Arzobispo: "Desterrar la ambición, el poder y los intereses propios"

En el Tercer Domingo de Cuaresma, el Arzobispo de Lima Carlos Castillo, hizo un importante llamado a superar los límites humanos que nos están destruyendo: «dejemos que el Señor nos ayude para entendernos, recapacitar y desterrar de nosotros todo aquello que es ambición, poder, intereses propios y locuras. Estamos en un momento muy duro en nuestra sociedad y en el mundo como para dividirnos y acentuar las contradicciones», expresó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Juan (2, 13-25), que narra la Expulsión de los mercaderes del Templo, Monseñor Castillo explicó que el Señor encontró en el templo un gran sistema de mercado, un emporio basado en el privilegio y la riqueza que acentuaba la frivolidad de la clase y la casta sacerdotal.

Por eso, cuando Jesús dice: ‘No hagan de la casa de mi Padre una casa de emporio’, hace un llamado a no usar al pueblo y el sudor de su trabajo, para gozar a espaldas de la gente que sufre: «Jesús se indigna y tiene estos gestos porque encuentra un sistema religioso a espaldas de la gente. El Señor no quiere sacrificios ni holocaustos, sino misericordia, es decir, que no se negocie o se haga una utilización vil de la religión para lucrar y encubrir intereses», agregó el Arzobispo.

La verdadera experiencia religiosa es una experiencia de amor. Jesús, en medio de las actitudes destructivas, reconstruye desde el amor hasta entregar su vida y su Espíritu.

Este Tiempo de Cuaresma, por lo tanto, es una oportunidad para identificarnos con Jesús, comprender el sentido de nuestra humanidad y salir del esquema de ver la vida como una fuente de negocio: «Es terrible que, en el camino que estamos viviendo, en nuestro país y en nuestra experiencia humana, todo se haya petrificado en el dinero, en el poder. Dios no quiere que ésa sea la fuente para que vivamos», recalcó Carlos Castillo.

El Señor reconstruye desde la esperanza.

A través de estos signos, el Arzobispo de Lima explicó que el Señor reconstruye la propia experiencia religiosa de nuestro pueblo desde la esperanza, por eso, «nosotros vivimos el camino de la Cruz como un camino de amor, porque el Dios que nos ha salvado, nos ha salvado metiéndose en nuestros problemas, para recoger de ellos lo mejor de nosotros y levantarnos», señaló.

El Señor nos llama a desterrar de nosotros todo aquello que es ambición, poder, intereses propios y locuras. Estamos en un momento muy duro en nuestra sociedad y en el mundo como para dividirnos y acentuar las contradicciones.

Monseñor Carlos reiteró que nuestro país necesita una actitud de paz para salir adelante y enfrentar la Pandemia, acogiendo con responsabilidad el camino de inmunización que se ha iniciado: «todo lo bueno que tenemos, debemos unirlo y, por lo tanto, adecuarnos a este proceso en el cual necesitamos curarnos y protegernos. Respetemos las normas que están habiendo para poder cuidarnos, siguiendo las normas que son importantes en este momento», añadió.

Una Iglesia solidaria que no se basa en el dinero.

Antes de finalizar, el Arzobispo citó las palabras del Santo Padre durante su encuentro con las autoridades y el cuerpo diplomático de Iraq: ‘Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local. Que se dé voz a los constructores, a los artesanos de la paz, a los pequeños, a los pobres, a la gente sencilla, que quiere vivir, trabajar y rezar en paz. No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país, desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera, constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los propios intereses’.

Estas palabras, explicó Monseñor Castillo, «nos sacan de la mentalidad de emporio que se ha depositado en estos treinta años en nosotros, con la moda de la ganancia fácil, especulativa o destructiva de la humanidad, y más bien, nos inducen a la sana competencia, a la inversión justa, a la ganancia justa, al bien común, al compartir y crear formas nuevas de solidaridad entre nosotros para ser una Patria justa y hermosa, una Iglesia solidaria y no basada en el dinero», subrayó.