«En esta Navidad estamos llamados a recapacitar, a desviolentar todo lo violento que tenemos todavía en el corazón, en nuestras heridas, en nuestras historias», ha expresado el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, en el Mensaje de Navidad.
Mensaje de Navidad del Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo.
Hermanos y hermanas:
Mi feliz Navidad para todos en esta Noche Santa en que, en medio de tantas dificultades, problemas, dolores extremos, muertes, sinsabores, traiciones, ambiciones, malos manejos, infiltraciones, usos de la vida social y estatal para beneficio propio… nace el Príncipe de la paz.
Él, que se sintió el Hijo universal y el Hermano universal, ha suscitado en nuestra historia a nivel mundial, en el catolicismo y en nuestra historia nacional, multitud de personas que lo han testimoniado.
Este momento difícil es el lugar en donde hemos de testimoniar como lo fueron nuestros héroes nacionales, como lo fue Bolognesi, en el momento difícil del Morro; o Grau, en el difícil momento de la guerra por el mar; como lo fue Carrión, en un momento de una pandemia tremenda. Todos son testigos del amor de Dios y murieron dando testimonio de este Niño Jesús sencillo y pobre que también murió en la Cruz por salvarnos. Por eso, el Nacimiento de Jesús está ligado a su Resurrección y a su vida plena para darnos vida plena a todos los seres humanos.
Que esta Navidad signifique, para todos nosotros, un camino de esperanza que germine de lo pequeño a lo grande, que se vaya entretejiendo como el amor que Él nos dio.
Nosotros, en esta Navidad, estamos llamados a recapacitar todos, a desviolentar todo lo violento que tenemos todavía en el corazón, en nuestras heridas, en nuestras historias. Que este proceso de hermanamiento nacional lo podamos ir haciendo poco a poco todos, pero efectivamente, acordando nuestra común participación y comprensión, contándonos nuestras historias con todas sus alegrías y sus penas, ayudándonos a escucharnos mutuamente entre vecinos, entre amigos, entre personas y culturas distintas.
Esta Navidad es para hermanarnos, porque el Hermano grande que es el Hijo, nos llama con todo su corazón desde su llanto de niño, desde el pesebre pobre de Belén, desde eso que era el lugar del comedero de las ovejas, de las cabras, desde allí, desde ese Belén que a todos nos interroga el llamado de la paz y de la alegría. Y que nuestras familias puedan crecer a la luz de esa familia de Nazaret que se fue a Belén como una familia migrante.
Que todos recordemos también nuestros pasados, porque los que hemos progresado en algo tenemos también orígenes pobres. No hay nadie que no haya nacido como Jesús: sencillo, pobre y desnudo, para poder ir avanzando hacia una sociedad y una vida mucho más digna.
Que Dios nos invite con todo su corazón y con su Espíritu, y suscite en nosotros esta capacidad de asociarnos, de animarnos y de pacificar nuestra sociedad peruana, porque así podemos lograr muchas cosas, pero tenemos que rechazar lo principal: creer que nuestro país es un botín que podemos repartirnos sin pensar en el Bien Común.
Dios bendiga al Perú y le transmita su paz. Y nosotros, como Iglesia, también seamos coherentes, rectifiquemos errores que hemos tenido de no haber enseñado este camino de paz, y que todos los prejuicios y cosas que se han acumulado durante años, puedan deshacerse para dar paso a lo que es el verdadero catolicismo: la comprensión, la dicha de la amistad y de la alegría y del hermanamiento, región con región, ciudades con el campo, selva con sierra, selva con costa, hermanos del norte con el sur, blanquinegrindios con negrindios blancos. Y así, todo el país, vaya creciendo en la amistad y en el amor de Dios.
Que Dios los inspire y los acompañe en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Feliz Navidad para todos y para todas!