente un esfuerzo humano – aunque lo es de verdad – hay mucha gente buena que humanamente puede no ser creyente, pero que también tiene esta disponibilidad a vivir en honestidad, en racionalidad, en reflexión, en ponderación, no ir apurados hacia ninguna parte, no estar cegados por las ambiciones y los intereses.
Esta Navidad es para cambiar el rumbo y encontrar en el Niño una interpelación, un llamado a ser acogido y a empezar a ver maneras de hacer posible que en nuestra Patria nos entendamos todos; pero no nos entendamos para ser componendas bajo la mesa que destruyen, más bien, nuestras relaciones, y hacen que nuestra esperanza sea una esperanza prácticamente en la muerte, una esperanza macabra.
El Señor quiere que nuestra esperanza sea una esperanza de vida plena, de vida eterna, de vida llena de alegría, de capacidad generosa de darnos mutuamente los unos a los otros, de comprendernos, de entendernos, de comprender antes de juzgar, y de no apurarnos demasiado, porque el Señor viene pronto, pero nosotros que somos lentos para comprender, estamos llamados todavía a ser un camino largo en donde poco a poco aprendamos a cambiar, pero tenemos que hacerlo de forma segura.
Para eso, dispongámonos al Niño Jesús. Él, con el ejemplo de un niño, de alguna manera, está en todos los niños que son para nosotros el sujeto principal en esta historia que tenemos que atender. ¡Qué Perú vamos a dejarle a los niños!
Si queremos que ellos tengan alegría, esforcémonos mutuamente por aprender a tratarnos de otra manera y a vivir en justicia, en paz, en orden ,en respeto por nuestras instituciones humanas nuestras instituciones estatales, esas instituciones que están hechas para servir y no para servirse de la gente.
Y pidamos que todo este clamor general en nuestra sociedad de que haya paz y una respuesta a las necesidades más hondas de quienes más sufren, en donde estamos entrando casi todos, porque hay mucha incertidumbre sobre lo que puede pasar en el mundo y en nuestra sociedad, todos podamos encontrar una salida.
Y, por eso, también, los invito a que soñemos nuestro país como un país libre, unido, amistoso. Y también soñemos con nuestra Iglesia, una Iglesia que quiere, el Papa Francisco, una Iglesia hermana de la humanidad, acompañante, alentadora de sus ánimos en medio de las dificultades, y así poder gozar con mucha alegría de que la Iglesia nos acompaña.
En la Iglesia tiene también que reordenarse muchas cosas, y lo estamos haciendo poco a poco. Les pido a todos que colaboremos tanto en la sociedad como en la Iglesia a mostrarnos transparentes y capaces de darle aliento a nuestro pueblo con el mismo amor que el Señor nos dio, para ser testigos y anunciadores vivos de su Evangelio.
Y que Dios los bendiga en esta Navidad. El Niño que nos ha nacido, este hijo que se nos ha dado, que es maravilla de consejero, nos aconseje hondamente cómo cambiar, cómo mejorar y cómo seguir adelante juntos.
Y mi bendición y la bendición de Dios Todopoderoso: Padre Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todas ustedes, sobre todos ustedes, y permanezca para siempre. ¡Y feliz Navidad para todos!