En esta segunda reflexión, el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo, aborda uno de los temas que más acongoja a muchas familias durante este tiempo de crisis sanitaria: la muerte y la pérdida de un ser querido a causa del coronavirus: «La actitud fundamental ante el fallecimiento y la separación con alguien que ha muerto en ésta o cualquier otra condición, es retomar la huella que nos ha dejado. Todos tenemos un legado dejado por nuestros hermanos, y desde el primer momento en que nos dejan, en medio del dolor y el llanto, podemos tomarnos el tiempo suficiente, en el silencio respetuoso, para recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo», señaló.
La dolorosa partida de nuestros seres amados en las condiciones y restricciones del aislamiento social, agudizan los sentimientos de dolor y abandono que podemos experimentar, y por eso, conviene reflexionar juntos para enfrentar esta trágica realidad de separación:
«Cuando nos deja un familiar y no podemos estar ni siquiera cerca de él, es normal que suframos y pasemos un tiempo de duelo, abandono y soledad – explica Monseñor Castillo – pero es importante que no entremos en desesperación y tengamos un tiempo de despedida verdadera con aquel que fue un regalo para nosotros».
Recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo
«La muerte suscita en nosotros una solidaridad con la persona que amamos, al no poder olvidarla, al sentir la dependencia del amor que le tenemos, al sentir el cariño profundo de hermandad que nos comunica – dijo el Arzobispo de Lima – si bien nos sentimos abandonados porque la persona ya no está, nos sentimos también profundamente unidos porque significó algo para nosotros».
Cuando hay muerte, nos sentimos completamente rotos y abandonados, sin embargo, toda soledad es también un encuentro con aquellos que nos dieron la vida y nos acompañaron
En la ausencia física de la persona sentimos que hay una presencia real en nosotros, explica Monseñor Castillo, «porque se ha encarnado en nosotros y cada uno tiene ya sus propios sentimientos, parte de nosotros es el que se fue, y por eso, quisiéramos tenerlo más cerca para que siga alimentando las cosas que nos dio».
Quizás sea este el secreto de la fe cristiana, Jesús impregnó de tal manera con su Espíritu a los discípulos que jamás pudieron olvidarlo, y a pesar de estar tristes, reconocieron que habían fuentes de resurrección que atravesaron sus vidas, de tal manera que ya estaba vivo en ellos a pesar de haber muerto
«Todos tenemos un legado dejado por nuestros hermanos, y desde el primer momento en que nos dejan, en medio del dolor y el llanto, podemos tomarnos el tiempo suficiente, en el silencio respetuoso, para recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo», subrayó Monseñor Castillo.
Todos somos un mosaico de solidaridad y colores diferentes
Por otro lado, los gestos de servicio gratuito de los médicos y enfermeros nos muestran que «aún cuando no estamos cerca de nuestras familias, siempre hay alguien que es hermano nuestro, y a través de esa entrega gratuita la humanidad se extiende en su mayor nobleza, porque llevamos la hermandad en las venas y no nos resistimos a vivir egoístamente cuando otro sufre. Ésa es la actitud del testigo de Dios, del testigo que ama y entrega su vida hasta el punto de no pensar en sí mismo».
«Tenemos la esperanza de que todo pueda resolverse siempre con la solidaridad y el amor, y esta es nuestra gran crítica como peruanos a este mundo basado en el poder, en el afán de ganancia y en el uso de las personas, un poder indiferente ante el sufrimiento y la muerte», precisó el Arzobispo de Lima
Todas las personas somos un mosaico de solidaridad y colores diferentes, que en conjunto hacemos el cuadro maravilloso del Perú que vivimos, nadie es despreciable, todos somos importantes para el mosaico del Perú que estamos construyendo
Finalmente, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a pensar juntos en las bases nuevos del renacimiento de nuestro país: «como dice el Papa Francisco, venzamos juntos el virus del egoísmo, el virus del desprecio, del choleo, del negreo, del gringueo, del chineo, para ser los peruanos que reconocen las huellas que el otro dejó en la propia vida de cada uno. Si recordamos hondamente lo lindo que han sido nuestros seres amados, siempre los llevaremos vivientes en nosotros mismos y difundiremos los valores que nos enseñaron y nos enaltecen».