Continuando el camino de la cuaresma, el Cardenal Castillo reflexionó en torno al mensaje de la Transfiguración: encontrar al Señor en la experiencia profunda de la oración y alimentarnos de su Cuerpo, pero no para permanecer ‘encerrados’ en las iglesias, sino para salir a enfrentar los desafíos del mundo y vivir nuestro cristianismo con sentido de realidad.
El Evangelio de hoy (Lucas 9,28b-36), narra la Transfiguración del Señor, que lejos de ser considerado como un «acto mágico» es la manifestación de la presencia de Dios en la vida de Jesús y en la humanidad. «No es un simple fenómeno», advirtió el Cardenal Castillo, sino una invitación a «bajar a la realidad». Para eso, «tenemos la ayuda de la Palabra del Señor, que está presente entre nosotros cada vez que transparentamos su amor con nuestras acciones».
El Primado del Perú explicó que la oración no es una «cosa rápida» que se expresa superficialmente y no tiene consecuencia en nuestras experiencias. A través de la Transfiguración, «Jesús mismo, siendo Hijo, transparenta al Padre con este brillo, con esta belleza de su rostro. Y toda esa experiencia preciosa de oración no termina ahí, sino que se realiza como preciosidad en el futuro inmediato y difícil que se viene», argumentó.

Este momento glorioso, sin embargo, ocurría al mismo tiempo que los discípulos se caían de sueño. Esta contrariedad, manifestó el cardenal, simboliza la dificultad y las limitaciones que tenemos como humanos para estar atentos a la acción de Dios:
«Siempre, en la fe, nos hacemos imaginaciones propias, algunas de ellas pueden ser muy deleitosas y bonitas, pero no son suficientes. Cuando venimos los domingos a la misa, gozamos, cantamos y compartimos la Eucaristía, pero tenemos que saber que esa experiencia preciosa es un alimento para seguir caminando. Pero, a veces, queremos evadir y permanecer ‘encerrados’ en las iglesias», comentó nuestro arzobispo.
A diferencia de Juan y Santiago, el discípulo Pedro, aún en su debilidad, reconoce la maravilla del momento y expresa: “¡Qué bien se está aquí!”. Simultáneamente, el Evangelio también refiere que Pedro “no sabía lo que decía”. ¿Qué significa esto? El arzobispo de Lima indicó que, anunciar al Señor, requiere, por una parte, de la contemplación y el silencio para profundizar: «Necesitamos, hoy día, urgentemente, en el mundo, tomarnos tiempo de silencio profundo para que el Señor entre en nosotros y podamos escuchar su Palabra y actuar conforme a Él».
Pero no podemos, por otra parte, quedarnos en la contemplación sin asumir la misión, es necesario asumir nuestra «responsabilidad cristiana» y desarrollar una fe peregrina en nuestros pueblos. Esto es lo que hacemos cada domingo cuando participamos comunitariamente de la misa.
La misa es «sístole» y «diástole»: nos reunimos para alimentarnos del Señor y luego salimos a anunciar lo que hemos vivido
Como último gesto, están las palabras de Dios: Este es mi Hijo escogido, escúchenlo. El Monseñor recordó que la vida cristiana es un «permanente llamado a escuchar a Dios en medio de los problemas, a través del llamado de las poblaciones que clama por humanidad.
El camino de la cuaresma, sostuvo el Cardenal Carlos Castillo, nos invita a orar con profundidad, asumir nuestra misión en la historia y construir una Iglesia capaz de «aterrizar» la Palabra del Señor en las circunstancias concretas:
«Como el Papa dice siempre: aquí todos valemos, todos somos importantes. Hay que tener en cuenta a todos para fortalecer la Iglesia, dar aliento y esperanza».
25 años de la presencia scalabriniana en el Perú
La Eucaristía de este segundo domingo de cuaresma contó con la participación del Cardenal Pedro Barreto, la comunidad Charles de Foucauld y la comunidad de artesanos del Perú.
Una mención especial estuvo dirigida a los Misioneros Scalabrinianos en el Perú, que celebran 25 años de presencia en nuestro país y dando testimonio de servicio con nuestros hermanos migrantes.
Al respecto, el cardenal Castillo manifestó: «Los padres scalabrinianos están siempre en misión. Las casas que tienen son para hospedar a los migrantes y, a través de su testimonio, nos recuerdan que todos estamos convocados a una fe peregrina que acompaña y acoge».