En este IV Domingo de Adviento, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, reflexionó sobre la actitud de apertura de María, quien no se quedó problematizada en su casa una vez que salió encinta, sino que se levantó y fue de prisa a servir a su prima Isabel, renunciando así a sus propios intereses:
«Esta apertura a lo nuevo, esta disposición a abrirnos a nuevos caminos, ayuda a que todos nosotros no parametremos al Señor según nuestras categorías. La actitud de una “religión niña” es: “Tú tienes que hacer lo que yo quiero, y si no haces lo que yo quiero, ya no creo en ti. ¡No te prendo velitas! ¡No doy limosna! ¡No voy a misa! Porque si voy a misa es para que me cumplas lo que yo quiero”. Entonces, esto es la “religión de los caprichosos” que quieren que el Señor funcione siempre según sus categorías», dijo durante su homilía. (leer transcripción).
Homilía de Monseñor Carlos Castillo – Leer transcripción.
Monseñor Castillo explicó que, cuando hay una situación de crisis o sufrimiento, podemos pensar o sentir que Dios nos abandona o estamos solos. Pero no es así, Dios no abandona a su pueblo, Él siempre está y bendice a la humanidad a pesar de los pecados, errores y dificultades de ésta. Por eso, el prelado hizo un llamado a superar la idea de que Dios puede resolver las cosas ‘mágicamente’: «Dios resuelve las cosas asumiendo la complejidad de nuestros problemas y nuestros avatares, Él nos acompaña permanentemente en un proceso», acotó.
Nuestro Dios prepara en medio de la adversidad, de la infidelidad y de los problemas, un camino que necesariamente hay que escuchar para comprender y hacer posible las cosas nuevas. Dios es paciente y misericordioso, y por más que nosotros le ofrezcamos sacrificios, holocaustos y hagamos una serie de homenajes, lo importante es hacer su voluntad. Y para eso hay que discenir y ver en cada situación cuál es su voluntad.
Comentando el Evangelio de Lucas (1, 39-45), que narra la visita de María a su prima Isabel, el Arzobispo de Lima destacó la actitud solidaria y de servicio de María, que siendo la Madre del Señor, decide acompañar a Isabel porque es una mujer de avanzada edad: «María no se quedó problematizada en su casa una vez que salió encinta. Lo primero que se le ocurre hacer no es seguir adentrada en el problema que ella tenía, sino se alzó, se levantó y fue de prisa para ayuda a Isabel. María no va por curiosa, va porque sabe que, siendo mayor Isabel, puede pasar algo grave, así que va a acompañarla y a servirla».
El encuentro entre María e Isabel es importante porque el Señor nos recuerda que sus caminos no son nuestros caminos. Por eso la sorpresa de Isabel: “¡Cómo la madre de mi Señor puede venir a mí! La madre del Rey viene aquí ¡Cuándo se ha visto eso! Que los grandes se inclinen de esta manera”. Y esa es la novedad de nuestro Dios.
El Primado del Perú aseguró que el encuentro sencillo entre Isabel y María está lleno de una fuerza renovadora, porque dos personas sencillas y marginadas han logrado sentir y vivir, en el corazón de sus propias vidas, la apertura al Señor: «Esta apertura a lo nuevo, ayuda a que todos nosotros no parametremos al Señor según nuestras categorías. La actitud de una “religión niña” es: “Tú tienes que hacer lo que yo quiero, y si no haces lo que yo quiero, ya no creo en ti. ¡No te prendo velitas! ¡No doy limosna! ¡No voy a misa! Porque si voy a misa es para que me cumplas lo que yo quiero”. Entonces, esto es la “religión de los caprichosos” que quieren que el Señor funcione siempre según sus categorías», reflexionó.
Dios no procede según nuestras categorías, según nuestras costumbres, según lo que ya está dicho que es y que debe ser. Él siempre nos reserva la capacidad de ir por sus caminos para que nuestra aventura humana sea una aventura interesante y linda.
En otro momento, Monseñor Castillo recordó que en María se cumplía la gran promesa de Dios a Israel de que vendría un Mesías, un Hijo de Dios, de la descendencia de los reyes derrocados: «Esa promesa se ‘borró’ de la historia después de que los sacerdotes tomaron el poder por seis siglos. Sin embargo, en el pueblo sencillo estaba la esperanza de la promesa de Dios. Los pobres de Israel, los que no cuentan, la tenían muy a pecho, mientras que los sacerdotes se sentían los cumplidores de la promesa, pero no eran ellos los que iban a representar la salvación, sino un laico de la tribu de Judá», expresó.
Jesús no muere haciendo un sacrificio de un holocausto, Jesús muere como un laico asesinado. Él decide no responder con venganza y acepta la Cruz para darnos signos de vida. Jesús muere como un laico que da esperanza a la humanidad.