En la homilía de este IV domingo de Adviento, el Cardenal Carlos Castillo recordó que el Señor «nace pobre, niño y se abaja» para acompañar a la humanidad en sus dolores y alegrías. De igual manera, como Iglesia, estamos llamados a ser «plasmación directa del abajamiento de Jesús, que suscita en nosotros el aliento para salir de las situaciones más difíciles».
El Cardenal Castillo explicó que, antes que naciera el Niño Dios, la promesa del rey laico que traería paz y esperanza a Israel casi se había extinguido. Los sacerdotes habían copado el poder económico y político de Israel, sometiendo al pueblo sencillo a una serie de ritos para mantenerlos al margen de toda posibilidad de desarrollo y libertad. «Solo un pequeño grupo, al que llamaremos «la primera comunidad cristiana», fue preparándose durante seis siglos en la clandestinidad a que se cumpliera la promesa de ese rey que venía de la dinastía davídica, de una dinastía derrotada», agregó.
El Primado del Perú señaló que Jesús ha venido al mundo a ser servidor, no a ufanarse de su poder. De igual manera, todos estamos llamador a ver más allá, con anchura, asumiendo la misión de que la Iglesia «se abaje, se solidarice con la humanidad, la acompañe en sus caminos y en sus problemas».
«Tenemos un mundo que se está matando y destruyendo; gobernantes que se creen la divina pomada y recurren a la religión para sentirse seguros; un desarrollo general del insulto, de la agresión, de la mentira entre las personas y la desesperación que reina, sobre todo, entre los pobres que sufren diversidad de ataques», manifestó con gran preocupación el arzobispo de Lima.
Una Iglesia sinodal, no una Iglesia piramidal
La complejidad de cada situación – recalcó – suponen nuevos desafíos para «abajarnos» y estar a la altura del mundo que sufre, de la comunidad humana que necesita ayuda. Por tanto, debemos persistir en el camino de la Iglesia sinodal que camina con la gente, no de una Iglesia piramidal. «Hay que invertir la pirámide y poner arriba al pueblo. Y, desde abajo, los dirigentes, los que somos católicos, los que tenemos las diversas responsabilidades en la Iglesia, ponernos al servicio de todos», reflexionó el Prelado.
A poco de iniciarse el Año Jubilar, el arzobispo de Lima recordó que es necesario prepararnos para un camino de conversión en todas nuestras comunidades parroquiales, movimientos, barrios y sociedad civil. La sinodalidad – precisó – es como una danza en donde todos entramos en armonía siguiendo la misma música, pero con diversas interpretaciones. No es cumplir un servicio de órdenes, sino la suscitación poética que nos invita a armonizarnos entre todos.