En el domingo XIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo recordó que nuestra religión cristiana es «una religión de ojos abiertos», porque el Señor «nos enseñó a abrir los ojos a los signos de los tiempos» para que todos seamos evangelizadores y anunciadores de su amor.
Nuestro arzobispo de Lima hizo un llamado a que, como Iglesia, aprendamos a leer los signos nuevos que nos interpelan, generando espacios de escucha y acogida que hagan posible un Perú nuevo en un mundo nuevo (leer transcripción de homilía).
Transcripción de homilía del arzobispo de Lima
En alusión a la lectura del segundo libro de los Reyes (4,8-11.14-16a), que narra el gesto solidario de una mujer sunamita con el profeta Eliseo, acogiéndolo en su casa y preparándole una habitación pequeña; Monseñor Castillo explicó que tenemos que agradecer a los «sunamitas de hoy» que, con un gran sentido cristiano, acompañan los caminos de todos los que evangelizan el mundo, especialmente, en nuestro país, «donde hay una enorme consideración por los religiosos, agentes pastorales y sacerdotes».
Este sentido de la acogida viene – afirma el arzobispo de Lima – de que sabemos «que estamos para evangelizar y llevar una palabra de aliento», sobre todo, a la gente que más sufre. En la fe cristiana, acotó, «no se puede crecer si es que no sabemos escuchar», por eso, necesitamos que juntos «construyamos esta Iglesia con el favor de todos. Para ello, es indispensable que conversemos, porque en el último tiempo «tenemos un país de mudos, en donde todos estamos encerrados y nos insultamos».
Todos somos evangelizadores y anunciadores del Señor
Comentando el Evangelio de Mateo (10,37-42), el Primado del Perú recordó que «todos somos evangelizadores y anunciadores del Señor con nuestro testimonio», no solamente el párroco, el seminarista, la monja o el agente pastoral. Pero esta misión también conlleva una responsabilidad mayor: poner, en primer lugar, a Dios, es decir, actuar con fidelidad al Padre creador «que nos dio la condición fecundadora y regeneradora de la humanidad a todos».
Dios nos dio el don de la vida. A Él le debemos siempre el primer reconocimiento de nuestra vida.
Vivir en fidelidad a Dios puede ser difícil, advirtió el obispo de Lima, sobre todo, cuando anteponemos nuestras ambiciones e intereses personales. Sin embargo, tenemos que aprender ese camino de separar y distinguir lo que es propio del amor familiar y lo que es el interés común, la visión de los demás. «Estamos muy atados, hermanos, porque siendo un país católico, estamos acostumbrados a que, primero, honremos lo nuestro y después lo de los demás, después lo de Dios», reflexionó.
Asumir y seguir al Señor, por lo tanto, supone «asumir nuestras propias cruces y nuestras propias responsabilidades» para salir de nosotros mismos e identificarnos con el Señor.
Pero el Señor también nos dice que si todos somos profetas, entonces, tenemos que leer los signos de los tiempos, no solamente en la vida familiar, también en la vida social. «El profeta es una persona que anuncia y denuncia, anuncia cosas buenas y denuncia cosas malas. Todo cristiano tiene que ser un profeta, mucho más nosotros, los sacerdotes, que estamos ordenados para eso. Tengamos en cuenta que hay signos nuevos que es mejor que nos abramos a ellos y comprendamos, porque son signos que nos interpelan «, meditó el prelado.
La vida solidaria como condición de vida cristiana
Monseñor Carlos Castillo recalcó que seguir al Señor no solo consiste en cumplir los mandamientos y seguir las reglas que nos han puesto los sacerdotes, también es necesario tener la libertad espiritual para encontrar a Dios en el rostro del hermano que sufre. «Nos hemos acostumbrado a un cristianismo muy pasivo, muy de reglas establecidas y nada más. Tenemos que movernos y salir para ver cómo todos juntos como hermanos podemos intervenir», indicó.
Para ser cristiano, hay que ‘perder’ un poco nuestra vida para darla y compartirla con el Otro. Eso es lo que hizo Jesús: siendo Él que vino del Padre y su vida era la vida plena, entregó su vida y no se miró a sí mismo, sino que se compartió como don para salvarnos a todos.
Este camino, por lo tanto, es también una propuesta para aprender a ‘perder’ la vida, en el sentido que generemos vida, la donemos y no la malgastemos en cosas que no valen la pena. El arzobispo de Lima aseguró que este acto de donación lo hemos recibido, por ejemplo, en el origen de nuestra existencia, que nos fue dada gratuitamente por el amor de nuestras madres, dispuestas a arriesgar su propia vida para donarla a nosotros.
Este camino de desasimiento, de compartición de nuestra vida, es el elemento fundamental de todo cristiano que, entonces, sabe dar su lugar al amor a los hermanos y hacer la voluntad de Dios.
En otro momento, Monseñor Carlos señaló que nos hemos habituado mucho a una religión de “ojos cerrados”, creyendo que para amar a Dios «hay que cerrar los ojos porque está en lo más íntimo y en el corazón; pero resulta que, a veces, no abrimos los ojos para ver la realidad y qué cosas interesantes hay para desarrollar como cristianos en bien de los demás».
La religión cristiana es una religión de ojos abiertos, no de ojos cerrados, porque el Señor nos enseñó a abrir los ojos a los signos de los tiempos. Y, por eso, esta apertura nos permite también una relación de acogida con los demás.