Nuestro clero diocesano vivió un retiro espiritual con miras hacia el inicio de este Año Jubilar 2025. Además de la participación de nuestros obispos auxiliares, también estuvo presente el Cardenal Carlos Castillo, quien recordó que todos tenemos la misión de aprender a rastrear al Señor y percibir su Reino en el corazón de las situaciones. Para ello, es conveniente una profunda reflexión que nos permita redefinirnos como personas, reconocer nuestros límites y actuar con apertura para compartir el anuncio del Evangelio.

Varios días de reflexión fueron los que se vivieron en la Casa de Retiro San Agustín, hasta donde llegaron los sacerdotes diocesanos de nuestra Arquidiócesis para «generar esa confianza que nos permita transmitir en amistad, sencillez y respeto, nuestras cosas más profundas». Así lo manifestó el arzobispo de Lima, quien estuvo acompañando de cerca el desarrollo del retiro del clero.
Monseñor Carlos Castillo sostuvo que es necesario aprender a compartir experiencias con la amistad espiritual que el Señor nos ha dado. Y para eso es importante comprender el punto esencial del acontecimiento de Jesús: su perdón. «Si el Señor se hubiera bajado de la Cruz, su perdón hubiera sido un acontecimiento infecundo. Debemos inspirarnos en el amor infinito de Dios hacia la humanidad para transmitir esa esperanza al mundo, sin condenarlo. A veces, hay muchas cosas que se pueden resolver con una palabra adecuada y justa, con un gesto», indicó.
Ante la tragedia humana que estamos viviendo, el deseo de bendición por parte de nuestra gente es muy claro. Se necesitan palabras finas, buenas y dulces. No se trata de convertirnos en unos melosos, sino de inventar, de acuerdo con el Señor, el lenguaje adecuado y humanizador para este duro tiempo.
El arzobispo de Lima señaló que, parte de este proceso de conversión, consiste en «rehacernos para ubicarnos ante el desafío que tenemos», un desafío que debemos responder en unidad completa y diversa: «Necesitamos disponibilidad espiritual y mucha fineza; dejar de lado esas cuestiones que ambicionamos. La ambición es la muerte de la Iglesia. Habiendo mucha riqueza en nuestras vidas, desarrollémosla y compartámosla para vivir sinodalmente», reiteró.