La Fiesta de la Virgen del Perpetuo Socorro fue el motivo que permitió el reencuentro entre el Arzobispo de Lima y la Parroquia La Virgen Medianera, comunidad que estuvo bajo el acompañamiento pastoral de Monseñor Castillo durante siete años. «Veo que la comunidad sigue viva, sigue llena de alegría y de esperanza. En este barrio he aprendido a comprender las simples situaciones, los problemas y dificultades, pero también las maravillas de su gente, en un espacio tan lindo, tan acogedor. Quisiera que sigamos en esta línea de comprensión, de aprecio y de desarrollo de las cualidades más bellas de las personas», expresó el prelado en su homilía.
El Arzobispo de Lima inició su reflexión dominical recordando la enorme desigualdad que se vive en nuestro país y en el mundo entero: «No hemos aprendido de la tragedia que hemos vivido con la Pandemia», ha afirmado. «Estamos apesadumbrados de todo un camino largo y hay que seguir reflexionando, ahondando lo que hemos vivido para aprender juntos a vivir de otra manera. Por eso el Papa decía que no se sale igual después de una Pandemia: salimos peor o salimos mejor; y para salir mejor hay que organizarse bien», refirió.
En ese sentido, Monseñor Castillo habló sobre la importancia que tiene la Iglesia en los procesos de acompañamiento y diálogo constante con la vida de la gente: «Dios camina en nuestros caminos, en nuestras tragedias, en nuestras esperanzas y en nuestras alegrías», recordó.
Dejar que el Señor actúe en nosotros para salir al servicio de los demás.
Al comentar el Evangelio de Lucas, que relata una escena doméstica entre las hermanas Marta y María (ambas tuvieron una actitud distinta de hospitalidad con Jesús), el Arzobispo Carlos explicó que Jesús quiere hacernos entender que nuestra capacidad de hospedar, acoger y mirar al otro, tiene que complementarse: «La primera manera de actuar al servicio de los demás es dejando que el Señor actúe en nosotros, para ser testigos de ese amor y, llevados por su Espíritu, actuar».
En ese sentido, la actitud de María, respecto a la de Marta, es sentarse a los pies del Señor y escucharlo. «Ella quiere reconocer lo grande que ha escuchado que es el Señor, y María se deja intimidar por Él. Eso es muy importante, porque ser cristiano no es amar a tontas y a locas, sino dejarse amar para poder amar», precisó el prelado.
Escuchar al Señor y dejar que entre en nuestra vida.
Nuestro sentido de servicio y solidaridad hacia el prójimo, por lo tanto, está impulsado por una sabia concordancia entre nuestra vida espiritual y nuestra actitud de cercanía por aquellos que más sufren. Así lo manifestó Carlos Castillo:
«A veces, nosotros, como muy católicos, podemos ser indiferentes. Pese a que asistimos mucho a la misa, pasamos de largo, levantamos la nariz y nos escapamos. Y eso es lo que hoy día estamos viendo en el país, en donde todos los que somos dirigentes, estamos mal vistos, porque la forma de ejercer esa dirigiencia consiste en usar a la gente, pero no servirla; y eso se está convirtiendo en una costumbre que debemos revertir. Para eso, tenemos que contemplar más hondamente al Señor, escucharlo más; para que el Señor se meta en nosotros, y nosotros aprender con nuestros caminos, con nuestras heridas y con nuestros problemas, superar todos los desafíos que vivimos como país», acotó.
Tenemos cristianos que son muy de ‘golpe de pecho’ y rosario, pero, luego, maltratan a las mujeres; y nosotros no podemos aceptar eso, porque eso es parte de una visión que no profundiza en el Señor que nos ama. El Señor ha venido para amarnos a nosotros y para aprender con nosotros a vivir como ser humano.
Por último, Monseñor Castillo reiteró que la base de nuestras decisiones deben inspirarse con el mismo amor gratuito que hemos venido a este mundo: «¡Eso es lo que quiere Jesús! Si todos nos hacemos hermanos, como nos ha creado Dios, y aprendemos a sacar lo mejor que tenemos de nuestro corazón, de nuestro ser; entonces, podemos actuar con tranquilidad, escuchando la palabra y aprendiendo a tener sabiduría», afirmó el Primado del Perú.
Estamos llamados a una república que no sea solo representativa, sino participativa, donde todos podamos contribuir desde la hermandad y el sentido del bien común. Para eso necesitamos equilibrio, prudencia, capacidad de ver más lejos, no desesperarnos.