“Ante el desafío de la corrupción, estamos desafiados a encontrar unas bases espirituales que permitan que todos los peruanos podamos entrar a una dimensión creativa de transformación de nuestro país que podríamos llamar regeneración”, fueron las palabras de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, en la Conferencia Magistral sobre “La condición humana en tiempos de crisis: corrupción, ética y espiritualidad” que se desarrolló el pasado 25 de marzo en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos.
Las crisis epocales
Al reflexionar sobre el sentido de las situaciones de corrupción en el contexto de crisis que vive el mundo, mencionó que es necesario verla con mayor amplitud de visión y crítica.
“Existen varios tipos de crisis en que vivimos nuestra condición humana: crisis cortas y medianas, crisis largas y crisis larguísimas, a las que denominamos crisis epocales. Las crisis se viven siempre como inmediatas, pero los problemas que se ventilan en esa inmediatez, si bien tienen la apariencia de ser coyunturales, también expresan problemas que acumulamos de siglos. Con la connotación de que cuando lo vivimos estamos viviendo no solo algo muy antiguo sino decisivo para el presente y el futuro”.
“En estas crisis epocales, por tanto, se manifiestan problemas inmediatos que contienen dentro de sí la gravedad de su carácter, unida a la urgencia del afrontamiento, pero implican una acumulación secular que los convierte en problemas antropológicos definitivos que hemos de atender para tender la sobrevivencia de la humanidad, debido a que tocan los fundamentos mismos de la condición humana”.
La cultura del descarte
Explicó que la crisis global, que comienza en el 2008 en Europa y se expande por el mundo, es el punto más extremo que hemos vivido en la época moderna debido a las formas capitalistas que dan prioridad a la economía sobre la sociedad.
“La economía basada en las finanzas ha desarrollado el mundo artificial y urbano que la naturaleza, la sociedad y la propia persona individual han ido siendo desarticuladas, destruyendo sus lógicas internas; y se han ido deteriorando hasta convertirse en meros objetos, perdiendo la subjetividad personal y social, la actividad natural de los seres vivos y de toda la tierra”.
Se refirió a las palabras del Papa Francisco, quien habla de una cultura del descarte, en la cual destaca que la crisis global acentúa las marginaciones de las periferias existenciales y ecológicas.
“Por eso, este contexto de crisis es desesperanzador, porque parece la finanza haberlo abarcado todo y triturado todo; y simultáneamente, esperanzador, porque el ser humano tiene capacidad de salir adelante desde sus cenizas”.
La cotidianidad de la corrupción
Monseñor Castillo señaló que la corrupción es “el acto de aprovecharse del bien común de todos para provecho personal y de grupo, usando medios de justificación de tipo ideológico, cultural o religioso que encubren la manipulación y el aprovechamiento sistemático a costa de todos y que se vive como algo contrario a lo común implantándose como si fuera cotidiano y normal”.
Recordó las palabras del Papa Francisco que menciona que el corrupto ha construido una autoestima basada en la trampa y el ventajismo.
“El Papa acepta que la persona puede ser pecadora, tener fallas; pero si no se encubren, si no se amañan, entonces hay posibles soluciones; pero si se encubren, se justifican, se vuelven cotidianas, entonces se produce una ideologización, un encubrimiento y finalmente, la muerte”.
Dijo que un punto importante de la corrupción es la captura de entidades públicas, estatales, educativas, religiosas e incluso la Iglesia.
“Deriva de esto la asociación corrupta, en donde un tejido entramado de complicidades, justificaciones normales, forman redes organizadas de corrupción como las que tenemos hoy, las que echan mano a instancias políticas, culturales, y religiosas para someter a la sociedad a intereses que esclavizan a la sociedad en su conjunto, luego estas redes se pelean entre sí, compiten y también aprenden a asociarse”.
La Iglesia defiende al ciudadano
En otro momento, afirmó que se está acabando con el miedo y que eso permite que las personas reaccionen con honestidad y salgan a las calles para reclamar por el bien común que nos unen.
“La indignación ciudadana por una vida digna de la mujer, del ciudadano; por una reforma de la sociedad y del Estado; por una vida digna para los peruanos, mayor tolerancia y también por una experiencia religiosa de libertad que no sufra inmisericordemente por mantener unas reglas y normas invivibles”.
“En ese sentido, la sensibilidad popular por una religión que no sea indiferente o no diga nada sobre la corrupción, es hoy muy grande. La gente quiere que su Iglesia defienda y acompañe los procesos de dolor y las heridas de la gente”.
Finalmente, se refirió a que el Perú se encuentra camino al bicentenario con la tarea de resolver problemas históricos a través de los problemas coyunturales. Y que el sentido de la espiritualidad es ser un universo tan amplio que suscita a actitudes de fondo que inspiran que se alzan a iniciativas de despertar de un sueño de letargo.
“Los mismos ciudadanos que protestan en las calles por la mujer, por la vida, por ni una menos, también son las mismas personas que caminan en la procesión del Señor de los Milagros, hay de todo. Lo importante es que nos hemos dado cuenta que hay lazos comunes que nos unen”.
“Jesús sigue el camino de los pobres y surge una regeneración que es renacimiento del amor de Dios. Este país que Arguedas soñó de “todas las sangres” necesita encontrarse, valorarse. Un punto importante para descubrir la espiritualidad en los tiempos de post corrupción es estar juntos, como Iglesia y pueblo, compartir y perdonarnos”.