Tras dos años de aislamiento social por la Pandemia, la Fiesta del Corpus Christi congregó a miles de personas en el corazón de la capital peruana. Acompañado del nuncio apostólico en el Perú, Monseñor Nicola Girasoli, así como los obispos auxiliares, clero arquidiocesano, hermandades, cofradías, religiosas, jóvenes y todo el Pueblo de Dios, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía en la Plaza Mayor de Lima. (leer transcripción de homilía)
Corpus Christi: Leer homilía del Arzobispo de Lima
Al inicio de su homilía, Monseñor Castillo explicó que, desde sus orígenes, la Fiesta del Corpus Christi es una motivación permanente para regresar a la fuente inagotable del amor de Dios, mostrado en la vida de Jesús, y expresada en la institución de la Eucaristía.
El Arzobispo afirmó que el Reino de Dios no es el reino de las dicturas o los gobiernos políticos, porque Él gobierna «a través de la suscitación del Espíritu del amor en todos nosotros, y ese Espíritu de amor necesita un alimento. Se necesita alimento también para fortalecernos, de lo contrario, cómo vamos a aprender a amar si no estamos bien alimentados», indicó.
Dios no solo nos salva el alma, Dios quiere salvar la historia de los seres humanos, quiere salvar la vida humana en su totalidad, y quiere suscitar su Espíritu para que nos amemos unos a otros.
En otro momento, el prelado recordó las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de hoy: «En el Cuerpo y en la Sangre de Cristo encontramos su presencia, su vida donada por cada uno de nosotros. No nos da solo la ayuda para ir adelante, sino que se da a sí mismo: se hace nuestro compañero de viaje, entra en nuestras historias, visita nuestras soledades, dando de nuevo sentido y entusiasmo».
Ante la reflexión del Santo Padre, Monseñor Castillo señaló que el Señor nos da sus signos, nos da su Cuerpo y su Pan para que, con su compañía y su cariño, podamos salir de nuestros enredos y depresiones, para que no desfallezcamos en el camino: «En ese alimento se encierra todo el amor de Dios en todas sus dimensiones espirituales, corporales, sociales, políticas y económicas; porque Dios ha venido, por medio de Jesús, a realizar su Reino en la humanidad, en nuestro mundo y en nuestro Perú».
El principio de la existencia es siempre la ayuda mutua y el servicio.
Al comentar el Evangelio de Lucas (9,11b-17), que narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el Arzobispo de Lima aseguró que todos podemos compartir y donarnos mutuamente, siempre atentos a las necesidades del otro para acompañarlo, alimentarlo, curarlo y anunciar el Reino de Dios con el testimonio de nuestra vida:
«Hacer el rito de Melquisedec significa, en nuestra sociedad, aprender a compartir gratuitamente y volver a la fuente inagotable que es la raíz de nuestra existencia. Todos hemos sido creados por amor gratuito, y Dios permanece con nosotros gratuitamente porque Él es nuestro servidor. Nosotros no tenemos un Dios ambicioso, tenemos un Dios generoso que nos sirve para que comprendamos que el principio de la existencia es siempre la ayuda mutua y el servicio».
El egoísmo, la ambición y la indiferencia destrozan a la Iglesia.
Meditando el relato del Evangelio, el Primado del Perú explicó que el Señor ha querido enseñarle a sus discípulos a salir de esa actitud egoísta que, muchas veces, todos tenemos. Cuando el Señor dice: “Denles ustedes de comer”, lo hace para recordarles que todos podemos acoger el Espíritu para generar una forma nueva de ser, sin mezquindades ni egoísmos, evitando formar pequeños grupos de élites ajenos a las hondas necesidades de nuestro Pueblo:
«En toda situación humana, siempre recordemos lo mismo: Hemos sido creados por un Dios que es amor gratuito, y la humanidad tendrá salvación solamente si regresa a su ser, a su origen, y aprende a compartir sencillamente, sin complicarse tanto la vida. ¿Y cómo se complica uno la vida? Cuando se está pensando solamente en los ritos y en las ganancias. Cuando esto sucede, se destroza todo el ser humano, se destrozan los movimientos, se destroza la Iglesia, se destroza por una serie de ambiciones y locuras».
Nuestra tarea es anunciar el Reino de Dios ya en esta tierra, para cambiar este mundo con los valores de la fe, no imponiéndolos, sino suscitándolos, porque están en el corazón de la gente. Los católicos no tenemos la propiedad privada de la Palabra de Dios, está repartida humanamente en toda la gente.
El hombre es un don de Dios para acompañar, compartir y generar vida.
Ante los pretextos de los discípulos («No tenemos más que cinco panes y dos peces»), Monseñor Castillo dijo que una mirada calculadora y cuantificable de las cosas, siempre conlleva a huir de los problemas e impide afrontarlos con sentido de responsabilidad: «Si yo soy don, yo también acojo al don que me es dado y lo acompaño, lo genero, suscito novedad de vida y espero que la otra persona pueda crecer con la alegría de la misma compañía que yo recibí. Y así nos damos la mano la humanidad, unos a otros», precisó.
En ese sentido, la respuesta del Señor es distinta a la de los discípulos. Él quiere acoger a todos, y además, que coman con dignidad, sentados, sin apuros y organizados en grupos de 50. ¿Qué significa esto? «Jesús quiere un Reino organizado, porque el pueblo en el mundo necesita, hoy día, organizar la fraternidad. Todos tenemos que colaborar y contribuir en la solución de nuestros problemas de manera organizada y sinodal, caminando juntos y ayudándonos unos a otros, dirigiendo la vida del mundo o dando una luz al mundo de que es posible comprenderse y ayudarse», reiteró el Arzobispo Carlos Castillo.
La Iglesia tiene un modo de conversar y compartir que puede ser signo y luz para todo el mundo. Eso es lo que debemos hacer en toda la Iglesia: aprender a hacer juntos las cosas, conversando y escuchándonos.
Finalmente, el último gesto del Señor, antes de partir el pan, es dar su bendición; es decir, Jesús quiere «enseñarles a sus discípulos cómo hay que proceder, aprendiendo a ser servidores de la gente, no tiranos ni mandamases. El que sea y quiera ser el primero, que sea el último y el servidor para ayudar a nuestro pueblo a salir adelante».
Demos gracias al Señor porque, entregando su vida a nosotros, todavía sobra bastante de ese Pan que podemos comer y que todos necesitamos para vivir.