Para ser hombres de esperanza no debemos apegarnos a nada y vivir, en cambio, «en tensión hacia el encuentro con el Señor”. Sí, puesto que si perdemos esta perspectiva, la vida se vuelve estática y las cosas que no se mueven se corrompen. Lo dijo el Santo Padre esta mañana en su homilía de la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta, que centró en la esperanza cristiana.
La esperanza es como echar el ancla a la otra orilla. El Papa Francisco utilizó esta imagen en su reflexión para exhortar a la gente a vivir «en tensión» hacia el encuentro con el Señor, puesto que de lo contrario se termina siendo corruptos y la vida cristiana corre el riesgo de convertirse en una «doctrina filosófica». El Santo Padre comenzó a partir de la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día que corresponde a la Carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8, 18-25), en la que el Apóstol «canta un himno a la esperanza».
Vivir en tensión hacia la revelación del Señor
Seguramente, «algunos de los Romanos» habrán ido a quejarse y Pablo los exhorta a mirar hacia adelante: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse», dijo y después también habla de la Creación que «tiende» hacia la revelación. De ahí que el Papa haya subrayado que «ésta es la esperanza: vivir en tensión hacia la revelación del Señor, hacia el encuentro con el Señor».
Asimismo Francisco destacó que puede que haya sufrimientos y problemas, pero «esto es mañana», mientras que hoy «tú tienes el anticipo» de esa promesa que es el Espíritu Santo que «nos espera» y «trabaja» ya desde este momento. En efecto, la esperanza es «como echar el ancla a la otra orilla» y pegarse a la cuerda. Y «no sólo nosotros», sino que toda la Creación «en la esperanza será liberada», entrará en la gloria de los hijos de Dios. De modo que también nosotros, que poseemos las «primicias del Espíritu», el anticipo, «gemimos interiormente en espera de la adopción».
Sin esperanza no hay fe
La esperanza es vivir en tensión, siempre, sabiendo que no podemos hacer el nido aquí: la vida del cristiano está «en tensión hacia». Si un cristiano pierde esta perspectiva, su vida se vuelve estática y las cosas que no se mueven se corrompen. Pensemos en el agua: cuando el agua está quieta, no corre, no se mueve, se corrompe. Al cristiano que no es capaz de estar en tensión hacia la otra orilla, le falta algo: terminará corrupto. Para él, la vida cristiana será una doctrina filosófica, la vivirá así, dirá que es fe pero sin esperanza no lo es.
La más humilde de las virtudes
El Papa Francisco observó después cuán «difícil es comprender la esperanza». Si hablamos de la fe, nos referimos a «la fe en Dios que nos creó y en Jesús que nos redimió y rezamos el Credo y sabemos cosas concretas sobre la fe». Si hablamos de caridad, se trata de «hacer el bien al prójimo, a los demás, muchas obras de caridad que se hacen al otro». Pero es difícil comprender la esperanza: es «la más humilde de las virtudes» que «sólo los pobres pueden tener».
Si queremos ser hombres y mujeres de esperanza, debemos ser pobres, pobres, no apegados a nada. Pobres. Y abiertos hacia la otra orilla. La esperanza es humilde, y es una virtud que se trabaja – por decirlo así – todos los días: todos los días es necesario volver a tomarla, todos los días debemos tomar la cuerda y ver que el ancla está fija allí y que yo la tengo en la mano; todos los días es necesario recordar que tenemos el anticipo, que es el Espíritu que trabaja en nosotros con las cosas pequeñas.
La esperanza tiene necesidad de paciencia
Para hacer comprender cómo vivir la esperanza, el Papa se refirió después a la enseñanza de Jesús en el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 13, 18-21) cuando compara el Reino de Dios con el grano de mostaza arrojado al campo. «Esperemos que crezca», no vamos todos los días a ver cómo va, porque de lo contrario «nunca crecerá», señaló Francisco refiriéndose a la «paciencia» porque, como dice Pablo, «la esperanza tiene necesidad de paciencia». Es «la paciencia de saber que nosotros sembramos, pero es Dios quien hace crecer». «La esperanza es artesanal, pequeña» – prosiguió – «es sembrar un grano y dejar que la tierra la haga crecer.
Además, para hablar de la esperanza, Jesús en el Evangelio de hoy utiliza también la imagen de la «levadura» que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina. Una levadura que no se guarda en la nevera, sino que “se amasa en la vida», de la misma manera que el grano va bajo tierra.
El aire de la esperanza
Por eso, la esperanza es una virtud que no se ve: trabaja desde abajo; nos hace ir y mirar desde abajo. No es fácil vivir en la esperanza, pero yo diría que debería ser el aire que respira un cristiano, el aire de la esperanza; de lo contrario, no podrá caminar, no podrá seguir adelante porque no sabe adónde ir. La esperanza – esto sí es verdad – nos da seguridad: la esperanza no defrauda. Jamás. Si tú esperas, no te decepcionarás. Debemos abrirnos a esa promesa del Señor, inclinándonos hacia esa promesa, pero sabiendo que hay un Espíritu que trabaja en nosotros.