Carlos Cardó sobre el Papa: Ya estás con Dios, cara a cara con la misericordia

Compartimos las sentidas palabras del Padre Carlos Cardó durante la Santa Misa oficiada en especial intención por la partida del Santo Padre Francisco:

“Alégrense”, dice Jesús, el resucitado. “Pase lo que pase, alégrense. La muerte no ha sido el final, ha sido vencida por la resurrección, donde no había más que mal, negación, oscuridad. Ahí brilló el amor, que todo lo puede y que dura para siempre”.

Por eso, recordando a nuestro amigo, le puedo decir: Jorge, ya estás con Dios. Te has encontrado de frente, cara a cara, con la misericordia de la que tanto hablaste, a la que proclamaste tantas veces. Dinos, Francisco, ¿cómo es Dios? ¿Qué se siente cuando eres tú el objeto de su infinita misericordia? Fuiste compañero de Jesús, de la compañía de Jesús. Ahora Jesús te acompaña y te asegura su compañía para siempre, para toda la eternidad.

Triste sí, pero a la vez con la admiración que nos sobrecoge al verte partir, como quien dice “con las botas puestas”, entregándote hasta el final a tu pueblo querido, “el bendito Pueblo de Dios”, decías, entregando lo último que podías darnos, tu bendición y ya casi sin vos. Y luego esa despedida tuya desde el Papa móvil descubierto, donde sentiste que ya te ibas, que tenías que irte. Resumir en pocos minutos lo que ha sido el papado de Francisco es imposible. Pero hay un texto que traigo a colación porque me parece que resumió todo lo que él quería hacer y, sobre todo, todo aquello en lo que él pensaba con todo convencimiento. Está tomado de uno de sus primeros escritos que tiene carácter programático y se llama Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio.

Él no quiso ser un papa que transmitía tristeza. Lo único que quiso es alegrarle el corazón e infundir confianza, porque entonces podemos querernos y tener misericordia con los que están tristes. Porque si nosotros vamos a estar tristes, ¿cómo vamos a dar alegría? El mundo actual, dice cuando comienza su pontificado, es un mundo en cambio, que está dando un giro histórico. Es una nueva era que podemos ver en los adelantos inmensos que se producen en todos los campos y que contribuyen al bienestar de la gente, en la salud, en la educación, en la comunicación.

Sin embargo, la mayoría de los hombres y mujeres vive muy precariamente, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de muchas personas, incluso en lo que llamamos los países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga. La falta de respeto y la violencia que crece y la iniquidad que es cada vez más patente. La crisis que afecta al mundo está originada por factores económicos, pero también antropológicos, sociales, que niegan la condición de dignidad de las personas humanas.

Crea la pobreza y comportamientos culturales que son más invasivos que la misma pobreza y llegan por igual a todas las clases sociales. Pensemos, por ejemplo, en la violencia delincuencial de personas que nos asaltan por las calles. También en nuestras casas, en búsqueda de pequeños recursos para proporcionarse la droga. La violencia sicaria pagada por personas que recurren al método para solucionar problemas económicos. Aún más sutil, el feminicidio. Y más difícil de comprender, el suicidio de chiquillos, de adolescentes que a temprana edad sienten la soledad, la frustración, la depresión y que por la edad no saben manejar y recurren a quitarse la vida.

El eterno mandamiento de no matar no solo es no quitarle la vida a nadie, sino asegurar el valor de la vida, que habla por igual al aborto, al feminicidio, al sicariato, al analfabetismo, al hambre, a la economía de exclusión y de iniquidad que genera hambre. Propone a la Iglesia el sueño de una opción realmente misionera que transforme el mundo para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial de esta Iglesia tan pesada y lenta se convierta en un cauce adecuado para que llegue la alegre noticia del Evangelio a este mundo actual y no esté pensando únicamente en cómo autopreservarse.

Nadie nos puede quitar la dignidad que nos otorga el amor infinito e inquebrantable con que Dios nos ama. Él nos permite levantar la cabeza, volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos jamás de la resurrección, no nos declaremos muertos, pase lo que pase, que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante. Y recuerden, el 2018, que gritó por nuestras calles a los cuatro vientos: «No se dejen robar la esperanza».

Quiso otra iglesia, la Iglesia de Cristo, la Iglesia de Pedro, obviamente, de la cual él era un humilde servidor. Y para que su humildad fuera sincera, se quitó las galas inútiles que ya no transmiten significado. En el primer día, escuchó por un oído lo que le decía el cardenal brasileño: “No te olvides de los pobres”. ¿Qué fue lo que los apóstoles le recomendaron a Pablo cuando les pidió permiso para ir a predicar a los gentiles, a los extranjeros? No te olvides de los pobres. ¿Y qué fue lo primero que dijo desde el balcón? Quiero una iglesia de los pobres y para los pobres. Esa iglesia de los pobres y para los pobres, es decir, para que nadie se sienta fuera de ella, porque si es iglesia de los pobres, y todos somos pobres, en la iglesia caben todos, todos, todos. ¿Quién no es pobre? Los ricos. ¿Quién no los ha visto llorar? ¿Qué rico hay que puede decir: “tengo todos los problemas resueltos”? ¿Y qué rico, por más cuentas bancarias que tenga, puede llegar al final de su vida y decir: “y yo para qué he vivido”? ¿Y eso no da angustia?

Una iglesia acogedora, que sea hospital de campaña, ágil, para estar con el que sufre, con el herido, con el caído en el camino, con el que esté en el hospital, y una iglesia de frontera, que salga, que tenga la agilidad de estar en las fronteras, allí donde se juega el drama de la fe y de la falta de fe, la increencia, ahí donde no se tiene a Dios, ahí donde se desprecia lo religioso, ahí donde la iglesia no está, ahí donde muchas instituciones dejaron de estar o no se preocuparon. Ahí tiene que estar la iglesia, una iglesia abierta, no encerrada sobre sí mismo para pensar cómo se mantiene frente a la crisis, que nos quita gente en las misas, viene cada vez menos gente. ¿Eso qué importa? Lo que importa es que todos se sientan en su casa.

Él quiso una iglesia también de diálogo, de cercanía, que los obispos, los cardenales, los curas, las religiosas, los religiosos, los laicos, sean gentiles con la gente, sean agradables en su trato, que nadie se sienta rechazado, es que es homosexual, es mi hermano; es que está divorciado, yo lo bendigo; es que es de otra religión ¿y va a cambiar porque yo lo desprecié? ¿Dónde iba Francisco en todas las Pascuas? En la cárcel, a visitar a los presos. ¿Dónde lavaba los pies? En la cárcel. Y fue él quien puso mujeres entre los doce apóstoles a quienes se les lava los pies el Jueves Santo. Y entre esas mujeres había una musulmana. ¿Recuerdan? Y lo criticaron, diciendo: «¿cómo ha ido a lavarle los pies a una mujer musulmana?».

¿Cómo trató a los migrantes? Recuerden cómo se subió a las lanchas de ellos en las costas de Sicilia. ¿Cómo le temblaba el corazón al ver las barbaridades que se están haciendo con el planeta? Laudato Si, alabemos al Señor, loado sea mi Señor por la hermana tierra a la que maltratamos. Recordemos la energía con que hablaba de los sistemas económicos excluyentes, que no generan riqueza para todos y que muchas veces la generan mal, la causa del enriquecimiento ilícito.

Recordemos cómo trataban los curas, lo duro que nos daba porque no teníamos olor de oveja. Cómo abrió los brazos a todas las religiones. ¿Recuerdan el viaje a Irán? Terrible. Los que estuvieron ahí dicen que ciertamente se jugó la vida. Lo pudieron matar y él fue allí. Después quiso visitar aquellos países donde no iba a tener multitudes y banderitas y gran bullicio. En Mongolia, por ejemplo, se pueden contar los cristianos que hay, mil y pico, pero ahí hay que estar.

¡Tolerancia cero frente a ese cáncer que corroe a la Iglesia por dentro! Porque les quita la dignidad a los niños, los preferidos de Jesús. ¡Tolerancia cero con el robo! Aquí se roba. Sí. Eso le oí decir yo en una de las visitas que le hice. Y yo no podía llevarme las manos a la cabeza, porque era cierto, con un cardenal en la cárcel por robar. ¡Tolerancia cero!

Cambiar esta burocracia y hacer del Vaticano la casa de todos. Mucho le quedó por terminar la tarea. La preocupación por la paz, la apertura a todos, la cercanía a la gente. Todo esto Jesús lo predicó y lo practicó. Decir lo contrario es oponerse al Evangelio. Pero, al final, casi de su vida, en la segunda mitad de su vida, esto mismo dijo Francisco y muchos se le opusieron. Y yo me pregunto, por más derecho que tengan a opinar, ¿no se puede decir que hay opiniones que atentan contra el Evangelio?

Francisco habló del principio misericordia. ¿Recuerdan? No es cristiano aquello que no lleva consigo misericordia, fomenta la misericordia, hace sentir la misericordia a la gente. Eso no es cristiano. Obrar así es obrar contra el Evangelio. ¿Y qué le dijeron? Eso es buenismo. Una palabreja que se han inventado y que fueron diciendo por ahí. Es buenismo. ¿Y qué quieren? ¿El malismo?

Amor a los pobres: rojo, caviar. Dignidad de los migrantes: eso es mentalidad de ONG. Sinodalidad: eso es democratismo. Bendición a los divorciados, bendición a los homosexuales: hereje, sacrílego. Respeto a las diferencias de género: permisividad. Laudato Si: ecologismo. Amor al planeta, la casa común: eso es fanatismo conspiranoico. Palabreja que se han creado también, para los que creen que el cambio climático está inventado.

Crítica al clericalismo y al autoritarismo en la Iglesia: igualitarismo, quiere a todos iguales, está cargándose con la autoridad. Defensa del papel de la mujer: feminista. Fratelli tutti, esa encíclica bellísima: va, es el segundo libro rojo de Mao. Preferencia por las periferias: jesuita. “Olor a oveja”: eso es latinoamericanismo. Ecumenismo: sincretismo, relativismo. Eso que ha hecho de lavarle los pies a una musulmana.

¡Tolerancia cero frente a los abusos! Le falta espíritu de cuerpo. No piensa en el honor de las instituciones. Sencillez de vida, simplicidad: “¡Ah!, mediocridad”. Rigor contra los abusos financieros de la Iglesia: “¡Qué cruel!”. Preocupación por la paz mundial: “Ya se metió en politiquería”. Apertura, diálogo con todos: relativismo puro. Cercanía a la gente: es un populachero.

Y hubo quienes dijeron: “recemos por su muerte y que venga otro a restablecer las tradiciones y volver a lo de antes”. ¿Esto es verdad o no es verdad? Pero ya estás con Dios. No solamente has descansado de las críticas, sino que nos has dado confianza para continuar tu obra, para que no se vuelva atrás. Tú nos dijiste, cuando recordaste a tu querida Teresita del Niño Jesús, la confianza. Tengan confianza. Nada puede conducirnos más al amor que la confianza, palabras contundentes de Teresita que Francisco repetía.

Y, por eso, yo estoy seguro de que, al final de su vida, como lo hizo al final de su bellísima carta Sé la Confianza sobre el 150 aniversario de Teresita, escribió: “querida Teresita, la Iglesia, esta iglesia necesita hacer resplandecer el color, el perfume, la alegría del Evangelio. ¿Por qué no nos mandas tus rosas? Ayúdanos a confiar siempre, como tú lo hiciste, confiar en el gran amor que Dios nos tiene para que podamos imitar cada día tu caminito de santidad”.