El Papa presidió la Misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro. Su homilía fue una oportunidad para meditar sobre el significado del pesebre en el que Cristo nació en Belén, deteniéndose en tres palabras esenciales: la cercanía, la pobreza y lo concreto.
Son las siete y veinte de la tarde en Roma del sábado 24 de diciembre y la Basílica de San Pedro está engalanada con flores rosas y blancas para la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor, presidida por el Santo Padre. Son llevadas en procesión por 12 niños de Italia, India, Filipinas, México, El Salvador, Corea y Congo hasta el pesebre colocado en el templo. Por primera vez después de los dos años de pandemia, la capital del catolicismo recibe a peregrinos de todas partes sin restricciones sanitarias. Además de la Basílica (7.000 personas), en la Plaza unos 3.000 fieles siguen la ceremonia a través de las pantallas gigantes, en una noche serena y adornada con el árbol y el belén inaugurados el 3 de diciembre pasado.
“¿Qué es lo que le sigue diciendo esta noche a nuestras vidas?”. A partir de esta interrogante el Papa articula su homilía, en la que recuerda que, “después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas Navidades festejadas entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero nos olvidamos del significado”.
Luego, se pregunta cómo encontrar de nuevo el sentido de la Navidad, dónde buscarlo y dice que “el Evangelio del nacimiento de Jesús parece estar escrito precisamente para esto, para tomarnos de la mano y llevarnos allí donde Dios quiere”.
En efecto, explica el Pontífice, “comienza con una situación parecida a la nuestra”, en un mar de ocupaciones, “disponiendo la realización de un importante evento, el gran censo, que exigía muchos preparativos”. En este sentido, insiste que “el clima de entonces era semejante al que rodea hoy la Navidad”. Pero acota que “la narración evangélica toma distancia de aquel escenario mundano; se separa de esa imagen para ir a encuadrar otra realidad, sobre la que insiste”. Es decir, “fija su atención en un pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y en el que convergen los protagonistas de la narración”: el pesebre.
Hay que volver al pesebre.
Para redescubrir el sentido de la Navidad, “hay que mirar allí, al pesebre”, afirma el Obispo de Roma, quien reflexiona sobre la relevancia de este elemento. “Es el signo —no casual—, asegura el Papa, con el que Cristo entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, el modo con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia”.
Para ilustrar el mensaje del belén en el siglo XXI, Francisco selecciona tres aspectos: la cercanía, la pobreza y lo concreto.
La cercanía.
«El pesebre sirve para llevar la comida cerca de la boca y consumirla más rápido. Puede así simbolizar un aspecto de la humanidad: la voracidad en el consumir”, según el Papa. “Mientras los animales en el establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos”, añade.
Una vez más, como profeta de paz, Francisco exclama: “¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean”. “Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles”, subraya. Hoy como ayer, como le sucedió a Jesús, una “humanidad insaciable de dinero, poder y placer tampoco le hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a los olvidados”. Su mirada se dirige, en especial, a los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia.
“Pero Jesús llega precisamente allí, un niño en el pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está cada niño. Y está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños”.
Precisamente, “en el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir”.
“Cristo nace allí y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Llega donde se devora la comida para hacerse nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos, sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos nutre de ternura. Llega para tocarnos el corazón y decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la historia es el amor. No permanece distante y potente, sino que se hace próximo y humilde; Él, que estaba sentado en el cielo, se deja recostar en un pesebre”.
Hablando al corazón de cada hombre y mujer del Santo Pueblo Fiel de Dios, el Sucesor de Pedro nos dice:
“Esta noche Dios se acerca a ti porque para Él eres importante. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te dice: “Si sientes que los acontecimientos te superan, si tu sentido de culpa y tu incapacidad te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy contigo. Sé lo que vives, lo he experimentado en el pesebre. Conozco tus miserias y tu historia. He nacido para decirte que estoy y estaré siempre cerca de ti”.
“El pesebre de Navidad, primer mensaje de un Dios niño, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca”, sostiene el Papa, animándonos a no dejarnos vencer por el miedo, la resignación o el desánimo. Porque “Dios nace en un pesebre para hacerte renacer precisamente allí, donde pensabas que habías tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda salvarte. Navidad quiere decir que Dios es cercano”. “¡Que renazca la confianza!”, pide.
La pobreza.
Desglosando la segunda clave de lectura del belén, el Papa describe su austera composición, sin muchas cosas a su alrededor: maleza, algún animal y poco más. “María, José y los pastores; todos eran pobres, unidos por el afecto y por el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades”, asevera Bergoglio, quien reivindica que el humilde pesebre “saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas”.
Y la primera persona, la primera riqueza, es Jesús. Sin embargo, “¿queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su pobreza, o preferimos quedarnos cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo visitamos donde Él se encuentra, es decir, en los pobres pesebres de nuestro mundo?”, nos interpela el Pontífice. En los pobres Él está presente, deja claro el Papa, y nos recuerda que estamos llamados a ser una Iglesia que adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres.
En su alocución, Francisco retoma el mensaje pastoral de Año Nuevo de San Óscar Arnulfo Romero, del 1º de enero de 1980: “La Iglesia apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y solo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres”. El Santo Padre reconoce que “no es fácil dejar la tibia calidez de la mundanidad para abrazar la belleza agreste de la gruta de Belén, pero recordemos que no es verdaderamente Navidad sin los pobres”. “Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos, hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!”, prosigue.
Lo concreto.
Un niño en un pesebre representa, para el Pontífice argentino, “una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda”.
“Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos”.
El Salvador, que nació pobre, “vivirá pobre y morirá pobre”, “no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros”, expresa el Papa.
“Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma”.
Jesucristo “no se conforma con apariencias”, aclara Su Santidad. Por el contrario, remarca que “busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad”; “nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías”. También, “quiere que nos revistamos de amor”.
Los tres pedidos del Papa.
Francisco exhorta a no dejar pasar esta Navidad sin hacer algo de bueno. Ya que es la fiesta, el cumpleaños del Mesías, «hagámosle a Él regalos que le agraden», sugiere. «En Navidad, Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido», aconseja.
La oración al final de la homilía.
«Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén».
Por la erradicación de la violencia.
En las cinco oraciones de los fieles, junto a las de chino, francés, portugués y malayalam, destaca la invocación, en árabe, al «Padre de todos, que ama y da la paz, para que conceda a quienes tienen responsabilidades políticas, sociales y económicas el valor de rechazar la violencia y construir la amistad entre los pueblos».