La Celebración Eucarística por el 203º Aniversario de nuestra Independencia contó con la presencia de la Presidenta de la República, Dina Boluarte, así como las máximas autoridades políticas, civiles, militares y policiales de nuestro país.
La Misa y Te Deum fue presidida por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo. Acudieron como concelebrantes Monseñor Paolo Rocco Gualtieri, Nuncio Apostólico en Perú; Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana; los obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Lima y el Cabildo Metropolitano de Lima.
A continuación compartimos la homilía de Monseñor Carlos Castillo, en el marco de la Tradicional Misa y Te Deum por el 203º Aniversario Patrio de nuestra Independencia.
Transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo
Hermanas y Hermanos,
El 6 de agosto de 1824, al atardecer, las tropas realistas, divisando a las peruanas en Chacamarca, se lanzaron contra estas. La batalla duró 45 minutos y fue solo con arma blanca. Al final se suscitó un gran silencio, los realistas creían haber vencido y el mismo Bolívar dio la orden de retirada. Pero, José Andrés Razuri, un peruano, tuvo la genial iniciativa de dar una contraorden, movilizando al Batallón de los Húsares del Perú, logrando la victoria patriota, y revirtiendo con su ingenio el resultado.
Hoy, 28 de julio, a pocos días de los 200 años de esa iniciativa genial, y acercándonos al Bicentenario de Ayacucho, venimos a orar al Señor que no busca la guerra, sino la paz, para que suscite en nosotros el ingenio y el Espíritu creativo de Jesús que sostiene nuestra fe para afrontar nuestros serios problemas contemporáneos.
Ante esto, la amplia y profunda sensibilidad de Jesús viene en nuestra ayuda. Nos invita a abrir un camino nuevo, rompiendo esquemas caducos que aún nos sumergen en la ambición desmedida e inmediata. Requerimos salir del cálculo obtuso y de la deslealtad institucional que quiebran todo lo logrado por generaciones enteras y que pueden llevarnos a la derrota general.
Retomando el Evangelio, preguntémonos ¿por qué la gente sigue a Jesús? Está claro que el templo era un referente caduco al que se asistía por obligación y por temor, convertido en un espacio más de muerte que de vida. Jesús lo reconoce como un lugar en destrucción que suscita mayor destrucción.
Los signos de Jesús, en cambio, generan vida y todos lo aprecian. Aun si la gente sencilla tuviera otros intereses, Jesús percibe su búsqueda más profunda. Y lo vemos curándolos, acogiéndolos, tocándolos, y alentándolos, procurando algo cualitativamente más bonito, es decir, que se sientan promovidos y reconocidos como personas. Esto estremece de alegría a la gente, que parece llenar su yo profundo gracias a esta nueva forma de ser tratados, especialmente, los enfermos.
Por eso, también hay que preguntarse al revés, ¿por qué la gente no sigue a otros? ¿por qué los desechan?, y ¿por qué, para ser seguidos, ellos gastan en propaganda en vez de ser sencillos y francos como Jesús? Porque, es verdad, la gente no sigue a quien no muestra signos sinceros de credibilidad, al no notar trasparencia ni sintonizar con su yo profundo.
Y aquí un signo significativo: Jesús, durante la Pascua, en el monte, se sienta con sus discípulos, levanta los ojos al Padre y sabe observar, mirando, apreciando a la multitud que viene a Él. Es curioso, obviamente para Jesús alzar los ojos es dirigirse al Padre, pero es extraordinario que, mirándolo, vea a la multitud entre Él y su Padre. Es decir, cuando Jesús mira al Padre, somos mirados por Jesús. Por eso, cuando nos sentimos “abandonados” de Dios, es solo apariencia, dado que estamos dentro de la relación entre Jesús y el Padre.
Sin duda que Jesús, orando al Padre, está preocupado por la necesidad de la gente. Luego le hace una pregunta profunda a Felipe: “dónde” conseguir de comer. Es decir, Jesús ha preguntado por un lugar, sin mencionar la palabra “comprar”. Pero Felipe sí piensa en un lugar para “comprar” porque está influido por la mentalidad del templo, donde todo se compra y se vende, y está implícito en su respuesta: “doscientos denarios de panes no alcanzan para tantos”.
Muy distinto al razonar de Jesús que, estando atento a la necesidad de la gente, también percibe lo difícil que es para sus discípulos entenderla. Y quiere ayudarlos a comprender lo que sufre esta gente. Jesús afronta el grave drama de los esquemas mentales, culturales y religiosos de sus discípulos, y también de nosotros.
En efecto, el mundo de los discípulos y el nuestro tienden a reducir el sufrimiento de la gente a un costo económico, haciéndonos ideas que no corresponden a la realidad. Incluso, hoy, los peruanos, solemos creernos lo que no somos y nos disfrazamos. Hemos sido formados en una mentalidad superficial de títulos, vestidos, honores, colores de piel, apellidos, apariencias, prejuicios y muchas otras cosas más que no permiten reconocer vivamente el valor extraordinario de cada persona y de cada uno de nuestros pueblos. Por eso concluimos fácilmente: “no hay plata, no se puede; hay plata, sí se puede”. Jesús no piensa así.
Y aquí Jesús indicará, más bien, el verdadero “lugar” donde el pan se consigue: Dios como Padre. No es el lugar que señala la mentalidad del templo ni sus categorías corrompidas de negocio que adoran un “dios” sin paternidad ni amor, de aparente santidad.
Si pasamos a Andrés, el Evangelio muestra otro aspecto de nuestra mentalidad: no comprender el significado de un gesto de generosidad que conduce a compartir. La iniciativa genial del joven generoso que da lo poco que tiene (sus cinco panes y dos peces), Andrés, primero, la aprecia, pero, luego, como se trata de poco, termina desechándola. La ve como una generosidad ilusa o quizás un poco “tonta”. Andrés, concluye: “pero ¡qué es esto para tantos!”.
Felipe y Andrés nos muestran dos situaciones límite en que también hoy estamos cayendo: si no hay plata para comprar y si es poco lo que hay, es imposible solucionar el hambre. Para eliminar el hambre hay que producir un montón, hay que ser país del primer mundo.
¿Cierto? Y, ¿cómo es que actualmente producimos enormidad de alimento en el mundo y sigue existiendo el hambre masiva? ¿Cómo es posible que tengamos mega-proyectos de inversión y nuestro pueblo siga necesitando urgentemente alimentación (43.1 por ciento de niños con anemia, 51% con o amenaza de hambre), agua (10 millones de peruanos pobres sin agua ni desagüe), medicinas, trabajo digno (18% jóvenes ni estudian ni trabajan), educación de calidad, seguridad ciudadana (60% de negocios pequeños sufren extorsión), ecología sostenible y sana; y, por su puesto, necesidad de consuelo, amistad, reconocimiento, respeto y promoción de la dignidad y justica?
Se puede producir mucho, pero ello no evita la exclusión de los más vulnerables. Es urgente fortalecer y forjar un Estado verdadera y ampliamente democrático, que promueva el Bien Común y combata la evasión tributaria y la desactivación o mal uso de las instituciones, porque están hechas para cuidar, promover y defender al pueblo. Quien usa y corroe el Estado dando prioridad a sus intereses, vive en la deslealtad institucional.
Hermanos y hermanas, el Perú es nuevamente punto de atracción mundial por sus riquezas: primero, el oro; luego, el guano y el salitre; luego, el cobre; luego, el petróleo; y ahora, los minerales de la modernidad tecnológica. Pero no hemos logrado construir una sociedad democrática sin que tantos peruanos y peruanas se sientan tan excluidos y discriminados.
Cada cierto tiempo volvemos a un modelo primario exportador sin procurar el desarrollo interno que busca sinceramente la mayoría de los empresarios peruanos, y desea la buena minoría protectora del ambiente y de las poblaciones, y todos los que quieren instituciones fuertes para beneficio de las mayorías, como escribió Raúl Salazar Olivares, recién fallecido, gran economista y empresario, quien, partidario del libre mercado, recordó que el Estado actual aún tiene pendiente la inclusión social, prioridad hacia el tercer Centenario.
Estamos aun en el Perú como en los tiempos de Jesús y, desgraciadamente, e incluso a algunos creyentes, ni se les pasa por la mente que el compartir, siempre inclusivo, es lo central. Jesús nos reveló que Dios es Padre, que todos somos sus hijos amados gratuitamente y que, por lo tanto, todos somos hermanos y hermanas. Tenemos la misión de serlo efectivamente en el Perú. Nuestra fe también nos reclama aprender a compartir en grande.
El gran teólogo peruano, el Padre Gustavo Gutiérrez, suele citar esta frase de Nikolái Berdiáyev: “cuando yo tengo hambre es un problema material, pero cuando el otro tiene hambre, es un problema espiritual”. Y don Gustavo siempre agrega: “en el Perú estamos llenos de problemas espirituales”. Es verdad, la indiferencia, la insensibilidad y la frivolidad son aún graves problemas espirituales con que todos vivimos, incluso, muchos creyentes. Jesús, que sabe escuchar el clamor y experimentó en su cuerpo una muerte injusta como víctima inocente, clama desde todas las muertes de víctimas inocentes que ocurren en nuestro pueblo.
Jesús nos ayuda a salir de este problema espiritual y pastoral, porque nos enseña a ver a Dios Padre como fuente, lugar y realidad viva, cuyo Espíritu nos abre el puño para que, compartiendo, podamos superar el límite del hambre y todos los problemas humanos que cargamos.
Superamos este problema siempre que intentamos comprender y discernir el llamado que nos hace Dios en el corazón de nuestra exigente realidad peruana, porque Dios se revela siempre en el corazón de la historia. Como en la encarnación de su Hijo y en la institución de la Eucaristía, en toda la historia, también del Perú, se da la presencia real de Dios, a quien debemos contemplar y rastrear permanentemente. Los pobres han comprendido esto muy bien, porque Dios mora preferentemente en ellos. El Papa San Paulo VI dijo, en 1968, a los campesinos colombianos: “Ustedes también son un sacramento, es decir, una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo que representa y no esconde su rostro humano y divino” (23 de agosto 1968). Jesús, por ello, comienza por reconocer y valorar la potencialidad genial de la generosidad del joven, no la desecha.
Jesús, con delicadeza, hace sentarse cómodamente a los 5000 en la hierba, como en las ollas comunes, en las comunidades amazónicas, andinas y costeñas. Como María Helena Moyano manifestó: “Las mujeres organizadas …están…enseñando cómo construir democracia desde abajo, demostrando que no sólo pueden sobrevivir, sino que pueden impulsar iniciativas orientadas a la generación de nuevos empleos, contribuyendo así al desarrollo nacional y a la posterior transformación social…las que cotidianamente forjan la unidad porque saben que sólo unidas podrán proporcionar bienestar a sus hijos” … Y reafirma María Helena: “El país entero no se ha dado cuenta que, desde las organizaciones de mujeres, de sobrevivencia, y vecinales se está construyendo lo que queremos gestar para un nuevo Perú”.
Jesús, unido a la gente “da las gracias” al Padre. Y el Padre es quien verdaderamente hace abundar el pan y nos transforma de hijos en hermanos para compartirlo. Así, todos se sacian y sobra, y los discípulos lo recogen para que nada se pierda y se siga compartiendo. He aquí el hondo principio a seguir en todo para superar nuestras crisis.
Finalmente, Jesús es muy claro. Reconocido como profeta, no usurpa el espacio político, sino que prefiere alejarse para realizar su específica misión: anunciar con su vida los principios que permitan el desarrollo de todos, afianzando nuestra humanidad hermanadora. Huye a la montaña solo, con el Padre, para intimar como Hijo amado.
Así será su Iglesia, acompañante gratuita y solidaria de nuestro pueblo peruano, de su fe e inspiradora de sus acciones. No para hacer un país católico, ni un gobierno católico, ni un partido católico; porque Dios es de todos, la fe no se impone, se propone en libertad. El Papa Francisco quiere, por eso, que nuestra Iglesia sea toda ella una Iglesia Sinodal, es decir, que sepa discernir con criterio escuchando todos los clamores, que debata, aclare y proponga iniciativas inspiradoras para una amplia democracia en el Perú.
Hermanas y hermanos, viene un tiempo propicio para encontrar posibilidades adecuadas, forjadoras del bien común de todos los peruanos. Que las elecciones del 2026 sean una gran oportunidad para que todos los sectores sean efectivamente representados.
El 2018 el Papa Francisco nos dijo: “no se dejen robar la esperanza”, y recomendó superar un catolicismo de “padrecito, ¿se puede o no se puede?”, donde solo algunos saben todo y los demás callan.
Estos años hemos querido seguir esta recomendación porque, para Jesús, todos somos indispensables, y se requiere que todos maduremos y participemos en la Iglesia para el mejor caminar de nuestra sociedad, según criterios razonables y de responsabilidad. Por eso, hemos incentivado el compartir desde el tiempo del Covid hasta la actual situación de hambre. Y con la fe, la generosidad y la genial iniciativa de peruanos unidos, hemos visto realizarse este mismo milagro.
Tampoco, hoy, lo poco compartido generosamente es una simple y mágica multiplicación; es el don generado por el amor solidario que corre por nuestras venas. Le damos gracias a Dios Padre de Jesús, dejándonos llevar por Él y compartiendo razonablemente. El compartir siempre es razonable.
Llegados a un serio límite de deterioro político y social, debemos impedir que estalle. Generemos fecundamente entre todos un giro fundamental mediante una conversión personal y social. Aquí, como Pastor de la Iglesia, quiero dirigir mi palabra especialmente a los jóvenes: en ustedes, que son el presente del Perú, está también el futuro de la Patria. Sabemos que muchos no encuentran oportunidades aquí y salen a buscarlas fuera. Les pido de corazón, muchachos y muchachas, tengan siempre en cuenta que ser peruano es una vocación innata a la cual se regresa una y otra vez. Y es mejor regresar para aportar con lo que aprendan afuera que quedarse allá para siempre. Estamos entrando en un camino formativo de nuevas agrupaciones pacificadoras y creativas. En todos los niveles se va gestando un pensamiento y una mirada hacia el Bien Común de la Patria. El deseo profundo de los peruanos está germinando en lazos nuevos que deben hacer caducar los eternos modos de actuar de la corrupción.
Es preciso y urgente, por ello, como nos ha indicado el Papa Francisco, un muy amplio “diálogo nacional” que “contribuya a la reconciliación y a la construcción de una sociedad más unida, próspera y fraterna”. Muy bien puede comenzar este diálogo por la escucha de las necesidades de todos los peruanos y peruanas, especialmente, de los lugares más empobrecidos y necesitados, y se pueda llegar a acuerdos justos y duraderos.
Con ello, vamos forjando un ánimo profundamente reconciliador basado en la justicia, que implica desarrollar nuestro ingenio creativo de peruanos sencillos, alegres y profundamente inspirados. También exige desechar todos los acuerdos ocultos que opacan nuestro futuro.
Viene un tiempo en que apreciaremos y alentaremos iniciativas geniales como las de José Andrés Razuri, que permitieron giros novedosos y fecundos en las situaciones más difíciles y adversas. Vivamos intensamente este tiempo y respondamos a la urgencia – urgentísima – de decir, “nosotros los peruanos” (Gonzalo Portocarrero). ¡Que viva el Perú! ¡Y felices fiestas para todos!