Fiestas Patrias 2023: Homilía del Arzobispo de Lima en Misa y Te Deum

La Celebración Eucarística por el 202º Aniversario de nuestra Independencia contó con la presencia de la Presidente de la República, Dina Boluarte, así como las máximas autoridades políticas, civiles, militares y policiales de nuestro país.

La Misa y Te Deum fue presidida por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo. Acudieron como concelebrantes Monseñor Paolo Rocco Gualtieri, Nuncio Apostólico en Perú; Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana; los obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Lima y el Cabildo Metropolitano de Lima.

A continuación compartimos la homilía de Monseñor Carlos Castillo, en el marco de la Tradicional Misa y Te Deum por el 202º Aniversario Patrio de nuestra Independencia.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo

Las lecturas bíblicas de esta fiesta Patria son una invitación a la alegría desbordante y permanente. Todo un desafío para nuestra fe y para nuestro estado de ánimo actual. Por ello, no podemos pasar desapercibido este llamado. Reflexionemos, dado que está en juego lo fundamental que hemos de afrontar hoy todos los peruanos: vivir como hermanos con justicia, esperanza y verdadera alegría.

1) Esten siempre alegres
Los textos que hemos leído provienen de tres épocas diferentes:

a) Desde la oscuridad de opresión a Asiria, surge la posibilidad de ver luz, y luz brillante en un Rey niño que será “nuestro”, el Emmanuel.  Israel siente este hecho histórico como signo de que YHWH les mandó un don, un regalo, un regalo gratuito;

b) Por otra parte, desde una situación aún peor, la opresión romana, estando además encinta, María, que ha recibido de Gabriel la noticia de que ella daría a luz al rey esperado, deja la cama y se levanta. Ha escuchado que la anciana Isabel también está encinta, y va sin demora a ayudarla; y al encontrarse ellas se llenan de alegría;

c) Pablo, invita a los primeros cristianos perseguidos a redoblar constantemente la alegría, teniendo mesura, no desesperación, y rescatando todo lo “verdadero, noble, justo, puro, amable y laudable” de la situación que viven, así como lo valioso que aprendieron de él, para que así los acompañe el Dios de la paz.

Detengámonos en el Evangelio: este encuentro de mujeres no es anecdótico y sin significado. No son dos mujeres distraídas a las que les sucede algo raro. Son dos mujeres conscientes de la historia trágica pero esperanzadora de su nación. Es cierto que son dos mujeres del pueblo sencillo creyente, pero de un sector que había cultivado y rastreaba los signos de Dios en su historia y, por lo tanto, conocían tantos problemas graves de su país como también intuían su esperanza. María de familia real-profética e Isabel de familia sacerdotal-profética, y en la durísima época romana en que las dos tradiciones habían sido expulsadas de la religión oficial, la primera después del exilio y la segunda durante la dinastía asmonea.

Dominaban Israel sacerdotes aristócratas saduceos, cómplices del imperio romano. Y se había cerrado la esperanza, como dice la expresión implícita en los evangelios “los cielos se habían cerrado”. Esos que dirigían Israel, solo imponían su poder insensible sin misericordia. Todo lo que hacían era juegos de poder y dinero, amarres y acuerdos bajo la mesa, despreciando a los débiles. Pero, más bien, la alegría entre Isabel y María viene de lo nuevo que es el servicio generoso y gratuito: ¿Cómo la madre de mi Señor viene a mí?, es decir, la Reina Madre se inclina a servir a una anciana parturienta. Jamás se vió este cambio como con María. El Rey que nacería sería, por eso, muy distinto, cercano, servidor, identificado con su pueblo, podríamos decir, incluso, “democrático”, y su Madre lo era también.

Por ello, la alegría no es una alegría vacía, cándida, como una risa psicosomática. Es una alegría que tiene razones profundas de justicia: Estas mujeres saben del sufrimiento de la mujer y de su dignidad y sienten que su Dios se fija en ellas, y ellas lo alaban porque cumple sus promesas. Y, así, asumen su responsabilidad de generar en sus propios cuerpos la esperanza de Israel, practicando actitudes de servicio a ese pueblo desde su ser más íntimo, para llenarlo de alegría desbordante. Se parecen un poco a nuestras mujeres de las ollas comunes.

2) ¿En qué nos puede ayudar esa luz para nuestro hoy?

Hace justo 200 años, en Lima y en todo el Perú, en el año segundo de proclamación la independencia, faltaba lo más importante: inventar una forma de convivir entre peruanos. Pero la aristocracia criolla fue la primera en quererse imponer. Por eso, el golpe de Estado contra la Mar para controlar la venida de Sucre y Bolívar. Algo más grave, del 18 de junio al 17 de julio de 1823, el general realista Canterac ocupó Lima. Y todo el gobierno y el congreso, primero, debieron huir al Callao y luego a Trujillo. Tampoco ese año hubo Te Deum.

Observemos esa oscura realidad de 1823, y veremos cómo la responsabilidad, al fin, se impone por sí misma tarde o temprano. El congreso de 1823, al final, toma con firmeza la situación y con espíritu de servicio emprende y toma las riendas de la situación gracias a sus miembros más lúcidos, y promulga la constitución del 12 de noviembre. Y sabedores de la indispensable ayuda de Bolívar, esos miembros más lúcidos colaboraron con él, pero no se doblegaron a sus ambiciones y estilos dictatoriales.

Debemos mencionar el legado profundo de un político, ideólogo y gran cristiano: José Faustino Sánchez Carrión, quien nos dejó estas palabras:

“Un Representante Padre de la Patria, debe estar desnudo de aquellas pasiones que solo devoran a los que ansían el mando y el poder para esclavizar a sus compatriotas (…)”

Así, acusaba también a aquellos que, no teniendo el poder, lo buscaban agazapados:

“…todo tirano que no está́ en los primeros puestos es un enemigo opuesto de la sociedad, y cuando los consigue, entonces manifiesta todo el fondo de su negro carácter (…).

Desde hace un año, cuando se fueron desvaneciendo muchas esperanzas por aquella estrecha ambición que no supo interpretar el sentir popular, la totalidad de las encuestas nos muestran de modo contundente que ese desvanecimiento ha continuado, y detectan la más grave separación y distanciamiento entre las capas dirigenciales, sobre todo, las políticas y la vida del pueblo sencillo y sus graves sufrimientos y demandas. Parece que no se dieran cuenta de que nuestro pueblo existe, sufre y demanda cambios urgentes.

Parangonando nuestra situación con el texto de Isaías (9, 1-3. 5-6): “El pueblo que caminaba en tinieblas”, el Perú de hoy, todavía no ve la luz en esta situación concreta e histórica. Mas bien, es un pueblo “vejado y abatido como ovejas sin pastor”, que siente el peso de la oscuridad y la confusión.

En efecto, muy pocas veces hemos llegado al 28 de julio en una situación igual de incertidumbre, tensión y división política como la que hoy vivimos. Por eso, desde mi misión, me corresponde hacer, con todo respeto, la invocación a las máximas autoridades del país a colocarse, por unos minutos, en la situación de aquellos que más sufren, afrontando cara a cara nuestros desaciertos y los graves males en que hemos incurrido, incluidas, las muertes que esperan aún justicia y reparación.

Como Iglesia no estamos para dar soluciones estratégicas o tácticas que corresponden al campo estrictamente político y económico. Pero no puede quedarse muda ante el relajamiento humano y ético de la Patria. No puede dejar de llamar a todos a la unidad para un programa mínimo común y efectivo que prevea afrontar, con el concurso de todos, los sectores sociales y políticos, la urgente necesidad de afrontar la situación dramática que se avecina, fortaleciendo y anchando la participación y la democracia, en vez de restringirla, dando preferencia a los más vulnerables, sin abandonar a nadie, sino favoreciendo la solidaridad en la salud, la alimentación básica, el trabajo, la educación, la previsión antes del fenómeno del niño y otras tantas urgencias.

La fe no se relaciona con lo político directamente, sino a través de educar nuestra sensibilidad humana y velar por ella, tratando de superar nuestras cegueras y mezquindades. Por eso, reafirmando nuestra misión evangelizadora, y actuando como Iglesia solidaria y pastoral, sabemos que su incidencia ética en la vida social puede ser una luz que permita corregir, alentar y abrir el horizonte de un amplio futuro que nos hermane eficazmente como peruanos.

3) Escuchar, comprender, apreciar, valorar y promover

La nación somos todos y ningun interés particular de personas, familia o grupo, puede hacerse de nuestro patrimonio como su monopolio (Const 1823: 1-2). Nuestro pueblo sigue siendo protagonista de su historia, y debemos apreciarlo y alentarlo. Y si todo es de todos, valoremos también los descontentos y rechazos populares que condenan nuestros malos actos como dirigentes del país y nos exigen rectificaciones claras, oportunas y justas.

Superemos la indiferencia y rehabilitemos la mejor política por el bien común de la nación. A los 10 años de su pontificado, el Papa Francisco habla en directo de la importancia de hacer política como medio para que los valores de la vida humana y del bien común sean protegidos; dice: “la politica es una de las formas más altas de la caridad porque busca el bien común…trabajar por el bien común es el deber de un cristiano”.

Por ello, demos todos y todas un paso más. Apreciemos la iniciativa creadora de nuestro pueblo en vez de despreciarla, como muchas veces pasa entre las dirigencias sociales, políticas y económicas, y también culturales e inclusive las eclesiales. En la Iglesia estamos tratando de dar ese paso, pero aun tenemos serias dificultades, por eso, es que pedimos también perdón.

Escuchemos, comprendamos, apreciemos, valoremos y promovamos la subjetividad social popular de todos los rincones de la Patria, para actuar según el Evangelio, con oportunidad, con esperanza, y con la alegría que caracteriza al Perú de todas las sangres que todos amamos de corazón.

Felices Fiestas Patrias y que nos reencontremos como peruanos en la esperanza.