Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, presidió la Celebración Eucarística de este Domingo XVI del Tiempo Ordinario, desde la Basílica Catedral de Lima: «la imagen de la semilla, que es pequeña, nos recuerda que Dios está escondido en nuestra vida cotidiana, en todos nuestros acontecimientos», comentó.
«La enseñanza de Jesús, por medio de parábolas, permite que el Señor nos anuncie que el Reino de Dios, la fuerza reinante de Dios, nos envuelve a todos y es la base sobre la cual se creó el mundo, que su amor irrumpe desde lo secreto conforme se anuncia, se suscita, y esto empieza a invadirnos a todos», expresó Monseñor Castillo al inicio de su homilía.
Refiriéndose a la parábola del sembrador, que narra el Evangelio de Mateo (13, 24-30), el Arzobispo recordó que el Señor nos invita a tener paciencia: «nosotros que somos cristianos apurados, queremos rápidamente que se separen las cosas, pero no se puede, hay el gran peligro de arrojar el trigo, y entonces hay que aguantar, y ese es el asunto de nuestro Dios, un Dios que aguanta, un Dios que nos aguanta», acotó.
Dios está escondido en nuestra vida cotidiana, en todos nuestros acontecimientos.
En ese sentido, las parábolas de Jesús, «se sitúan directamente en nuestra vida cotidiana porque están llamadas a alentarnos, y a comprender que Dios está escondido en nuestras cosas concretas, en todos nuestros acontecimientos, por eso Jesús dice que el campo en que se depositan no es solamente nuestra alma, el campo es el mundo, toda la sociedad, todos como hermanos, todos como pueblos, todos como humanidad, porque todos como humanidad tenemos que ayudarnos a cambiar mutuamente, a organizarnos de una manera distinta», añadió.
Hoy el Santo Padre ha dicho que el Señor quiere la salvación del pecador, no su condenación, y por eso, Dios espera con ancho corazón, quiere que todos podamos entrar en un proceso de conversión, de aclaración, para vivir en la libertad de ser hijos de Dios.
Monseñor Castillo dijo que «Dios ha depositado la semilla de su amor en todos nosotros, en toda la sociedad, en todo ser, y por lo tanto, todo está llamado a ser transformado por ese amor, aunque no lo notemos, y la imagen de la semilla que es pequeña, justamente ayuda a percibir lo imperceptible, como decía Antoine de Saint-Exupéry en ‘El principito’: lo esencial es invisible a los ojos – pero está allí, está tratando de surgir y es necesario cultivarlo», precisó.
Reconocer la presencia de lo imperceptible.
Con la parábola del sembrador, el Señor nos llama a «reconocer la presencia de lo imperceptible, de lo escondido en nuestras vidas, para que aflore, para que ningún acontecimiento o mal que nos haya ocurrido, impida el crecimiento de nuestra capacidad de amar, ha de ser fiel, de servir, de salir de los enredos en los que nos metemos, de aclarar nuestra vida, de enfrentarla y convertirnos».
El Arzobispo también explicó que la parábola de la semilla no debe entenderse desde una perspectiva individual: «no solamente es un problema de salvación individual del alma, en donde yo reconozco mis pecados, sino que cada vez que yo no reconozco estos pecados y no cambio, también afecto la vida de la sociedad, es también pecado social, afecto a la Iglesia, es también pecado eclesial.
«Que Dios bendiga a nuestra Iglesia y a nuestro pueblo, especialmente en este mes en que el Perú necesita hacer viva la presencia de la fuerza, del amor, de la solidaridad, que nos está faltando tanto», concluyó.